viernes, abril 04, 2025

Derrumbe global en las bolsas

Por gentileza de Donald Trump y de sus medidas psicóticas, ayer se vivió un día desastroso en los mercados financieros de todo el mundo. Las pérdidas viajaron de este a oeste, con la apertura de las bolsas asiáticas y se fueron extendiendo con el avance del Sol en los mercados europeos, con el Ibex como el índice que menos sufrió, con caídas de algo más del 1% frente a la media del 3% de sus hermanos de continente. La apertura de Wall Street fue sangrante y, poco a poco, empeoró, alcanzando al cierre caídas del 6% en el Nasdaq y del 4% en el SP. Ayer fue el peor día de la bolsa norteamericana desde los tiempos del Covid, para que se hagan una idea.

Ayer, probablemente, se rompieron cosas en el mercado, porque caídas de estas dimensiones generan consecuencias más allá de las pérdidas nominales de los activos. La sensación que se genera tras un día de estos puede ser de miedo puro, aunque muchas veces se diluye con el tiempo. En otras ocasiones se traduce en el deterioro de la economía real. ¿En qué escenario estamos? La probabilidad de lo segundo crece a medida que el mundo se enfrenta a la irracionalidad de la administración Trump y a sus decisiones psicóticas, basadas en venganzas, creencias y tonterías. Los aranceles propuestos, que entran mañana en vigor, van a dañar notablemente al comercio global, y las empresas más golpeadas serán las más internacionalizadas, muchas de ellas norteamericanas, que mantienen complejas redes de suministro y fabricación en el mundo. Nike, la de las zapatillas, se dejó ayer más de un 10% en el mercado. La afectación de los aranceles para ella es la misma que para el resto, pero es el típico caso en el que una medida de estas genera efectos expansivos. Nike diseña y comercializa sus zapatillas en EEUU, pero las fabrica en su práctica totalidad fuera, lo que le permite mantener unos costes competitivos y unos precios ajustados para el consumidor norteamericano. Una medida como la anunciada el martes supondrá, para ella, incrementos de costes no menores al 30%, dado que es en Asia donde produce principalmente. La alternativa para evitar los aranceles es fabricar en EEUU, como dicen los iluminados trumpistas, pero eso implicaría unos costes de inversión enormes, las fábricas no nacen del suelo tras la lluvia como si fueran hierba, y contratar trabajadores nacionales con sus sueldos, por lo que sus costes subirían muchísimo más del 30% que suponen los aranceles. Unas Nike producidas en EEUU con costes norteamericanos serían imposibles de vender en el mercado local norteamericano, porque la inmensa mayoría de la población no podría pagar los precios a los que tendrían que venderse para ser rentables. Pongan el sector que pongan, la situación es similar. Lo que Trump anunció el martes es la mayor subida de impuestos puesta en marcha en aquel país en los tiempos modernos, subida que se traduce en incremento de costes generalizados, ineficiencias, rupturas de cadenas, intentos subterráneos de elusión que generan corruptelas, alteraciones en las expectativas de los consumidores y empresas, incertidumbres, miedos y unas cuantas consecuencias más que son nefastas. El deseo que tiene el equipo de Trump de que la producción vuelva a su país y que sean autosuficientes en todo se define con una palabra, autarquía, de la que en España tenemos un recuerdo histórico, porque fue la principal guía económica durante los primeros tiempos de la dictadura franquista (por eso seguro que los de Vox la apoya). Evidentemente fracasó, porque es una idea irrealizable, y sólo sirvió para empeorar aún más el estado de la economía española, ya hecho polvo. Es una aspiración imposible. También lo intentó la URSS, y le fue igualmente mal.

Va a ser muy difícil revertir las políticas de Trump, su ceguera parece total, y curiosamente sólo unos días en los mercados como los de ayer podrían ser capaces de lograrlo. Las pérdidas que sufrieron los magnates de la tecnología en el día de ayer se pueden medir en miles y miles de millones. Ellos serían los únicos capaces de forzar la mano del desquiciado presidente. Si no es así, va a ser cada vez más difícil evitar que EEUU se encamine a una recesión y, tras él, nosotros y gran parte del mundo. El poner al volante a un pirado tiene consecuencias, y estamos a punto de sufrir un accidente económico grave, provocado, no por una causa ajena, sino directamente debido a la inmensa estupidez de la actual administración de EEUU.

jueves, abril 03, 2025

Trump contra el mundo

La puesta en escena del acto de ayer era la de las grandes ocasiones. En un Washington cubierto, sin lluvia, con algo de viento, la rosaleda de la Casa Blanca lucía como un auditorio al aire libre, en medio de flores y abundancia de banderas norteamericanas. Público congregado en sillas sobre el césped y un atril presidiéndolo todo, preparado para la llegada del hombre fuerte, mientras que las apuestas sobre lo que iba a anunciar se disparaban. Bueno, más que el qué, la cuantía de lo que promulgaría. Era la escenificación de lo que, orwellianamente, la presidencia del país había definido como “el día de la liberación”. El escritor, orgulloso y cabreado, se retorcería en su tumba si pudiera.

