Definitivamente, ya es Navidad. Sí, sí, ya se que faltan tres semanas, pero todo está puesto y preparado. Las calles engalanadas, luciendo colorines de diseño de aspecto discreto y con pilotos LED ahorrativos sustituyendo a las tradicionales bombillas, los cruces del centro atestados de coches, vayas cuando vayas, con pitidos y bocinas que no recuerdan a villancico, pero sí a atasco navideño, y gente, riadas de gente que colapsan no sólo los centros comerciales, sino las aceras, paseos, calles y estancias céntricas, que se ven invadidas por una horda con ganas de comprar hasta las mismísimas baldosas del suelo. Debe ser el espíritu navideño.
Otra cosa que ya lo ha invadido todo es la publicidad navideña. No voy a comentar los anuncios de colonias, que se extienden como una plaga por todas las cadenas, que a mi no me gustan y, además, los considero violentos y, en general, incomprensibles. No, me refiero a la publicidad callejera. Tenemos el ya inevitable Papa Noel por todas partes, perfectamente importado de EE.UU y países nórdicos, con el único objetivo de que hagamos regalos en la semana navideña además de en la tradicional de reyes, y así duplicar las ventas. Al menos esta temporada nos vamos a librar del Papa Noel verde de AMENA, aunque rezo para que ORANGE no nos saque uno naranja. Si a estas alturas no lo ha hecho nos hemos salvado, pero quién sabe. Pero la imaginación en este campo importa mucho. El pasado Viernes por la noche iba por Gran Vía y me crucé con un grupo de adolescentes, tres chicos y tres chicas, que iban con sus Ipod al ristre medio bailando por las aceras. Curioso, me dije, pero no extraño. En estas que los seis se ponen en fila, giran 180 grados y miran a la concurrencia que se había detenido a curiosear sus pasos de baile y, al unísono, entonan una melodía de móvil muy conocida y, en nombre de Vodafone, nos desean a todos unas felices fiestas y Feliz Navidad. Así que todo era un mero anuncio, con un soporte animado (muy animado en este caso) pero la supuesta alegría adolescente no era más que una falsedad para vender cosas, algo así como ese espumillón que simula nieve o esos plásticos verdes que tratan de ser muérdagos o acebos. Un mero decorado, y de paso una forma para que seis chicos se saquen unos euros para comprar cosas en Navidad, que falta les harán.
Se ha puesto de moda estos últimos años criticar a la Navidad. Decir que es fea, que no tiene gracia y que es un monumento al consumismo y al hipocresía. Comparto esto último, pero me gustaría saber qué momento no está dedicado en estos tiempos a las compras y al engaño. Sigue siendo una época del año que me gusta, no tanto como cuando era niño, claro, pero tiene su cierto encanto, siendo quizás el único momento del año en el que asistimos a milagros reales, como el que nuestros brazos sean capaces de soportar el peso de nuestras compras y nuestra cuenta corriente su infinito valor. ¿Tiene mérito o no?
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