lunes, abril 28, 2025

Arte vaticano

Quizás el momento más simbólico de toda la ceremonia funeraria del pasado sábado en el Vaticano fue ese, cercano al final, en el que los sediarios, esas personas que portaban el féretro de Francisco, lo levantaron e inclinaron hacia el público que abarrotaba la plaza, como queriendo incorpora el cuerpo que portaban en su interior, lo que provocó un aplauso espontáneo y cerrado. Ese mismo gesto se repitió poco después, cuando tras el traslado el ataúd se disponía a acceder al templo de Santa María la Mayor, donde ya reposa para siempre. Mismo gesto, misma respuesta del público.

Puede sonar a chiste, pero en todo esto del ceremonial y el arte asociado, el Vaticano está en el más allá. Sólo por disponer de escenarios de grandeza tales como la plaza vaticana o el interior de la basílica uno sale a jugar cualquier partido estético con una ventaja enorme, y mal lo tiene que hacer para desperdiciarlo. Y, obviamente, no fue ese el caso. La ceremonia de exequias del sábado fue un ejemplo de profesionalidad en lo religioso, en lo artístico y en lo televisivo. Quiso contribuir el día en Roma, despejado y suave, sin calor agobiante ni viento molesto, una agradable mañana de abril en la que la luz lo invadía todo y permitía que la realización del acto en el exterior fue no sólo posible, sino inmejorable. El uso de la música en el recitativo de la misa fue muy adecuado, recurriendo a repertorio polifónico de total garantía (Palestrina) temas gregorianos y algunas composiciones más modernas, y sin apenas contemplar los intérpretes se pudo disfrutar de ellos. El uso del color, reforzado por la presencia roja de los cardenales y el negro de los invitados, con la excepción de quien ustedes ya saben, permitía unos juegos de contraste muy llamativos, y así fueron explotados por una realización televisiva que hizo un trabajo excelente. En todo momento la cámara estaba atenta a lo que sucedía en el altar y en otros puntos de interés, y se compaginaban escenas de proximidad, primeros planos del oficiante o del ataúd, con vistas generales de la plaza, enfocadas tanto hacia el obelisco y la vía de la Conciliación como en el sentido inverso, hacia la fachada de San Pedro, tratando de hacer con la cámara el mismo juego con el que Bernini pretendió diseñar la columnata, el acogimiento, el abrazo que estrecha a quienes allí se congregan. Por eso, era un el maestro un genio, no sólo por lo arquitectónico, sino también como escenógrafo. Entre los planos de origen moderno o innovador, hubo uno que destacó mucho, supongo que mediante el uso de drones, que era esa visión cenital de la parte inicial de al plaza, en la que se encontraba situado el altar, ataúd, autoridades y cardenales, un plano cerrado visto perfectamente desde arriba que otorgaba una imagen de simetría espectacular, y que ofreció algunos de los mejores momentos, tanto cuando el féretro abandonó el interior de la Basílica y, tras él, lo hizo el séquito de cardenales que le honraban en el pasillo de la nave, cuando al terminar la ceremonia se vivió el proceso inverso, con el cadáver abandonando la plaza en medio de todo el mundo, portado por los sedarios, y tras él la disolución del bloque de cardenales, como el deshilachado de una tela, en la que una trama se iba desgajando en un hilo continuo. Las imágenes tomadas desde lo alto ofrecían una sensación de movimiento espectacular, preciosa, insuperable. Se sentía uno en lo alto, con la música de fondo y el juego de movimientos perfectamente coreografiados. Había momentos en los que la toma se movía y enfocaba, además de lo que sucedía en la plaza, la hilera de estatuas de los apóstoles que coronan la fachada de San Pedro, creando la sensación de que ellos mismos eran los que observaban desde allí y dirigían la ceremonia. Más allá del valor religioso del hecho y de la liturgia, todo resultó ser un espectáculo de un nivel estético insuperable y de una enorme belleza, lo que en sí mismo le otorga un valor indudable.

De entre los ausentes, y que sean realmente relevantes, el único que merece referencias es Xi Jinping, el presidente chino. Y es China quizás la única civilización del mundo que es capaz de enfrentarse a la idea de contemplar los ritos y ceremoniales de la institución occidental más longeva, dos milenios, con la sensación de estar ante algo que pueden entender. Ellos poseen ritos también llamativos, intensos y cargados de una tradición aplastante. Este sábado occidente ofreció al mundo, también a China, una muestra de lo más refinado de lago que en Beijing sí son capaces de apreciar y de valorar. Historia.

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