Ahora mismo el Bitcoin cotiza en poco más de 106.000 dólares la unidad, después de haber llegado a un máximo de 109.000 hace pocos días. Si recuerdan, tras la llegada de Trump tuvo un ascenso fulgurante hasta la cota de los cien mil para luego retroceder con fuerza, cayendo cerca de un treinta por ciento. Desde entonces, poco a poco, ha vuelto a recuperar posiciones y se encuentra en cotas máximas, con el consejo de compra de varios analistas y la corriente de fieles que desde siempre lo han visto como un activo refugio empeñados en elevarlo a los altares financieros y sociales. Ese debate, que es muy interesante, lo dejo para otro día.
Hoy voy con un asunto algo más siniestro, que tiene mucho que ver con la codicia y que se ha disparado al subir como la espuma la cotización de esa presunta moneda digital. Se han disparado los secuestros para robar bitcoins. Sí, sí. Hace pocas semanas se hizo viral un vídeo en el que un grupo de asaltantes trataban de secuestrar a una mujer en París. La forzaban para introducirla en una furgoneta y llevársela, y en las cámaras que grababan la escena se ve cómo estuvieron a punto de lograrlo, pero finalmente no lo consiguieron. Esa mujer era familiar de un individuo poseedor de una cartera de bitcoins en la nube, y el objeto del secuestro era el de conseguir las contraseñas, presionando al chantajeado con la vida de la mujer como prenda. En estos días también se ha sabido que la policía de Nueva York ha detenido a un grupo que, esta vez sí, había secuestrado a un titular que poseía varios bitcoins. Lo retenían en un sótano y le estaban practicando torturas mafiosas típicas en plan no dejarle dormir, romperle dedos y cosas por el estilo, para que confesase la calve que permitía acceder a su monedero digital y, de ahí, a los bitcoins. Si uno tiene varias de estas monedas en propiedad basta con llegara a la decena para, en la actualidad, poseer un millón de dólares, y al ser activos digitales puros, su intercambio resulta tan instantáneo, trivial y etéreo como el de cualquier otro fichero electrónico. Normalmente se encuentran alojados en la nube o en dispositivos físicos como discos duros externos, lápices de memoria o cosas así, y protegidos por contraseñas que sus dueños conocen para acceder a ellos. A medida que ha ido subiendo la cotización del Bitcoin se han multiplicado las estafas y demás delitos, muchas veces recurriendo a tácticas de hackeo, para hacerse con monedas de otros y mangarlas, pero el incesante aumento de valor del activo ha disparado la codicia y ha hecho que los desaprensivos de todo tipo se introduzcan en el negocio del robo de criptos, lo que seguramente es una novedad para muchos de ellos. Es probable que muchos de estos secuestradores, torturadores y demás profesionales del crimen actúen por encargo, pactando la comisión con quien les contrata sin que sepan muy bien qué es lo que están robando, o el valor que pueden tener las combinaciones de caracteres que acaban soltando los pobres dueños de criptos que caen en sus garras. Muchos tendrán experiencia en el “cobro” de deudas y ahora están modernizando su negocio, por así decirlo. Y es casi seguro que si la escalada del Bitcoin sigue este tipo de noticias sean cada vez más frecuentes. En sus inicios el Bitcoin no valía casi nada, centavos, y es famosa la transacción que se hizo para comprar una pizza en la que se desembolsaron creo que miles de ellos. Esa pizza ahora, al cambio, sería una fortuna disparatada. Desde entonces son muchos los particulares que atesoran bitcoins creados en sus primeros tiempos, y que en no pocos casos han visto como el valor de eso que tenían guardado por ahí, y que les parecía un juego tecnológico sin más, les ha hecho millonarios. Más de uno no recuerda dónde dejó esos archivos, o lo que es peor, está en dispositivos para los que ha olvidado su contraseña, con la desesperación que ello puede suponer. Es un mundo algo extraño y lleno de anécdotas interesantes.
El uso del bitcoin por parte de grupos ilegales que se valen de él para esconder el rastro de sus andanzas va a acabar siendo superado por el mero negocio del robo y apropiación de los activos. Lo más prudente para cualquier titular de bitcoin, en la actualidad, es ocultar completamente que lo posee, tener a muy buen recaudo los dispositivos en los que está y memorizar las contraseñas de acceso como si le fuera la vida en ello. Y claro, gestionar con cuidado ese activo, porque cada venta de uno de ellos supone una entrada de liquidez enorme que puede destapar el interés de los participantes del mercado, la Hacienda Pública o “curiosos” que tengan ideas y amigos de manos largas y martillos grandes.