Quizás
sea mañana el día en el que Greta Thunberg, la activista sueca, llegue a Madrid
después de su rocambolesco periplo por medio mundo, en un viaje que tiene tanto
de espectáculo mediático como de monumento al absurdo. Parece que llegará hasta
aquí desde Lisboa en tren, por unas traicioneras vías del siglo XIX que le
pueden dejar tirada en cualquier momento y en un convoy tirado en gran parte
del trayecto por una contaminante locomotora diésel porque no hay
electrificación en muchos de los kilómetros de esa vía. Por si acaso, algunos
vecinos de Talavera le han ofrecido la posibilidad de usar un burro para
atravesar la península, que es un medio ecológico, aunque emite metano en
forma de flatulencias. No consta que Greta haya contestado.
Aunque
alguno me pueda linchar por el artículo de hoy, ya avanzo que estoy tan en
contra del cambio climático como del fenómeno Greta, que no deja de ser una
nueva muestra del papanatismo en el que caen nuestras sociedades ante los
fenómenos mediáticos, que se renuevan cada vez más rápido buscando una nueva
estrella a la que adorar para, al poco, abandonarla en pos de otro astro que
refulja. No critico a Greta ni por su edad ni por su sexo ni porque padezca
Asperger ni por ningún otro aspecto de su persona, eso me da absolutamente
igual. La critico porque enarbola ese discurso mágico, falaz, mentiroso como el
solo, que se basa en que si uno cree en algo lo consigue, porque como tenemos
las soluciones a todos los problemas a mano basta con emplearlas, y si no se
usan la culpa de lo que nos pasa es nuestra. Great es un enorme libro de
populista autoayuda viviente que falsea el diagnóstico y yerra completamente en
el remedio. El cambio climático es uno de esos problemas de enorme complejidad
en el que son necesarias acciones individuales, colectivas, nacionales e
internacionales, algo que excede con mucho a la capacidad de cada uno de
nosotros y a la de los gobernantes, que supone un replanteamiento de
mentalidades en muchos aspectos y en el trabajo conjunto de toda la sociedad
para implantar los cambios y hacer frente a los perjuicios que de ellos se
derivan. Y es algo que no sirve de nada si se hace aquí, en la rica Europa, si
el resto de naciones no lo llevan a cabo. Ni las tecnologías ni las economías
ni las formas de vida actuales están preparadas para el cambio necesario para
reducir las emisiones de CO2, y quienes menos lo están son las partes pobres de
nuestras sociedades y los países pobres o en desarrollo. Greta representa a la
élite de la élite, a la infancia pudiente de uno de los países más ricos del
mundo, que basa su riqueza en la emisión de CO2, como el resto, y lo cierto es
que miente a sabiendas cuando habla de que el cambio climático le ha robado el
futuro, porque tiene renta suficiente para comprar el futuro que quiera. Ahora
mismo millones de niños en todo el mundo no están preocupados porque les roben
el futuro, sino por sobrevivir al día que empieza, porque su presente está
lleno de miseria, hambre y penalidades. Son millones de niños pobres en países
pobres, o no tanto, en los que los derechos de la infancia, directamente, no
existen. Esos niños viven en sociedades donde el clima y la energía suponen el
menor de los problemas, donde alimentarse, sobrevivir y no ser golpeado son el
día a día. Lo cierto es que cada vez que Greta sale a la palestra para lanzar
su mensaje de apocalipsis global parece no entender que, en las favelas de Río,
en todo el Sahel africano, en inmensas poblaciones de India o Pakistán, en
tantos y tantos lugares del mundo el apocalipsis adopta unas formas muy crueles
y reales, y que nada tienen que ver con el tiempo atmosférico o con el clima
presente y futuro. Greta actúa como lo que es, una habitante de la parte muy
rica del mundo, lanzando mensajes que sólo los ricos pueden entender, pero como
ellos, no tiene en cuenta a la parte pobre de la humanidad, ni a la parte pobre
de su propia sociedad, que no es sino un coste para los pudientes, un residuo.
Por
ponerle algo positivo a su mensaje, está bien que la conciencia ecológica cale
en las nuevas generaciones, pero espero que, como otras cosas, no se quede en
flor de un día. Todos vivimos en nuestras contradicciones y las cometemos a
cada paso, por lo que debiéramos ahorrarnos el dar muchas lecciones vitales,
pero es absurdo contemplar, por ejemplo, manifestaciones adolescentes en contra
del cambio climático el viernes (está bien) y luego ver los residuos que las distintas
fiestas dejan en parques, playas, jardines y demás espacios púbicos. Si alguno
de los manifestantes de viernes se conciencia y no genera residuos el sábado
algo habremos ganado. De momento, para este viernes, el circo absoluto, si
Greta logra cruzar Extremadura y llegar a Madrid.
Diciembre
de fiestas inacabables, mañana es la Constitución y el Lunes 9 es festivo en
Madrid, por lo que nos leeremos el martes 10
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