Casi una hora de discurso inconexo, mal dicho, lleno de mentiras, acusaciones, basura ideológica y ansias de venganza. Una comparecencia bochornosa en lo que lo peor no fueron las formas, sino el fondo. Acabó sacando Trump unos carteles enormes, que no eran el menú de las cafeterías cercanas, no, sino listas de naciones en las que, junto a su nombre, figuraban dos columnas de números. Una, en azul, representaba los aranceles que, según la locura naranja, sufren los productos norteamericanos en esas naciones. Datos falaces, empezando por los de la UE, ya que Trump considera que el IVA es un arancel que pagan los productos importados, cuando es un impuesto indirecto que soportan los consumidores intermedios y finales de todos los bienes y servicios que se producen en la UE. A la derecha del todo, en amarillo, el porcentaje de arancel que EEUU va a imponer a todos los productos que se importen de cada uno de los países de la tabla, aranceles que van desde el 36% que sufrirán los productos chinos hasta el 20% de los de la UE o el 17% de Israel, por poner dos ejemplos. Muchas de las naciones de la tierra figuran en esas nuevas tablas de la ley, pero no todas. Rusia es una de las que no aparece, y no es casualidad. Se supone que EEUU va a imponer un arancel mínimo del 10% a todo lo que se importe, y dado que Rusia tiene sanciones, alegó la Casa Blanca, no se le ha querido penalizar más, pero resulta sintomático, ya es casi un clásico, que el sujeto que preside aquella nación dedique toda clase de insultos a sus socios comerciales y de seguridad, como por ejemplo la UE; pero no sólo, y no diga una sola palabra en su casi una hora de soflama respecto a Rusia, nación a la que se siente atado de una manera casi amorosa. Otra tarde noche de diversión asegurada en el Kremlin ante la actuación de su ya mayor y más fiel aliado. El despliegue de tablas que empezó a circular anoche era enorme, con países y países enmarcados en cuadros en los que se impone un dolor innecesario al comercio global. Con su declaración a todo el mundo, con su insultante forma de dirigirse a él, Trump comenzó ayer una guerra comercial global destruyendo el sistema de acuerdos y tratados que ha llevado años crear y que se acabó configurando mediante organizaciones internacionales como el GATT o la OMC. Ayer Trump liquidó todo esto y decidió que él, que los EEU que él cree que representa, son una fuerza imperial que no debe respetar a nada y a nadie. En su discurso se dedicó a despotricar no sólo contra los demás, sino contra décadas de administración norteamericana, que han hecho de ese país el más rico y poderoso del mundo, y que según el magnate sólo han servido para que otras naciones se rían de las barras y estrellas y les expolien. El nivel de mentiras soeces que iba soltando Trump en su alocución era digno de una cutre barra de bar de la España profunda, pero no, las recitaba sin desparpajo un señor trajeado desde el mayor centro del poder del mundo, con un aire de soberbia que apenas era disimulado, sólo superado por el afán de venganza que reclamaba a todos los demás. El acto de ayer fue la constatación de que el Lord oscuro del Sith se ha hecho con las riendas de la república norteamericana y ha declarado la guerra al mundo.

Más allá de los vaivenes que sufran bolsas y mercados hoy y en los próximos días, estos aranceles van a suponer un freno a la economía global, un acelerón inflacionario, una disrupción en las cadenas de suministro, un coste generalizado y, probablemente, la vía que lleve a una recesión tanto en EEUU como en otras naciones. ¿Pueden cargarse el ciclo de crecimiento que vivimos desde hace años? Sospecho que sí. Lo que desde luego se van a cargar es la imagen de EEUU en el mundo, ese intangible que hace unos días comentaba respecto a Tesla. Ahora mismo en Washington rige un déspota que es nuestro enemigo, y va contra nosotros. Putin y compañía deben estar encantados, pero la inmensa mayoría del mundo está, desde ayer, bastante peor.

miércoles, abril 02, 2025

Le Pen, inhabilitada

Últimamente Francia se mueve a golpe de sentencias, muchas relacionadas con sordideces difíciles de imaginar, pero en este caso se trata de un caso vulgar de corrupción, de desvío de fondos de la UE para el beneficio de una formación política que las utiliza en su propio beneficio, malversación de las de toda la vida. El partido implicado y condenado por ello es el Frente Nacional, el movimiento que tanto aboga por el respeto a la ley y costumbres, que deben incorporar el hacerse con el dinero de todos para el uso particular. La condena incluye la inhabilitación de Marine Le Pen, la líder del partido, que no se ha lucrado personalmente, pero es responsable legal última de la formación.

