En un día marcado por el recuento de víctimas de la matanza de Argel, y con un nuevo atentado en el Líbano, que pone la estabilidad de ese país más allá del precipicio, quiero hoy hacer una parada y fijarme en un hombre que espera en su casa a que le llegue la muerte, alguien que nos ha regalado páginas enormes de la literatura española y que vive enclaustrado, aislado del mundo, quizás incluso de sí mismo. Miguel Delibes ha sido condecorado con el premio Quijote, y es un buen momento para recordarle y homenajear su figura, digna de otra época más noble y recia que la actual.
Lo confieso, no he leído demasiados libros de Delibes. El príncipe destronado, Cinco horas con Mario y El hereje, que recuerde, pero su colección de obras y ensayos de opinión es enrome, y ahora Destino empieza a publicarlas en una edición de sus obras completas, que salen a un precio desorbitado y que impedirá que el gran público pueda acceder a ellas. Otra cosa es la figura de Delibes, el referente que representa. En esto debo admitir que ha sido una compañera de trabajo (y sin embargo amiga) quién me ha introducido y llevado a su persona y pensamiento (gracias, MMH). Esta semana pasada El País publicaba una entrevista personal, respondida por cuestionario enviado, en la que Delibes se mostraba oscuro, agotado y agobiado. El título del reportaje “Me cansa pensarme” lo dice todo. Sus días transcurren pensando sin parar en Ángeles, su mujer, su musa, su tesoro, fallecida hace ya muchos años, momento a partir del que Miguel se sintió huérfano, sin sentido, desamparado en un mundo en el que todo se le hacía extraño y lejano. Y dejó de escribir, porque ya las letras no le decían nada, y su cabeza desde entonces sólo piensa en esa señora de rojo sobre fondo gris. Sólo hizo la excepción de redactar El Hereje. Conocía la historia muy por encima, pero gracias a MMH he podido adentrarme un poco más en ella, y me parece una bella, profunda y triste historia de amor, de una profundidad digan de otro mundo de esas que cuentan los romanceros medievales en los que el caballero se batía en duelo por la amada, entregaba su alma y su vida por ella, y vagaba por el mundo sólo, con armaduras roñadas y a lomos de un jamelgo escuálido iluminado por la imagen de su señora. Delibes parece estar desde hace tiempo viviendo, desde que se fue Ángeles, en esa armadura, ya corroída y roñosa.
Ha agradecido Miguel el premio que le han concedido, señalando entre otras cosas que es un reconocimiento independiente, otorgado por gentes de su oficio, no sujeto a mercadeos ni contratos. Sabida es la historia de su renuncia a un premio Planeta ya concedido, cosa que le convierte en un referente aún mayor sui cabe en el vanidoso y muchas veces oscuro mundo de los escritores. Pero por encima de todo, de su obra, su arte y su persona, Delibes, viejo y marchito, encarna la imagen de alguien enamorado perdidamente. En la fría Valladolid, en el páramo de Castilla, hay un corazón que se apaga envuelto en amores y recuerdos. Es una historia conmovedora.
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