Sí,
2019 se nos va, y toca hacer resumen del año, costumbre extendida, vilipendiada
por no pocos, pero que es necesaria. Cosas de la vida, el día de ayer fue un
perfecto condensado de lo vivido en este loco año, en
el que la política se ha enfangado en medio de comunicados interesados de
parte, que nada tienen de verdad, y la
violencia, fruto del independentismo, ha convertido calles en Barcelona en
modernas versiones del Bilbao de los noventa, demostrando que una cosa es
el progreso y otra la realidad, y que muchos de los que se visten falsamente de
lo primero no son sino vulgares trogloditas que desean cavernas para todos los
demás que no comulguen con sus ideas totalitarias
La
sensación que me viene cuando termina el año es no sólo de tiempo perdido, sino
también de decadencia. Haber tenido que acudir a dos elecciones frustrantes,
veremos a ver si también frustradas, hace que no sean necesarias muchas
palabras más para definir nuestra situación. La ingobernabilidad se ha
extendido por todas partes a medida que el ejecutivo central convierte su provisionalidad
en la manera habitual de vivir, y el sectarismo de las formaciones no deja de
crecer. Se ha producido la casi liquidación de una formación centrista y el
explosivo crecimiento de un partido de extrema derecha, que rivaliza con la
extrema izquierda en actitudes y declaraciones absurdas, peligrosas, nada
constructivas. El problema del nacionalismo catalán sigue enquistado, y así
estará durante las próximas dos o tres décadas, y los que pretenden creer que
en una negociación exprés en la que el ejecutivo ceda a todo encontrarán la
solución al problema es casi seguro que sólo crearán problemas mayores. Si algo
tiene de bueno la situación actual es que, poco a poco, la sociedad puede
descubrir que el gobierno no es necesario para todo, que posee instrumentos
propios para arreglar sus problemas y que el pulso del día a día lo
desarrollamos todos los que vivimos en el país, no sólo los que pretenden ser
gobernantes, o juegan infantilmente a ello. La economía sigue creciendo con
unos presupuestos que van camino de ser las tablas eternas de la ley fiscal y,
aunque debilitadas, las tasas de creación de empleo y de PIB siguen siendo muy
positivas, sobre todo si miramos nuestro entorno. La deuda pública sigue desmadrada
y crece el problema de su gestión a largo plazo, dado que a corto nadie parece
interesado en meterla en vereda. De hecho, todo lo que sean debates de largo
plazo, como la educación, las pensiones, la demografía o el reto de la
inteligencia artificial brillan por su ausencia en un patio nacional de ráfagas
de tuits afilados, donde el posicionamiento debe ser instantáneo, sectario,
sesgado y bien cuadrado respecto a la línea ideológica a la que uno se supone
que debe pertenecer. Prietas las filas de los nuestros, vienen a decir todos. Esa
polarización todavía, por fortuna, no ha calado en la calle y en el día a día,
aunque de tanto insistir será inevitable que lo haga. La crónica negra, a la
que tan aficionada es parte de nuestra sociedad (no logro entenderlo) ha
proporcionado casos jugosos donde el morbo ha seguido predominando sobre el
hecho informativo, y la degeneración de ciertos medios es ya evidente en estos
aspectos. Cuestiones como la violencia machista han seguido, tristemente,
ocupando portadas y espacios, una violencia que no es ahora más frecuente de lo
que lo era en el pasado, de hecho creo que nunca la ha habido menos, pero que ahora
es denunciada en masa y conocida por todos. Sabido es que para arreglar un
problema primero hay que ser conscientes de que existe y enfrentarse a él, y en
esos momentos ese problema lo domina todo, y parece que no hay otra cosa.
Como
siempre, las noticias que leemos hacen referencia a lo malo que pasa a nuestro alrededor,
porque por definición, las buenas noticias no son noticiosas. El ruido puede
aturdirnos, pero no debiera cegarnos. Pese a nuestros problemas diarios,
vivimos en uno de los países más seguros, desarrollados, civilizados, democráticos
y prósperos del mundo. Si la muerte de inmigrantes que tratan de llegar a
nuestras costas se produce es porque somos frontera y destino, porque la gente
se mata por llegar aquí. El no valorar lo que tenemos es la mejor manera de
conseguir depreciarlo, devaluarlo, deteriorarlo. Hay que mejorar muchas cosas,
obviamente, pero no seamos ciegos a una realidad de prosperidad que, en el
mundo, es cegadora. No seamos como nuestros políticos que, nos guste o no, son
parte de nosotros mismos.
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