martes, abril 08, 2025

Esa escena de El Brutalista

Comentó Rosa Belmonte, a la hora de hacer la crítica, que esa escena era la mejor de la historia en la que se muestra la estatua de la libertad desde la de El planeta de los simios, que es insuperable. En su momento, al verla, se me hizo fugaz, excesivamente acelerada, sin poder entrar en detalles. Luego, pensando en ella, empieza a adquirir sentido cuando una comprueba que es uno de esos fugaces pases el escogido para ilustrar el cartel de la película. Algo profundo nos quiere decir con esa escena, y el significado se va desvelando a lo largo del metraje, que visto en la actualidad diaria que nos absorbe, resulta evidente.

Llegar a Manhattan y contemplar la estatua de la libertad era uno de los mayore sueños que uno podía albergar cuando se embarcaba en la diáspora que lo trasladaba al otro lado del Atlántico. De Europa se huía, del hambre o de la persecución, de la intolerancia religiosa o política, de la opresión, de la ruina, de las empresas fracasadas que no se podían reconstruir, y América, los EEUU, eran la esperanza para muchos, que llegaban apenas con lo puesto y con ganas de intentarlo en el país de las oportunidades, un lugar salvaje y despiadado pero que te permitía hacer lo que quisieras y en el que podrías forrarte si las cosas iban bien. Manhattan era el sueño urbano dorado y la estatua la señal de haber llegado a un lugar de promisión, refugio y esperanza. Puede sonar muy ñoño, pero durante gran parte del siglo XIX y hasta mediados del XX así fue, los problemas surgían de Europa y EEUU era la solución. Un país vasto, de dimensiones continentales, con un gobierno estable y una amalgama de refugiados de todas las nacionalidades posibles en el que siempre existía una comunidad que podía acoger a uno más llegado de la vieja fábrica de problemas europea. Esa estatua es uno de los mitos más poderosos de occidente, una señal de que derechos y libertades de la persona, reconocidos y defendidos por la ley, están en la base de nuestras sociedades y que serán siempre lo que las distinga. Regalo de Francia a la nación norteamericana, representa un símbolo de unión entre las dos orillas de un océano enorme, pero que hemos venido a denominar charco para hacernos entender que es sólo un trozo de agua que separa dos realidades diferentes pero con un fondo común. Por eso, la manera en la que se muestra la estatua en la película, muy distinta a la habitual, resulta paradójica. El plano habitual es el contrapicado, en el que el inmigrante que llega a la bahía del Hudson contempla la corona de espinas y la antorcha a lo alto, desde su pequeñez, como si fuera la gran recepcionista que le da la bienvenida a la nación, e impide que las pesadillas que le hicieron viajar traspasen ese umbral. Pero en El Brutalista la estatua se muestra forzada, violentada. El protagonista sube aceleradamente desde el fondo del barco en el que se ha escapado del infierno nazi al grito de sus compañeros, que le indican que ahí está. La cámara se mueve violentamente ascendiendo las escaleras hasta las cubiertas superiores, con el ímpetu del desposeído que llega a destino, salimos al exterior… y la estatua se muestra inestable, torcida, tumbada, apuntando hacia abajo. Unos pocos fotogramas de luz escasa, como de día cubierto, y el símbolo no está quieto, apuntando al cielo, sino que pega tumbos, y se llega como a caer. No hay gloria alguna en esa escena, no se eleva a los altares ningún símbolo, sino más bien lo contrario, se le golpea, se le rebaja de su pedestal y se le asoma a una especie de abismo en el que corre el riesgo de ser destruido. Ya les digo que son apenas unos pocos segundos, es un pasaje acelerado en el que uno puede perderse detalles porque va todo demasiado deprisa, pero no existe nada similar a la llegada a una tierra prometida, sino más bien lo contrario. El protagonista abandona su pasado, pero el presente es un país enorme que se le hace ajeno y que empieza a ver bastante alejado de la idílica visión que albergaba en su interior. Pese a los éxitos que pueda alcanzar en su carrera, la hostilidad que le provoca la sociedad en la que ha caído no deja de crecer. Es una película en la que el sueño americano tiene mucho de pesadilla.

Una de las mayores fortalezas de EEUU ha sido su papel de lugar aspiracional, de seguir siendo una nación fundada por pioneros que albergaban una idea, no un espacio atado a una tradición secular. Esa ciudad sobre la colina a la que se refirió hace ya siglos John Winthrop como aspiración ideal de justicia y libertad, de civilización frente a la barbarie, de la nueva Jerusalén que se alza frente al barbarismo. EEUU ha cultivado ese sueño y millones de personas de todo el mundo lo han hecho propio, y han convertido a esa nación en la más rica, poderosa y deseada del mundo. Si la actual necedad destruye esa idea, el golpe a la nación, a su prosperidad y futuro puede ser devastador.

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