Ayer fue un día de esos en los que la bolsa norteamericana es capaz de medir al instante la sensación del momento, como un termómetro perfecto de la fiebre que sufre la economía y política global. Empezó con un rebote muy intenso, de algo más del 4%, tras las debacles de los días pasados, pero fue perdiendo fuelle a medida que avanzaban las horas y entró en pérdidas a algo más de una hora del cierre, cayendo al final el SP un punto y medio. Pude leer que ayer fue el día con mayor recorrido en el índice de su historia entre máximos y mínimos. No se si es cierto, pero merece serlo.
¿Por qué ese comportamiento? La bajada se acentuó a medida que el locuaz, seré educado, Trump, mandaba mensajes en los que aseguraba que su teléfono no da abasto para atender las llamadas de todos aquellos que suplican negociar con él (besarle el culo, dijo literalmente el personaje) pero que no va a ser una negociación sencilla, porque va a exigir cosas más allá de los meros intercambios comerciales, como el pago por parte de Corea del Sur de los costes de las tropas norteamericanas que residen en su territorio. Pero el acelerón de pérdidas llegó cuando anunció que, como respuesta a la contestación china de imponer un arancel equivalente al sufrido, decidía duplicar la tasa a las importaciones chinas, subiendo la tarifa a un estratosférico 104%, lo que supone duplicar directamente los precios de los bienes que, procedentes de ese país, llegan a EEUU. China ya ha dicho que va a actuar de manera simétrica ante todo movimiento norteamericano, por lo que nos encontramos, ya, ante el juego planteado una y mil veces en el que dos contendientes corren uno contra otro, hasta un punto de colisión, hasta que uno de ellos se desvía para evitar el accidente. Las dos mayores economías del mundo, el mayo importador, EEUU, y el mayor exportador, China, empiezan a enfrentarse a cara de perro en el tema comercial, y comienzan a romper los vínculos que les unen y, en principio, disminuyen las probabilidades de que las disputas no escalen a otros niveles más allá del económico. Realmente, al juego del gallina, ese de los macarras que se amenazan, sólo pueden jugar los más fuertes, o los que creen que pueden ganar, y sólo un país, China, es capaz de disputar la preminencia global a EEUU en estos momentos, y está actuando realmente como un rival. En Beijing se hacen cálculos sobre el coste y beneficio de lo que está sucediendo, y saben que se arriesgan a perder mucho, porque el país está sumido en problemas económicos propios desde hace un tiempo, con la digestión de una burbuja inmobiliaria que no acaba de terminar, uns demanda interna que no responde, un conjunto de inversiones públicas tan aparatosas como, en muchos casos, innecesarias, y una rigidez gubernativa a la hora de dirigirlo todo que asfixia la innovación propia. Sin embargo, saben que tienen unas fortalezas que les permiten elevar la apuesta. Las redes que han tejido con otras naciones no occidentales les garantizan suministros de materias primas, especialmente agrarias y energéticas, sin recurrir a EEUU, el grado de tecnología propio y el uso de aplicaciones informáticas alejadas del ecosistema norteamericano les da una independencia en ese sentido que pocos países del mundo poseen, y su población está dispuesta a sacrificarse en el caso de que el régimen les venda, bastante fácil dada la actitud de Trump, que los problemas que puedan sufrir les vienen impuestos desde un exterior hostil. Recordemos que China es una dictadura de partido único y que el poder de Xi es inmenso, pero que el acuerdo tácito que mantiene la estabilidad del país se basa en un trueque en el que la sociedad acepta la ausencia de libertades a cambio de prosperidad. Los años complicados que vive la economía china desde el Covid y el endurecimiento del régimen de Xi han puesto en entredicho varias de las posibilidades de desarrollo chino, pero la presencia de un enemigo exterior, en forma de sujeto naranja, es ideal para el régimen y puede sacarle un gran partido en su propio beneficio.
Duplicar el coste de los productos chinos en EEUU supone, para el consumidor americano, un sablazo inmenso a su capacidad de compra, especialmente en productos como los tecnológicos o de ocio, y su pérdida potencial puede ser enorme. Wall Street volvió a decir ayer, a gritos, que la guerra de aranceles es una estupidez peligrosa que puede llevar a la recesión a las naciones y a la ruina a no pocos, pero el instigador de la misma, Trump, sigue ajeno a todo. Y de mientras los gigantes se pelean, los enanos, el resto, estamos cada vez más asustados y, sospecho, más cerca de la crisis económica. Ellos van a perder con los movimientos que están efectuando, al resto ni les cuento lo mal que nos va a ir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario