miércoles, mayo 21, 2025

Nos mintieron sobre la salud de Biden

Este fin de semana se ha hecho público que, tras un chequeo, se le ha detectado a Biden un tumor prostático en estadio avanzado que ha generado metástasis ósea, sin que se sepa la extensión de ese daño. El pronóstico no es bueno, y menos dada la avanzada edad del paciente. El cáncer de próstata es algo que, pillado a tiempo, tiene muy buen pronóstico, pero como todas las enfermedades de este tipo, la tardanza en su detección supone una pérdida que puede ser letal en la lucha contra la enfermedad. Ahora Biden tendrá que enfrentarse a terapias que pueden incluir el tratamiento hormonal y la clásica dupla de quimio y radioterapia, en función del avance, posición del tumor y otras variables por el estilo.

Coincide esta noticia con la publicación de un libro de unos periodistas de EEUU sobre la salud de Biden y lo que sucedió el año pasado en el proceso de selección de candidatos a la presidencia por parte del partido demócrata. Resulta que lo que era obvio para todo el mundo y se negaba sin cesar por parte de la Casa Blanca era la triste realidad. La salud de Biden era mucho peor de lo que se decía en las fuentes oficiales, controladas por su equipo. El único objetivo de esas fuentes era ocultar el manifiesto deterioro a ojos vista de un presidente que estaba desorientado, débil, con un tono vital irregular y la sensación de estar dando tumbos en muchas ocasiones sin ser realmente consciente de dónde se encontraba. Las denuncias sobre su salud por parte de medios y de otro tipo de instituciones y personas eran tachadas como “bulos” por la Casa Blanca, donde las tácticas para ocultar lo inevitable llegaron a límites absurdos. Sin embargo, hubo un momento en verano del año pasado, antes del calamitoso debate, en el que las cosas se precipitaron, y fue en una recepción presidencial en la que, entre otros muchos, se encontraba el actor George Clooney, tan conocido por sus papeles como por su apoyo a los demócratas. En ese acto Biden y el actor se vieron, y el presidente no supo reconocerle. Al parecer la reacción del actor fue disimular en público, en una interpretación memorable, y caer en el pánico en privado al comprobar la incapacidad total de quien, por aquel entonces, seguía siendo el candidato presidencial a unas elecciones en las que Trump iba adquiriendo fuerza poco a poco. Después vino el debate previo al verano, y ahí se derrumbó todo, y el planeta entero pudo comprobar hasta qué punto el emperador Biden estaba desnudo. Desde que terminó aquel triste espectáculo televisivo los demócratas, y las fuentes oficiales, empezaron a admitir que Biden no estaba preparado para ser candidato, y el movimiento para desbancarlo se desató, entre críticas de su entorno más cercano, que veía con miedo cómo la caída del presidente supondría el fin de sus empleos e ingresos. El proceso de relevo demócrata, que debió producirse con al menos un año de antelación para dar consistencia a la candidatura, se hizo corriendo, deprisa y mal, se escogió a una mala candidata, Kamala, que, frente a un adversario nefasto y temible, Trump, partía con un hándicap considerable, y la derrota que sufrió en noviembre no supuso una gran sorpresa. Todo lo relacionado con la sucesión de un Biden que debió ver todo el tiempo su presidencia como una provisionalidad destinada a crear un candidato fuerte que arrumbase el proyecto trumpista resulta, con lo ahora conocido, la historia de un fracaso y un fraude. Al final, como sucede en no pocas ocasiones, el bulo sobre la salud del presidente era el propagado por las fuentes oficiales, lo que también hace un flaco favor a los que denuncian los bulos reales, valga la expresión, que se propagan por las redes y alienta los conspiranoicos de todo tipo, que ven en esta historia una confirmación de sus paranoias y pueden sacar un cartel grandote con un “Ves, te lo dije” que hiere profundamente, porque en este caso llevaban razón.

En general, lo sucedido en torno a la salud de Biden es una muestra más del deterioro de los equipos que trabajan por y para las personas con poder, en la política y fuera de ella, que han degenerado en un grupo de pelotas sin freno incapaces de decir al gran superior verdad alguna sobre lo que sucede a riesgo de perder su puesto, empleo y privilegios. El peloteo garantiza nóminas y estatus, al menos durante el tiempo en el que el gran superior permanece en el cargo, y eso, la permanencia, es el objetivo último de ese presunto líder y de los que le rodean. Un círculo vicioso de incentivos perversos que acaban creando desastres sin fin. Y no me negarán que el del final de Biden, con la llegada de Trump, lo es, y de dimensiones colosales.

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