Las elecciones presidenciales francesas son dentro de dos años, y ahora mismo Le Pen sería la apuesta más segura para poder relevar a Macron, que si no me equivoco no podrá presentarse. La condena, por cinco años, impediría a Marine acceder a esa carrera electoral y ha supuesto una conmoción política en el país vecino y, sospecho, un nuevo factor de división en la ya quebrada sociedad francesa. No tengo objeción alguna por el veredicto, que se fastidie Le Pen por las prácticas corruptas de su partido, pero me da miedo que esto sirva para movilizar aún más a los extremistas galos y que lo utilicen de bandera para exhibir un victimismo falso, hipócrita, destinado a enardecer a los propios y a erosionar las costuras del estado de derecho francés. La catarata de reacciones desde la extrema derecha francesa tras la sentencia, y el vocabulario utilizado, es idéntica a la que podemos escuchar en todos los países por parte de políticos delincuentes que ven como los jueces frenan su actos ilegales. Dictadura de los jueces, sometimiento de la voluntad popular a las togas, violación de la soberanía… un montón de frases altisonantes y huecas que da igual que las repita el sedicioso Puigdemoníaco, Sánchez refiriéndose a su mujer o hermano, Netanyahu, los seguidores de Le Pen o Trump. Todos dicen tener ideologías propias, muy distintas, opuestas, pero en el fondo son muy similares. Son sujetos que sólo aspiran a llegar al poder para ocuparlo y explotarlo en su beneficio, y consideran que el voto electoral les exime de toda responsabilidad pública. Para ellos la ley, eso que nos juzga a todos, no es sino un corsé que debe apretarse sin cesar a los ciudadanos normales, mientras que el Valhala en el que creen habitar todos estos sujetos debe estar ajeno a cualquier interferencia judicial. Si algún magistrado osa emprender una causa contra ellos será tachado instantáneamente de fascista o de woke, escoja usted el bando sectario al que quiera apuntarse, y a partir de ahí el intento de deslegitimación del estado de derecho será constante. En ocasiones esta banda de personajes logra sus más profundos deseos, y el caso del indeseable Puigdemont es uno de los más significativos, ya que se ha elaborado una ley para que él y sus secuaces queden impunes de todos los actos que realizaron durante el golpe separatista de 2017. El caso de Trump se acerca bastante, porque ha indultado a los golpistas que asaltaron el Capitolio en 2021 y, en la práctica, ha conseguido una inmunidad presidencial que avale todos sus actos, pasados y presentes. Varios jueces han impugnado algunos de los polémicos decretos que ha estipulado con su firma gruesa y agresiva, y la reacción de Trump, Musk y los suyos ha sido la de atacar a los jueces. Con un estilo y todo muy similar al empleado por la Ministra de Hacienda para destruir la presunción de inocencia, Trump y cía amenazan a magistrados de todo el país por hace su trabajo, y se niegan a acatar sus decisiones, en lo que no es sino una insubordinación del poder político ante el judicial, en un enfrentamiento profundo que amenaza con herir, veremos a ver con que nivel de gravedad, al estado de derecho, que es el que legitima la convivencia de nuestras sociedades. El camino emprendido por todo este tipo de líderes populistas es peligroso, y puede desembocar en escenarios oscuros, de impunidad y poder desmedido, que es lo que desean para ellos mismos.

Jordan Bardela, el delfín de Le Pen, ha llamado a movilizar a sus bases y ha reclamado manifestaciones en las calles, de apoyo a Marine y de repudio a la sentencia, mostrando una enorme irresponsabilidad. Las sentencias podrán gustar más o menos, pero se acatan y punto. Se recurren si no se comparten, y, cuando se acaba el recorrido judicial, no hay más que decir. Sacar a la calle a miles de personas en contra de una sentencia judicial es una manera de atacar directamente a los jueces, al procedimiento, a la ley. Es una manera de buscar la impunidad mediante el ejercicio de la amenaza. La situación política en Francia se va a envilecer aún más.

martes, abril 01, 2025

Morir en la mina

Todos nos quejamos, con demasiada frecuencia, de nuestro trabajo, de problemas de organización en él y de lo poco que se nos valora y, por supuesto, paga. Da igual el desempeño que uno realice o la organización en la que esté, las quejas son frecuentes, reiteradas. Es probable que todas ellas tengan una parte de razón, que haya situaciones realmente nefastas. También que, en muchos casos, ese disgusto es en parte pose para no asumir las propias culpas de la situación, o aún peor, la incapacidad para encontrar una respuesta a por qué no hacer nada para solucionar los problemas que se denuncian. Somos humanos, así es nuestra vida.

