Este fin de semana se ha cumplido el primer aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, acaecida en Roma la noche del sábado 2 de abril de 2005. Recuerdo de ese día que llegué a casa a eso de las 22:00, puse la tele y la noticia acababa de saltar a las pantallas. Hubo muchas imágenes ese fin de semana, y los días siguientes de homenaje, entierro y duelo, pero yo me quedaría con dos. La campana principal de San Pedro repicando a duelo, con un sonido grave y profundo, como inicio del recogimiento y la de ese libro, un Nuevo Testamento, puesto encima del ataúd que, mecido por el viento, parecía ser leído por un espíritu en medio de un funeral impactante.
Mucho se ha dicho y escrito sobre la figura del Papa, y más que se hará en un futuro. Lo cierto es que, por encima de sus indudables cualidades personales y morales, era un líder. Un líder de verdad, no de esa especie de advenedizos que salen en mandas de los Institutos de Empresa pensando que por leer lo que dice un gurú al respecto van a comerse al mundo. No, era un líder natural, una persona de enormes convicciones, con una fe recia, que creía en lo que decía y sabía transmitirlo. Encandilaba a la gente con su mensaje, incluso a aquellos alejados de la fe que promulgaba, pero que veían en su figura un referente moral, ético o político. Llegó un momento en el que Juan Pablo II se situó más allá en este mundo, su aureola le superó y fue el único personaje público que realmente decía lo que pensaba de lo que ocurría, sin pensar en las consecuencias de sus críticas y alabanzas. Gente como Bush, Blair, Annan, Castro, etc...y cualquier otro dirigente político no podían dejar pasar sus comentarios. Puede que eso contribuyera a que fuese muy querido por la gente, tal como se demostró en sus funerales.
Su figura se agranda aún más si miramos a nuestro derredor y contemplamos el vacío que nos rodea. Pocas figuras mundiales merecen hoy en día demasiado renombre. Tiene más capacidad de convicción y liderazgo un vendedor que parece en un anuncio de aspiradoras que los presidentes del gobierno, los de la oposición y los ministros de España y de cualquier otro país. Quizá sea lo habitual en una época marcada por cierta mediocridad social y cultural, pero no deja de ser triste que figuras como el Papa nos dejen e individuos como Berlusconni, los miembros del consistorio de Marbella o los consejeros de las Autonomías españolas no dejen de extra presentes en nuestras vidas....
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