Es un chiste fácil decir que el Prevost estaba destinado a ser un preboste, y finalmente así ha sido, al ser elegido Papa en el cónclave tras la que, se supone, ha sido la cuarta votación (como mucho la quinta). Los quinielistas y demás expertos daban por casi segura la victoria del secretario de estado Parolin en el caso de un cónclave rápido, y el resultado final ha dejado a todos bastante sorprendidos, porque Prevost no era un desconocido, pero no figuraba como papable en casi ninguna apuesta. En general hubo sorpresa ayer al conocerse la persona señalada para regir la iglesia a partir de ahora. Su candidatura se pagaría muy bien en las casas de apuestas.
Se ha destacado mucho de él que es norteamericano, lo que le convierte en el segundo Papa del continente americano, tras Bergoglio, y que tiene un perfil misionero y similar en bastantes aspectos al de su antecesor. Se ha resaltado también su pertenencia a una congregación, la de los agustinos, su perfil técnico, al poseer un título en matemáticas, algo no muy habitual entre los pertenecientes a la jerarquía católica, y que es un nacido en Chicago de padre francés y madre española, poseyendo también la nacionalidad peruana, donde ha ejercido un montón de años como misionero. Todos los medios recalcan los retos a los que debe hacer frente, con las finanzas vaticanas, la gestión de los abusos y la división eclesial como grandes asuntos, pero creo que Prevost, como sus antecesores, tiene un reto mucho mayo por delante que, en el fondo, es el causante de muchos de los problemas que aquejan a la iglesia, que es el de la pérdida de la fe en la religión. En occidente, con la siempre mencionada excepción de EEUU, aunque también allí a la baja, el proceso de descreimiento de la población es acelerado y, en algunos casos, total. Para varias naciones la fe es algo secundario, que ha quedado relegado a tradiciones folclóricas como es el caso de las procesiones de Semana Santa en España, pero que no representa un pilar en el comportamiento de los individuos que conforman la nación. La creencia en Dios, y el sometimiento a religiones estructuradas como el catolicismo hace aguas en toda Europa y parte del mundo, siendo esa fe sustituida, en muchos casos, por disfrute hedonista de corto plazo y poco más. No se si esto es bueno o malo, pero sí que lo es, que existe, y que la iglesia y sus estructuras son cosas que, en muchos lugares, ofrecen una imagen de decadencia casi imparable. La falta de vocaciones agudiza una crisis enorme a la hora de relevar cargos, ministerios sacerdotales o, no digamos, congregaciones monásticas. Es en Latinoamérica y Asia donde la religión católica aún encuentra un mercado floreciente, pero con la constante presión de los evangélicos, que ofrecen un mensaje de mayor volumen y, parece, atractivo en algunos casos. La disputa por las creencias en esas zonas es grande, y la iglesia de Roma hace tiempo que sabe que su futuro vendrá de lo que se pueda decidir en esas regiones, no de una Europa decrépita en la que pierde fieles, donativos, presencia y poder, esto último de manera mucho más acelerada. Los escándalos vinculados a la organización eclesial, tanto los sexuales como los económicos, le han hecho un daño enorme, y pese a que son desgracias que se dan en cualquier otro ámbito de la sociedad, es obvio que una institución que pregona el amor y la fe en un Jesus evangélico sea doblemente castigada por el hecho de cometer semejantes delitos y pecados. La sensación de impunidad de algunos jerarcas, su vivencia fuera de la realidad, el creer que la sociedad no se ha transformado, ha hecho que muchos de estos graves errores no sean atajados como es debido, y han acelerado aún más el proceso de descreencia que antes señalaba.
Prevost, como León XIV, tiene un enorme reto por delante, y es muy probable que no sea capaz de hacerle frente por completo. La verdad es que no se muy bien cómo se puede lograr semejante objetivo. Acudiendo a la teoría de Javier Gomá, el ejemplo funciona, y el Papa, y la iglesia, sólo podrán convencer a la sociedad de que crean en ellos si muestran actitudes evangélicas. Actitudes de bondad, de piedad, de entrega y compromiso. Aunque pueda ser similar a Francisco en su discurso, León XIV es bastante más reservado en las formas y parece mucho más tímido, discreto. No es argentino. Va a necesitar suerte y mucho apoyo.
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