Argentino en fondo y forma, Francisco no ha sido un marxista, como muchos le han acusado durante estos años, sino un peronista, una de esas cosas que son difíciles de definir, pero que arraigó en Argentina y se encarnó en la figura de Juan Domingo Perón, dirigente autoritario que mezclaba tanto una doctrina social paternalista con toques socialistas como un populismo desatado y, desde luego, una concepción del poder total en manos de una persona que dicta sin consultar a nadie. Una figura más cercana al Mussolini italiano que a otro tipo de dictadura, aunque es muy conocido lo bien que Franco y Perón se llevaban. Les unía algo muy profundo.
Francisco no se ha cortado mucho a la hora de opinar de los asuntos terrenales, dejando orillados temas de doctrina y espiritualidad, en los que no se sentía cómodo. Sabía que le iba a dar más relevancia una opinión sobre, pongamos, los inmigrantes, cuando jugaba con la ventaja de poder expresarse sin tener que tomar medidas al respecto. Que yo sepa, el Vaticano no acoge ni a refugiados ni a inmigrantes que han sido rescatados de sus embarcaciones ni nada. Tampoco el Papa se somete a un escrutinio electoral, y su puesto depende de los votos que saque. Es un rey absoluto que opina sin tener que sufrir el riesgo de perder su puesto de poder. Ello facilita que actúe como conciencia moral del resto, cosa que se agradece, pero que pueda caer en excesos populistas, que ha sido el caso de Francisco en muchas ocasiones. Es fácil atacar políticas y gobiernos que son vistos como hostiles por la opinión pública en ciertos aspectos, aspectos donde la hipocresía de esa opinión pública es manifiesta, y la inmigración vuelve a ser un ejemplo perfecto. Sin embargo, no ha sido un Papa nada locuaz en otras ocasiones donde su voz hubiera sido necesaria, no para alterar el curso de los acontecimientos, pero sí para ofrecer consuelo. La guerra de Ucrania me ha parecido el mayor de los fallos de este pontificado, sobre todo su actitud equidistante. No debiera sentirme extrañado, la iglesia católica, especialmente su jerarquía, no ha perdido la oportunidad de abandonar a las víctimas y comprender a los asesinos en cuanto ha visto que tenía el riesgo de convertirse en parte del primero de los grupos. La indiferencia, hasta complicidad, que demostró en el caso del terrorismo etarra en nuestro país es un caso clamoroso de traición de los purpurados y demás ordenados a sus votos, abandonando a las víctimas de la violencia etarra a su suerte, cuando no culpabilizándolas. Ni la iglesia española ni el Vaticano han pedido nunca perdón por lo que hicieron y dejaron de hacer en esos años, y no creo que lo hagan nunca. En la guerra de Ucrania Francisco se refería habitualmente al país invadido como “martirizado”, correcto, pero en cada una de sus declaraciones trataba de ponerse en el medio de una supuesta balanza que no lo es tal, ante un evidente caso de agresión matonista por parte de Putin. Es cierto que el Vaticano ha congelado sus relaciones con el patriarcado ortodoxo de Moscú, pero no le quedaba otra alternativa una vez que los popes moscovitas se han convertido en fervorosos seguidores de las matanzas que ejecuta el presidente ruso. Desde que se produce el inicio de la invasión, en febrero de 2022, Francisco no dejó de perder oportunidades de visitar Kiev, cosa que ha hecho cualquier dirigente con un mínimo de sentido de humanidad. Ni se previó nunca esa visita ni se escuchó opinión alguna en la Santa Sede sobre la necesidad de un viaje no hecho que empezaba a ser todo un agujero en la agenda papal. Excusas variadas que sirvieron para pasar el tiempo y que empezaron a ser menos necesarias cuando la salud del pontífice empezó a mostrar debilidades manifiestas. A mi entender, esa no visita es un enorme baldón en su trayectoria, y ejemplifica lo peor del pensamiento político de la persona que ocupaba el papado. Es fácil hacer gestos que son bien recibidos, es arriesgado ejecutarlos cuando suponen un peligro personal y te pueden llevar a críticas profundas por parte de poderosos, de esos que sí que te pueden meter en problemas.
Las intervenciones políticas de Francisco han sido alabadas en exceso por algunos, que lo veían como un Papa próximo, y criticadas con saña desde el otro extremo político, donde se le veía como un traidor. No era ni una cosa ni otra. Mucho más rígido en la doctrina de lo que aparentaba, Francisco ha sido un personaje mediático al que le gustaban las cámaras y sabía sacarles partido, y ha sido manipulado por propios y ajenos, a buen seguro con su beneplácito, a sabiendas del dicho que dice que lo mejor es que hablen de uno, aunque sea mal. Pisó varios charcos y disfrutó del revuelo que organizaba al chapotear en ellos. Era todo un personaje.
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