Avanzaba tranquilo este puente, sin demasiadas noticias salvo el tráfico y un supuesto temporal invernal que ha sido de juguete cuando, casi al final, se ha muerto Augusto Pinochet, después de recuperarse de su última recaída, que visto lo visto fue cierta, y no simulada. De golpe y sin demasiado preparativo previo, se ha muerto. Creo que, para la estabilidad del régimen chileno es lo mejor, porque una larga agonía habría encrespado los ánimos de sus muchos seguidores, que aunque suene increíble los tiene y en legión, y seguramente hubiéramos visto enfrentamientos en Santiago, cargas y carreras. Todo eso ahora se diluirá en un par de días.
La imagen de Pinochet que yo conservo, al menos, es la de un señor muy serio, con oscuras gafas de sol, con brazos en cruz y gesto más que amenazante. Un individuo con pinta de malo de los de verdad, sí. Y a fe que mucha gente de la Chile puede afirmar que con algo más que aspecto. Es cierto que, tras los años de plomo, Augusto César, que así se llamaba el personaje, cedió el poder y se fabricó una especie de exilio en una democracia frágil e incipientemente muy tutelada. Lo sorprendente de este asunto es que Chile lleva estos últimos años funcionando muy bien, como país y sociedad, y aun con el dictador vivo y coleando, descubriéndose nuevos fraudes, estafas y desgracias casi a diario, la sociedad chilena ha sabido hacer frente al futuro y avanzar como economía y nación, dando un ejemplo a sus vecinos que, lamentablemente, no ha sido muy bien acogido. La imagen del dictador empezó a hundirse entre las sombras en los años noventa pero, justo al final de la década, un juez español, Baltasar Garzón (quién sino...) encauso al tirano cuando estaba de viaje por Inglaterra para someterse a una operación médica. Desde entonces su imagen, patrimonio y estatus, infames dentro de Chile, han sido vapuleados y perseguidos por el mundo entero, consiguiendo que sus últimos años de vida fuesen agobiantes y horrorosos para un personaje que se creía más allá de la ley. De hecho suponía que él era la ley.
La vida de los dictadores se vuelve cada vez más oscura y desgraciada, y eso es una muy buena noticia para las gentes de bien. Al caso de Pinochet se unió el juicio contra Milosevic, que nos mostró al tirano y carnicero cual era. Ahora en América Latina sólo queda la dictadura de Castro, que se debilita a medida que el tirano de La Habana se hunde entre la sombras. Es curiosa la carrera que habían organizado estos dos personajes, Pinochet y Castro, para ver quién se moría antes. Esta la ha ganado el chileno, que ya espera, con los brazos abiertos, al cubano desde las puertas del infierno, el único lugar en el que estos personajes puede que se sientan a gusto.
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