viernes, mayo 23, 2025

El desastre absoluto de Gaza

El asesinato a tiros de una pareja de ciudadanos israelíes, funcionarios de la embajada en Washington, a las puertas del museo del Holocausto de la ciudad, sucedido ayer, es la última de las desgracias que se suceden relacionadas con la guerra de Gaza, que hace tiempo que ha degenerado en un conflicto asimétrico entre un gobierno israelí desatado y una milicia islamista que mantiene secuestrados aún a decenas de ciudadanos hebreos. Y, en medio, cerca de dos millones de palestinos que sufren cada día, sin cesar, las penurias de unas vidas destrozadas en medio del campo de escombros de lo que alguna vez fueron sus ciudades.

A las víctimas del atentado de ayer les podemos poner nombres. Son Yaron Lischinsky y Sarah Lynn Milgrim. Se iban a comprometer la semana que viene con vistas a su futura boda, y sus rostros esconden una vida llena de sucedidos, que los allegados pueden relatar, para hacernos una composición de cómo han sido su transcurrir por este mundo hasta que alguien programado vengador de la causa palestina, decidió sacrificarlos. Ellos son al excepción, porque la gran mayoría de víctimas de Gaza no tienen nombre ni rostro ni historia. Algo similar sucede con los más de mil hebreos asesinados en los atentados del siete de octubre de 2013, el origen de la pesadilla que ahora vivimos. Desde entonces todo ha sido una pesadilla descontrolada. Hamas, sigo pensando que con conocimiento de causa, decidió ejecutar una acción salvaje y cruel hasta el extremo para forzar al gobierno del extremista Netanyahu a que actuase sin piedad y quedara retratado ante el resto del mundo. En este juego los palestinos eran la excusa, la carne que se ponía en la balanza para ser mostrada como sacrificio ante la opinión internacional. Como espoleado por la muleta que mueve el torero, el gabinete israelí desató una ofensiva militar en Gaza que aún continúa y que, con altibajos y escasas treguas, ha causado la muerte de decenas de miles de palestinos, varios de los dirigentes de Hamas, no pocos de los secuestrados, la destrucción casi total de la franja, la miseria absoluta de los que residían en ella y el hundimiento total de la imagen de Israel en el mundo. Apoyado en algunos de los sectores más extremistas de su nación, Netanyahu no ha dudado en usar la guerra como arma política para mantenerse en el poder y tratar de acallar las voces y protestas que demandan su marcha, que ya eran muy activas desde antes del inicio de la guerra a causa de un montón de acusaciones de corrupción, que empezaban a cercarle. Las bombas acallan los juzgados, debió pensar Bibi, convirtiendo la desgracia en una oportunidad personal. El balance de todo lo que está sucediendo desde entonces es cruel en extremo, con los palestinos como los principales perjudicados, carentes de futuro alguno en la actual Gaza, y convertidos en pieza de juego de manera obscena por Trump y Netanyahu en una especie de concurso de ideas absurdo sobre a qué parte del mundo se les puede trasladar, como si fueran muebles de una mudanza, para vaciar Gaza y convertirla en un remedo de la costa azul. Sí, que lleguen a plantearse escenarios similares demuestra hasta qué punto vivimos en un mundo en el que la frivolidad más absoluta se ha convertido en bandera no ya de muchos de nosotros, sino de los gobernantes que se supone nos rigen. Israel ha demostrado una fuerza militar avasalladora en todos los escenarios en los que se ha desenvuelto desde octubre de 2023, siempre contando con el apoyo de EEUU, pero ha excedido con mucho las atribuciones que le otorga el derecho a la defensa y el concepto de agresión comedida. Lo que ejecuta desde hace meses en Gaza no es una guerra convencional, sino un proceso de arrase, de destrucción de la franja, sin importarle en lo más mínimo las consecuencias civiles. Es más, algunos de los miembros más extremistas del gabinete israelí parecen contentos con las muertes que ocasionan cada día, y les parecen pocas. Son declaraciones repugnantes.

Israel ha ganado la batalla militar en los frentes en los que ha actuado, pero con su actuación de estos meses ha perdido la legitimidad a ojos de la opinión pública internacional y de muchos de los gobiernos, especialmente los occidentales, que han sido sus tradicionales aliados. La única democracia de su entorno, rodeada de enemigos teocráticos islámicos que desean su destrucción, está cayendo en la trampa de ser socavada desde su interior por aquellos radicales que, empleando una creencia distinta, exponen argumentarios de superioridad peligrosamente similares a los islamistas a los que dicen convencer. Israel está fracasando, por culpa de su necio y extremista gobierno. Desgracia tras desgracia es lo que en ese mundo sucede desde el maldito siete de octubre de 2023.

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