Hoy se cumplen 20 años de la catástrofe nuclear de Chernóbil. La explosión del cuarto reactor de la central ucraniana, en un extraño y aún no muy aclarado simulacro de falta de fluido eléctrico provocó la destrucción del reactor y parte del complejo, una nube radioactiva gigantesca y unos destrozos en vidas, propiedades y expectativas difícilmente mensurables. Probablemente fue el principio del fin de lo que entonces se llamaba la URSS. Pero supuso el final de muchas otras cosas, y en su conjunto, una desastrosa noticia.
Este pasado fin de semana sólo dos cadenas de televisión, si exceptuamos el minireportaje de Informe Semanal en TVE1, han emitido material en su programación al respecto. CUATRO optó por una producción que mezclaba documental y recreación de los hechos, con actores que simulaban ser los protagonistas de la catástrofe (empleados de la central y dirigentes rusos, principalmente). La 2 dedicó “La Noche Temática” a este asunto, con documentales más ortodoxos, si se quiere usar esa expresión. En ambos casos se trataba de buenos programas que indagaban en lo que pasó, el porqué sucedió y las consecuencias. El poso que me quedó, entre otros, fue el de constatar la incompetencia, desidia y mezquindad de las autoridades rusas, mucho más preocupadas de que la noticia no saliese a la luz que por las consecuencias de la explosión. Una serie de técnicos competentes (no todos) observaban aterrados lo que estaba pasando, mientras que los políticos (casi sin excepciones) se pasaban la pelota unos a otros con el único objeto de no dar noticias, de ocultarlo, de hacer que no había pasado nada. Y por cada minuto que corría mayor era el desastre y más personas se veían afectadas. Todo un monumento a la infamia.
De todo esto yo me quedaría con dos imágenes. Una es la de la ciudad de Pripiat, cercana a la central, en la que vivían los trabajadores, desalojada desde entonces por la radiación y que, hoy, abandonada a su suerte, es pasto de la vegetación y el olvido, siendo una especie de cámara del tiempo de cómo era la vida entonces, detenida bruscamente, mostrando así la fragilidad de los sueños humanos y lo fácil que es que se pierdan y destruyan. Otra es la población y, especialmente, los niños de la zona, contaminados para siempre. Algunos de ellos viajan a pueblos de Europa en verano para recuperarse y Elorrio ha sido destino habitual estos años. Es una pena que salgan de sus países por un hecho así, por un enemigo silencioso que ni conocen ni ven pero sienten en lo más profundo de su ser.
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