Dos trabajadores del metro de Madrid murieron ayer en un confuso accidente en la línea 6 cuando, antes de abrirse las instalaciones, y en medio de un proceso de carga de material, un vagón se soltó del convoy en Argüelles y, debido a la pendiente, se deslizó hacia Príncipe Pío y Puerta del Ángel, donde se estrelló contra otro en el que estaban trabajando los fallecidos. Confusión, rumores y, "por incidencia que estamos atendiendo", la línea 6 estuvo parcialmente cortada todo el día, hasta casi las 19:00.
El metro es un sitio extraño. A mi me gusta, y suelo fijarme mucho en él en las ciudades que visito. Dice bastantes cosas sobre ellas. Su estado, limpieza, la gente que se mueve en él, su calidad y servicio, diseño, etc. Resulta vital para que una ciudad funcione minimamente (si no véanse las consecuencias de los paros parciales del metro de Madrid en el tráfico) pero hay mucha gente a la que no le gusta. El estar bajo tierra, escondido, siempre de día, o siempre de noche, según como lo veamos. Da igual a la hora a la que bajes a los túneles. Allí, sean las diez de la mañana, las cuatro de la tarde o las doce de la noche la luz es la misma, las sombras son iguales y parece como si no pasase el tiempo. Es un universo detenido en una noche perpetua iluminada con neón. Como esas oscuridades que se dice suceden en el polo, con seis meses en penumbra y en los que siempre hay que encender la luz, en los túneles del metro siempre es invierno, nocturno y con ruido de fluorescente perpetuo.
Debe ser difícil trabajar allí, el no saber que hace en la superficie, sin cobertura de móviles (aunque en esto creo que son unos privilegiados) y es fácil que se produzcan accidentes, aunque el de ayer fue muy grave. Cuando coges un tren uno puede pensar que va a lo desconocido, que a saber que ocurrirá ahí. Algunos desalmados se aprovecharon de eso en Londres el 7 de Junio del año pasado, pero, afortunadamente, el traqueteo de las vías suele ser señal de que se acerca la luz desde la boca oscura, que desde lo recóndito algo bonito aparece, que no siempre es tenebroso invierno, que al final siempre hay luz.
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