Mi padre era albañil de obra, de los que trabajaban haciendo suelos y paredes, y ya decía que los de los gremios que luego operan en la construcción de instalaciones en un edificio son señoritos, porque escayolistas, fontaneros, electricistas y demás trabajan con el techo hecho. Si llueve no se mojan, mientras que él y su cuadrilla tenían que levantar pilares y forjados, y si el día de izar encofrados para pilas se ponía a llover, o caía un sol de justicia, nada te cubría salvo el casco. Su imagen de los que trabajamos en oficina se la pueden imaginar, en un mundo en el que sólo el hecho de no sudar cuando se desempeña un trabajo era, para él y muchos otros, una muestra de privilegio inasumible y de, casi siempre, descaro. No, eso no es trabajar, repetía muchas veces. Alguna vez traté de explicarle que eso de la oficina sí era trabajo, pero también choqué pronto con la realidad de que hacer entender a alguien muchas de las cosas que hago en el día a día puede resultar frustrante, porque yo tampoco les encuentro lógica en ocasiones, así que no insistí demasiado. Era una batalla perdida y no tengo madera de héroe para inmolarme. Con mi madre tampoco lo he intentado. Pese a todo, mi padre sabía que su profesión, por dura que fuera, no era, ni mucho menos, la peor posible. La vida del agricultor o ganadero le parecía insufrible, con el único consuelo de poder estar al aire libre, pero trabajando sin cesar en un mundo hostil en el que o bien un ternero te da problemas y te deja la noche sin dormir o llega una tormenta que te destroza el sembrado al que has dedicado horas. La fábrica también la veía con malos ojos, por la rigidez de la sirena, que cuando yo era pequeño marcaba como un reloj el ritmo de entrada y salida de todo el pueblo. Entonces la fundición era lo más extendido en Elorrio, negocios rentables, con amplias carteras de pedidos, a veces con turnos extra de noche, pero cuyas principales labores se desarrollaban bajo techo en pabellones industriales oscuros, cerrados y llenos de polvo, junto a hornos donde el calor era insoportable, y coladas de hierro fundido en las que todo resultaba abrasivo y muy peligroso. Los accidentes leves eran comunes, y aún hoy la muerte en la fábrica es algo que, aunque sea esporádico, sucede, como pasó hace pocas semanas en una empresa de mi pueblo. La vida de los operarios de fundición era penosa, salían en muchas ocasiones del trabajo como de una mina, como de una mina, cubiertos de polvo oscuro, con ropas sucias, pieles ennegrecidas y la sensación de que no había ducha, ni la de la empresa ni la de casa, que pudiera limpiar todo aquello. Desde casa se veían numerosas chimeneas que expulsaban mierda a paladas, en volutas oscuras que subían al cielo cuando el aire era tranquilo o que formaban espesas nubes, muy respirables, cuando se daban procesos de inversión. El polvillo que escapaba de los hornos, y que los trabajadores respiraban a manos llenas, se repartía por todo el pueblo, se depositaba en coches, aceras y árboles, y llegaba al interior de las casas. Todos de críos lo respiramos, más o menos, y la contaminación que se ve ahora, aun siendo notable, no tiene mucho que ver con la de antaño. Las empresas que quedan se han modernizado y son más limpias. Quedan bastante menos empresas.

Los accidentes mineros eran comunes en ese pasado no tan remoto, y se repetían en televisión las escenas que, en Asturias y León principalmente, no sólo, provocaban la apertura de los informativos. Pueblos pequeños, oscuros, con muchas personas llorando a la boca de unos pozos que regurgitaban cadáveres junto al negro mineral que era la base de su existencia y negocio. Viudas, huérfanos, dolor y pena en un trabajo horrendo que resultaba inimaginable. Sospecho que mi padre agradecía ir a la obra cuando veía esas escenas, y las quejas sobre su trabajo, que conmigo no compartió, las diría mas bajitas, tras ver cómo esos pozos se volvían a cobrar su tributo en vidas. Ayer, marzo de 2025, volvió a morir gente, mucha gente, en una mina en Asturias.