Hay muchas cosas que son típicas de la época navideña y, quizás afortunadamente, sólo se producen entonces, y no sólo me refiero sólo a eso de colgar Papás Noel de los balcones (a quién se le habrá ocurrido esa idea tan peregrina..). No. Una cosa asociada a estas fechas son las denominadas comidas o cenas de empresa, eventos que se han puesto de moda de unos años a esta parte, consistentes en juntar a un grupo de personas que viven a diario unas situaciones habitualmente muy desagradables (trabajan juntas) para que coman y cenen como si fueran los mejores amigos del mundo, todo ello rodeado por jefes, directivos y demás cargos de representación.
Muchas imágenes de estas cenas están llenas de personajes desenfrenados, recatados a lo largo del año, que aprovechan ese momento para desmelenarse, quitarse la corbata (a veces parte de la camisa) y, con la excusas de la fiesta y el momento inolvidable que estamos viviendo, tratan de insultar al jefe a una distancia prudencial pero lo suficientemente arriesgada como para que tenga morbo y, sobre todo, intentar asaltar al pibón de la oficina, ese viejo sueño que duerme larvado durante todo los meses y que alimenta las pasiones nocturnas de muchos. Digo que estos son los objetivos porque luego la realidad suele mostrar a grupos de embriagados descorbatados, que tratan de parecer lo más simpáticos posibles a sus jefes, habitualmente muy poco bebidos, y que finalmente no se suelen comen una rosca con el citado pibón, aunque al final del jolgorio suelen estar tan borrachos que todo el monte es orégano y no es extraño ver asaltos a camareras de bares y, en general a cualquier mujer que muestre movimiento perceptible por su deteriorados sensores. Quizás emborracharse, y muy rápido, sea la manera más eficiente de pasar el trago de estas cenas, sobre todo si en el estratégico momento de sentarte a la mesa te toca cerca del jefe (no digamos a tu diestra directamente) o junto a ese compañero del alma que no puedes ver ni en pintura. Una forma clásica de evadir esta situación es acabar en el ya clásico karaoke, emulando a Bill Murray en “Lost in Translation” en pose, cuerpo y espíritu. Las escenas que pueden verse en un sitio de estos no tiene desperdicio, ya que reflejan casi a la perfección la variopinta jungla de personajes que habitan en nuestras oficinas y trabajos. Creo que suele ser más divertido para los que acuden de refilón al local que para los protagonistas.
Y al final la fiesta se acaba. Quizás como idea estos eventos no estén mal, pero creo que han degenerado en una acto empresarial organizado como otro cualquiera, y al final no logran su supuesto objetivo, de hermanar al personal y de proporcionarle un momento lúdico. Muchas veces sólo generan una fuerte resaca al día siguiente y, según que casos, retorcida explicaciones a las 9:15 ante el despacho del “boss” por lo que él creyó entender y miradas de odio y lástima por esa compañera tan guapa a la que siempre uno miraba y que no se porque hoy está de tan mal humor...
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