Uno de los mejores libros de Antonio Muñoz Molina es su ensayo “Todo lo que era sólido” en el que se retrata el derrumbe de una orgullosa España que asiste perpleja al estallido de una burbuja negada y sostenida por todos. Desde el gobierno inepto de ZP hasta el último de los ciudadanos que especulaba con los pisos, cada uno con su cuota de responsabilidad, el texto repasa el paso de la gloria a la nada, y de cómo la grandilocuencia de los años de auge carecía de sostén. Apenas unos humildes pregonaban en el desierto de la vanidad, y todos acabamos pagando las consecuencias de aquellos errores, que aún hoy muchos no quieren aceptar como propios.
Desde el título, la metáfora es perfecta para describir lo que sucedió el lunes, y la absoluta sensación de hundimiento de la vida bajo los pies que se siente cuando las certezas que se dan por hechas desaparecen. La luz se enciende al apretar un pulsador, el metro acude a su estación, los ascensores suben y bajan, los semáforos regulan…. Miles y miles de actos a los que no damos importancia porque los consideramos automáticos se convierten en obstáculos insalvables cuando dejan de producirse, y en ese momento llega la zozobra. En medio de la ausencia total de información, y con la incógnita de saber lo que ha sucedido y cuánto tiempo va a tardar en volver la normalidad, el comportamiento se altera, y la sensación de fragilidad crece. No nos engañemos, a medida que las sociedades crecen y se hacen complejas, sus riesgos también lo hacen, y la única manera de evitarlos es cercenar la vida social. Por eso, los sistemas de seguridad crecen y se hacen cada vez más complicados en el mundo moderno a medida que los sucesos que pueden llegar a pasar creen en cantidad y dimensión. Y por eso, también, hay miles de personas que trabajan para evitar que esos sucesos no ocurran y, de pasar, paliar sus consecuencias lo más rápido posible. Pero a veces las cosas ocurren, bien por accidente, sabotaje o negligencia, y entonces todo se vuelve enrevesado, y la sensación de fragilidad en la vida se dispara. Día a día nos agarramos a certezas que son volátiles, que están ahí porque hay gente que trabaja con empeño para que se mantengan, y desaparecerían si no fuera así. El domingo, sin ir más lejos, se llegó a un acuerdo para que la huelga de basuras que había en Madrid capital se desconvocara. La basura sale de nuestra casa y llega al contenedor porque la llevamos, pero sigue su camino porque hay personas y empresas que se encargan de su recogida y gestión. Sin ellas la basura no se mueve, se va acumulando en los contenedores y crece. No desaparece sola, no se evapora ni transfigura en la nada. Lo mismo la luz. Es enorme el complejo empresarial, técnico y humano que, sin cesar, todos los días a todas horas, logra que el sistema eléctrico funcione sin interrupciones, y lucha constantemente contra todo tipo de incidencias. En nuestra vida real hemos delegado el mantenimiento de casi todo a otras personas que realizan esa función, pero imaginamos que todo ocurre de manera autónoma, natural, como el crecimiento de la hierba tras los días de lluvia. Y no, no es así. Lo que creemos sólido no es sino el resultado de mucho trabajo y esfuerzo. Mantener viva la ficción de que todo funciona correctamente siempre y sin incidencias, y que es inmune a problemas es un pensamiento profundamente infantil, de hecho es lo propio en bebes y niños, para los que sus padres son dioses capaces de todo, y que les proporcionan alimento, seguridad, cobijo y todo tipo de necesidades sin saber de dónde surgen. Se las dan sus padres y punto. En nuestro mundo el grado de infantilismo social es creciente, y enfrentarse a golpes como el del lunes es una manera de recordar que no podemos dar nada por supuesto, que las cosas funcionan porque otras personas logran que funcionen, y que poner de nuestra parte para que todo transcurra normalmente es, casi seguro, lo mejor que podemos hacer para minimizar riesgos, propios y sociales. Recuerden, minimizarlos, eliminarlos no es posible.
Ya veremos cómo se distribuye la causalidad de lo sucedido el lunes entre lo que antes comentaba; accidente, sabotaje o negligencia. Hoy en día, y con la información que se tiene, y las advertencias técnicas que llevan circulando desde hace tiempo, lo más probable es que nos encontremos ante una mezcla entre el primer y tercer factor, pero ya se verá. Me da que no habrá especial interés por parte del gobierno, parte implicada en lo sucedido, en descubrir las causas de lo sucedido, no vaya a ser que algunas de las personas colocadas en puestos de responsabilidad por su afinidad política sean vistas como posibles cabezas de turco de uno de los mayores desastres técnicos de la época moderna de nuestro país.
Mañana y el viernes son festivos en Madrid. Si no pasa nada raro, y dada la racha en la que estamos vaya usted a saber, nos leemos el lunes 5 de mayo.
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