Mi trabajo tiene un elevado componente financiero. Me paso casi todo el día haciendo números que deben cuadrar, ajustarse, cumplir reglas, o respondiendo a peticiones de información. Hay picos y valles, últimamente pocos de los segundos, y la presión existe, creciente, como el número de jefes. Pero al menos tengo una suerte profunda, y es que los “clientes” no pierden dinero en la operativa del negocio en el que estoy. De hecho, no es un negocio, como no lo es todo lo que tiene que ver con la inversión pública, pero sí hay cifras rojas y negras, presupuestos sobrepasados y otros que no se cubren, imprevistos que requieren improvisación y cosas por el estilo.
Esta semana de auténtica locura financiera ha debido de ser una pesadilla para todos aquellos que trabajan en bolsas y mercados. Gestores, fondos de inversión, operadores de trading, los que actúan desde casa de manera autónoma buscando un margen diario…. Todos ellos están habitualmente sometidos a tensiones elevadas, porque su negocio es sacar el margen de una situación de riesgo que no controlan y garantizando los rendimientos de la inversión principal que les han depositado sus clientes. Supongo que en épocas de ascenso constantes, como las que hemos vivido, por ejemplo, en los años 2024 y 2023, la situación es más relajada. Bastaba una gestión pasiva replicando índices para obtener márgenes sustanciales que cubrieran los compromisos de los particulares que contrataban los productos y el resto sería ingreso extra para los que trabajan en el tinglado. Sendas tranquilas, modelos predictivos de comportamiento que se cumplen y sensación de control. Como una tranquila tarde de primavera. Pero, ay, siempre llegan las borrascas, como la de hoy, que alteran el panorama y lo revuelven. Se sabía que la llegada de Trump iba a provocar sacudidas en los mercados, pero pocos intuían lo disruptivo y necio que podía llegar a ser. Hoy, sin que hayamos llegado a los tres meses desde la jura de su mandato, todo está patas arriba, y en los mercados ni les cuento. Subidas y bajadas como las experimentadas estos días no las recoge ningún modelo de comportamiento, se escapan por completo de las distribuciones estadísticas normales y se acercan al extremo de sus colas, donde como si fueran puntos de singularidad, las reglas no se cumplen. Oscilaciones superiores al 5% en un día son burradas ante las que las operativas convencionales poco pueden hacer. Al segundo día de pérdidas exageradas es seguro que la avalancha de clientes llamando a sus gestores haya sido imparable. Teléfonos, correos, aplicaciones, mensajería de todo tipo… peticiones sin fin de clientes asustados que ven en las noticias como las cotizaciones se desploman y que sus ahorros pierden sin cesar. Los nervios son malos consejeros, peores en situaciones de miedo, pero se vuelven inevitables. Ya el pasado fin de semana, con los primeros derrumbes tras el orwelliano día de la liberación, la idea de pasar un par de días de descanso para muchos supongo que se convirtió en un sueño de verano, porque ahora ya los mercados pueden parar, pero las apps no. Gestoras de fondos que llevan patrimonios sustanciales, individuales o colectivos, que se relacionan en muchos casos con planes de ahorro en los que pensiones o figuras de semejante importancia están en juego, empezarían a sudar de lo lindo ante un panorama que se descontrola por completo. ¿Cómo afrontar esa presión? Imagino reuniones de urgencia en el pasado sábado o domingo, improvisadas en muchos casos, no presenciales, con ruido de fondo y sensación de ahogo ante un lunes que pintaba negro y resultó ser opaco. Histeria creciente, y cada vez más presión. A añadir a todo esto los patrimonios personales de los que trabajan en el sector, muchas veces invertidos también, y con ingresos dependientes de unas comisiones en función del rendimiento que se deben estar esfumando. Si algunas de ellas están comprometidas en planes a posteriori es probable que muchas de esos gastos futuros se empiecen a cancelar sin alternativa posible.
Y luego, claro, están los que operan por su cuenta, que se juegan sus propios ahorros y que se forran, es un decir, cuando las cosas van bien, y se pueden arruinar, y muy en serio, si todo va mal. Ahí habrá expertos en la materia, gente curtida con mayor o menor experiencia, junto a un montón de aficionados que han podido ver en el trading una forma de vida y que, tras años de subida, se enfrentan a una de las mayores montañas rusas, llena de dientes, de la historia bursátil moderna. Algunos, armados de un par de manuales y libros de autoayuda, se han lanzado de bruces contra una máquina que, cuando se pone a ello, pude destruir capital y esperanzas sin freno alguno. ¿Cómo se sobrelleva eso? Ni idea.
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