lunes, abril 14, 2025

Ha muerto Mario Vargas Llosa

Supongo que será manida la comparación, pero hoy, aniversario del hundimiento del Titanic, ha fallecido uno de los mayores escritores de la historia, en este caso en castellano. La levantarme y poner la tele me he encontrado con la desagradable noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa, acaecida en Perú, donde se encontraba con toda su familia. A los 89 años, con una vida prolífica y larga, ha muerto rodeado de los suyos en la tierra que le vio nacer, que describió como nadie, y que será el lugar en el que sus cenizas reposen, tras ser incinerado por su expreso deseo. Las letras universales están de luto por una pérdida enorme.

En lo literario, Vargas Llosa lo ha sido todo, todo, todo. Fue parte del llamado boom latinoamericano, esa explosión de literatura y lenguaje que llegó del otro lado del charco con una frescura, imaginación y belleza que en España ya ni se podía imaginar. Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y el propio Vargas Llosa eran los estandartes de una generación de creadores que supieron renovar la forma de escribir y contaron con el éxito de la crítica y el público. Gracias al trabajo de Carmen Balcells, desde Barcelona, sus obras llegaron a nuestro país y el resto del mundo, y cambiaron la literatura en castellano. García Márquez fue el primero en ser reconocido con el Nobel, pero era Vargas Llosa el que iba desarrollando una carrera literaria más profunda. Menos centrado en el realismo mágico, sus novelas se centraban en retratar el Perú en el que había nacido, y la opresión que se vivía en el país por las dictaduras militares que lo regían. Vargas Llosa era literato, pero creyente en la libertad con la misma fuerza con la que la pasión de las letras le devoraba. Esto le hizo separarse de los popes ideológicos que servían de referente a muchos de sus correligionarios escritores, y le hizo apartarse de ellos. En las novelas de su primera etapa, con La ciudad y los perros, Conversaciones en la catedral o La casa verde, como grandes hitos, se muestra rudo, no ahorra dolor en las descripciones referidas a la arbitrariedad del poder y a cómo los ciudadanos, sometidos bajo él, degeneran para tratar de sobrevivir, adaptándose al miedo o dejándose llevar. Toda su obra tendrá como hilo conductor la defensa de la libertad y la denuncia de los dictadores, sea cual sea la presunta ideología en la que se envuelvan para tratar de encubrir su ansia infinita de poder. Candidato a las presidenciales de Perú, llegó a la segunda vuelta electoral, pero no logró salir elegido, y acabó escarmentado de la política activa. Tras ello, compaginó su labor de escritor con el desarrollo un activo papel como intelectual en defensa de sus ideas, con esa libertad como bandera. Articulista, ensayista, baluarte del liberalismo de corte anglosajón y abierto, huía de dogmatismos y era capaz de separar el polvo y la paja de la agria actualidad que le rodeaba. Residente en España desde hacía mucho, obtuvo la nacionalidad ya en los noventa y se convirtió en un personaje público de nuestra actualidad social. Sus novelas siguieron siendo excelentes, con Tiempos recios, o, especialmente, La fiesta del chivo, como cumbres absolutas de una labor literaria incansable. Abanderó causas políticas en nuestro país, como la inquebrantable defensa de las víctimas del terrorismo de ETA o la denuncia del procés catalán, siendo de los pocos valientes que, desde primera hora, se apuntó a la defensa de la democracia de nuestro país frente a los sediciosos que trataban de tumbarla. Creciente en edad y dudas, su figura creció de una manera enorme, y pese a que en los últimos tiempos más de uno le asoció a la prensa del corazón por la relación que tuvo con Isabel Preylser, su relevancia en el campo literario le consagró en todo el mundo. Recibió el Nobel en 2010 y fue miembro de la Real Academia Española y de la francesa, un honor compartido que, creo, nadie ha recibido nunca.

Hace un par de años se despidió de las páginas de la prensa, donde tenía una columna de opinión regular los domingos en El País. Su última novela, Le dedico mi silencio, era expresamente el final de su carrera como escritor de ficción, y dejó el mensaje de que estaba trabajando en un último ensayo sobre la vida de Sartre, uno de los grandes intelectuales del siglo XX, luz llena de oscuridad que en su momento le encandiló y que supo ver, con su clarividencia, las falacias que escondía tras su máscara de compromiso social. No se si ese trabajo verá la luz o no. Su obra es enorme y queda para siempre entre nosotros. Gracias por ella, y un sentido abrazo a los suyos por la pérdida de la persona que fue.

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