Gadafi ya está aquí. Acompañado de su habitual parafernalia, haima y grupo de vírgenes guardaespaldas incluidas, el líder libio empezó ayer su visita oficial a España, precedida por unos días de estancia privada en Málaga y Sevilla. Se espera mucho de esta visita, sobre todo sustanciosos acuerdos económicos entre el gobierno libio y las empresas españolas especialmente en materia de infraestructuras y energía, y la corte de empresarios que ayer y hoy agasajan al beduino es de altura. Ya se sabe que cualquier cosa es buena con tal de ganar un contrato.
El caso de Libia es interesante, y particularmente el de Gadafi. Gobernando el país desde hace más de treinta años bajo su férreo control, este personaje no es más que un infecto dictador, pero que ha demostrado una habilidad y un olfato de supervivencia admirable (entiéndase esto último en su propio beneficio, claro). En los ochenta Libia encarnaba el mal, y Gadafi era el individuo más peligroso, el enemigo número 1 de occidente. Cualquier trama terrorista presentaba ramificaciones libias, y hasta en Regreso al Futuro (¡¡¡Qué joya de trilogía!!!) los terroristas que aspiran a hacerse con el plutonio de “Doc” Brown son libios. La crisis tuvo dos puntos culminantes, que fueron el atentado contra un avión de la Pan Am en 1981, que estalló en el aire y cuyos restos se estrellaron en las afueras de la localidad escocesa de Lokerbie, acción que siempre se atribuyó al gobierno libio y que éste nunca rechazó, y el ataque norteamericano contra Trípoli de 1986, en el que Ronald Reagan buscaba la cabeza del dictador (mejor le hubiese ido a Bush aprender de sus predecesores...) que causó algunos destrozos en las residencias del dictador, pero del que salió ileso. A partir de ahí Gadafi se va oscureciendo en el escenario internacional, y de ser la voz atronadora en conferencias y foros, denunciando al gran Satán americano y encabezando una cruzada de no alineados, empieza a ausentarse de reuniones, a callarse ya llevar una vida hacia el interior del país. Hay quién dice que se asustó mucho tras el ataque de Reagan, y que su discurso de bravatas enmudeció ante los escombros que veía al caminar. También se habló de disensiones en su régimen, pero sea por lo que fuere, Gadafi se aplacó, y, listo él, no se unió al proceso de islamización suní que ya proliferaba en sus vecinos de Argelia o Egipto. Cuando algo llamado Al Queda surgió y fagocitó a todo el terrorismo islamista Gadafi se apresuró a no prestarle su apoyo, intuyendo que si les apoyaba podía acabar convirtiéndose en un dictador derrocado (Sadam no tuvo tanta vista) y oponiéndose podría recuperar el interés y favor de un occidente que necesitaba para obtener de él prestigio y fondos económicos.
Y dicho y hecho, Gadafi empieza a partir de la caída de las torres a hablar, a desmantelar sus programas de armamento, a denunciar las ventas de material y tecnología nuclear a Irán y Pakistán, y se convierte de la noche a la mañana, cosas veredes, en un líder respetado. La visita que realizó Aznar a Trípoli y su encuentro con el dictador fueron muy criticadas desde España. Hoy poca gente critica la entrevista de ayer con Zapatero, y ambas son iguales. Plegamientos, arrugamientos de dirigentes democráticos ante el dinero y el poder de un dictador en un ejercicio de diplomacia y realismo político (también llamado hipocresía) de antología.
No hay comentarios:
Publicar un comentario