¿Se
acuerdan de aquellas voces que daban por hecha una investidura antes de
Navidad? Entre ellas había agoreros que señalaban, como muy tarde, los días
anteriores a Nochevieja como los elegidos para investir a Sánchez presidente y
formar gobierno. Voces que, como casi todas, halan de parte y muestran interés
de partido, pero que, como todas ellas, parecen carecer de información cierta,
como si realmente no supieran de qué hablan. A una semana exacta de Nochebuena
el panorama político parece estancado y los
gestos negociadores no parecen pasar de poses y meras fotos. Como yo
tampoco tengo ni idea no se si habrá movimientos certeros de fondo, pero la
verdad es que parece que vivimos en la nada absoluta.
Dentro
de sus “rondas de contactos” que buscan institucionalizar esta nadería y elevar
aún más el rango de presidenciable de un cargo que, por definición, no lo es,
Sánchez llamará esta mañana a los presidentes autonómicos en orden de
protocolo, lo que hace que Torra sea el segundo al que le suene el teléfono.
Esta ronda de llamadas es bastante inútil, porque los presidentes de las CCAA
no votan ni deciden (y si lo hicieran parece que le PSOE tendría menos apoyos
propios que los que cuenta como diputados). Se ha acusado a Sánchez de sacarse
de la manga esta ronda ficticia para normalizar el hecho de que llame a un
Torra que sigue instalado en la desobediencia civil y, recordemos, aún no ha
condenado los gravísimos disturbios vividos en Barcelona hace unos meses.
Conociendo al personaje, quizás le sigan poniendo aquellas escenas y se las
reproduzca en bucle en el salón de su gobierno cuando esté aburrido, dado que
no ejercita su cargo, animando a los alborotadores y gritando eso de “apreteu”
a la más mínima. Que la investidura de Sánchez dependa de sujetos de esta
calaña muestra hasta qué punto ha degenerado la política nacional y hasta dónde
llega la irresponsabilidad de las fuerzas mayoritarias, que debieran verse
obligadas a pactar entre ellas. Lo repito allá donde me pregunten, lo haga
quien lo haga, una salida a este embrollo que no sea la de un pacto PSOE PP será
nefasta, y entre las múltiples posibilidades alternativas puede haber varios
grados de negritud, pero ninguna luz. ¿Qué tiene que pasar para que PSOE y PP
pacten? Lo cierto es que no lo han hecho nunca, y ya debieron acordar en los
momentos de la debacle de 2008, cuando es cierto que el PP ganó con mayoría
absoluta, pero casi quiebra el país durante una serie de años que fueron los
peores para nuestra economía y, por tanto, para toda la sociedad. Sólo se han
puesto de acuerdo para un tema de los muy gordos, que fue la votación conjunta
para la implantación del artículo 155 tras la intentona golpista de octubre de
2017 en Cataluña, nada más. En ese caso, y ante lo que vivíamos, no es que
urgiera, es que era impensable que, aun contando con mayoría absoluta, el PP
afrontase sólo esa situación, y lo mismo diría en un supuesto simétrico, porque
el riesgo de fractura social era lo suficientemente grave como para que la
unidad se manifestara con toda su influencia y poder. Ahora, atascados en el
limbo político tras unas segundas elecciones que han generado un panorama mucho
más difícil que el que nos dejaron los comicios de abril, el PSOE organiza
reuniones negociadoras de contenido desconocido, rematadas por comunicados tan
escuetos como mal redactados, y la sensación es que no se avanza nada hacia
ninguna parte. Si acaso se comprueba que la capacidad de enmendarse la palabra
a sí mismo es infinita para un Sánchez que vende un discurso y su contrario con
horas o días de diferencia sin rubor alguno. Si uno lee a los medios afines al
gobierno el pacto está casi hecho y no se cede ante los soberanistas. Si uno
lee a los medios contrarios el pacto está muy avanzado y Sánchez ha vendido
hasta el rosario de su madre (y no les cuento el país) con tal de permanecer en
el poder. Y la verdad, quizás, sea que ni hay acuerdo ni se le espera.
Uno
de los mayores problemas a los que se enfrenta el PSOE en estas negociaciones,
y Sánchez en particular, es el contorsionismo al que antes me refería. Tantas veces
se ha desdicho el presidente y ha alterado su discurso y posición que ha
devaluado su palabra hasta el extremo. ¿Cuánto vale una promesa política de Sánchez?
Tanto como la moneda argentina. Y eso no lo admiten ni las fuentes del gobierno
ni, por supuesto, los medios propios, pero lo sabe todo el mundo, y el personal
empieza a actuar como tal, exigiendo compromisos firmados, escritos,
respaldados por documentos que permitan pillar a Sánchez en los renuncios que,
a cada paso, va dejando allá por donde negocia o, simplemente, habla. Menudo
panorama, a una semana de Nochebuena.
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