Si recuerdan, allá por 2018, el clamor contra la corrupción política era generalizado, y justificado. La sentencia de un tribunal que condenaba al PP por alguna de las ramas de la trama Gürtel fue la espoleta que disparó la moción de censura que llevó a Sánchez al poder, en medio de constantes mensajes de regeneración y limpieza, que eran proclamados a los cuatro vientos por el entonces ya investido presidente, su lugarteniente Ábalos y lo que luego se ha dado en llamar el equipo de opinión sincronizada, el conjunto de medios que vive gracias a lo que el gobierno les da a cambio de que digan, claro, lo que el gobierno les da.
El macarrismo en las formas de Sánchez parecía contrastar con el fondo de su discurso, pero en poco tiempo se vio que el personaje era uno de los mayores trileros de la historia política moderna en España, y que no iba a dudar en nada con tal de mantenerse en el poder, fueran cuales fuesen los pactos a los que llegara y lo que tuviera que prometer. Al poco se comprobó que su palabra nada valía, tanto por la velocidad a la que se desdecía de ella como por los compromisos que juraba cumplir y que, en instantes, pasaban a ser textos matizables. En cierto sentido, con unas formas mejores, eso sí, Sánchez ha sido uno de los mayores trumpistas de nuestro tiempo, dada su capacidad de perversión del sistema con el único objetivo de aprovecharse de él para seguir en el poder. Quién sí que ha cumplido todos los cánones del trumpismo, en fondo y forma, es Ábalos, un sujeto que está reclamando a gritos una gran novela que, inspirada en sus andanzas y corruptelas, retrate la España moderna, digital y, la vez, casposa y putera, una mezcla algo bizarra, pero fiel ante un sujeto que se erige como el auténtico definidor de la época política que hemos vivido estos años, y que parece que se encamina hacia su ocaso sepultada por su propia mugre. Sánchez ponía la cara bonita, muy bonita en ocasiones, y Ábalos era su reverso para hacer lo que fuera necesario. Da igual si estábamos ante miembros de la oposición o compañeros de partido. El “yo” de Sánchez es absoluto, sólo él importa, y los demás no son sino piezas intercambiables que pueden y deben sacrificarse si no muestran ante el poder que encarna el presidente la pleitesía debida. Es lamentable, sí, pero tampoco supone una gran novedad en los usos políticos desde que esa especialidad de las relaciones humanas existe. La vida, no nos engañemos, se parece mucho más a “House of cards” que al “Ala Oeste de la Casa Blanca” y Sánchez ejemplifica lo peor de muchos de los peores comportamientos que se dan en los aledaños del poder. Su figura interesa a los historiadores en el futuro como ejemplo de hasta qué punto la nada llego a semejante grado de influencia y control de la sociedad, pero a mi me interesa más Ábalos, el muñidor, el fontanero, el que hacía el trabajo sucio, el que ejercía las labores que le requería su jefe para deshacerse de los problemas que surgían. Al frente de un equipo en el que Koldo y otro tipo de sujetos sacados de una mala película de gánster ejercía su labor por los despachos oficiales sin ningún tipo de control ni recato, Ábalos era capaz de mantener una vida institucional para cierta parte de la sociedad, llevar un tren de vida personal y sexual digno de un campeón de la más desatada fiesta ibicenca y, todo ello a la vez, realizar todas las maniobras en la sombra que sean requeridas por parte de Sánchez para mantener el control del partido y el gobierno. Sánchez odia a un líder regional porque no acata sus indecentes pactos, Sánchez recurre a Ábalos y, entre Jésica y Miss Asturias, el ministro secretario general del partido se encarga de que el barón díscolo se calle mediante todo tipo de diatribas, amenazas, insultos y cosas similares, con un estilo tabernario de baja estofa propio no ya de una película de Berlanga, sino de una mala copia de Torrente. Así funcionaban las cosas, eso era la regeneración prometida.
Los mensajes que ahora estamos conociendo, me apuesto casi todo a que filtrados por el entorno de Ábalos para dejar claro lo que debe hacer el PSOE para mantener calladito y no atacarle, sólo aportan algo de salsa a un plato cuya receta estaba clara, y muestra las intimidades de unos sujetos vacíos, cutres, carentes de cualquier atractivo. En general la vida de privada de cada uno de nosotros apenas aguantaría unos minutos de detallado escrutinio público, y en el caso de los políticos, que son parte de nuestra sociedad, y cada vez un estrato más representativo de sus carencias, al tercer mensaje se convierten en algo que, sobre todo, genera vergüenza ajena sin límite. Es lo que hay, es lo que tenemos. Es lo que somos.
Mañana es fiesta en Madrid, así que nos leemos el viernes, salvo sorpresa.
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