martes, diciembre 13, 2016

Cambiar los horarios requiere cambiar mentalidades


Resulta hasta cierto punto chistoso, aunque no tenga mucha gracia, que el gobierno proponga que se estudie la racionalización de los horarios y medidas para mejorar la conciliación justo después de la absurda e improductiva semana margarita que hemos vivido, punto culminante del absurdo calendario laboral, festivo y social que rige este país. Para evitar los problemas y derrumbes de productividad que supuso la semana pasada bastaba un simple Real Decreto, que se cargara una de las fiestas o la pasase a otro día. No se hizo y a nadie le preocupó lo más mínimo. Si recuerdan, hace cinco años, con la llegada del PP al gobierno, también se habló de la idea de suprimir o concentrar los puentes. Pues toma absurdo acueducto.
 
Creo que nadie discute que los horarios en España son irracionales, que el reloj está desajustado respecto al meridiano solar que nos corresponde, que no tiene sentido partir la jornada para estar dos o tres horas comiendo, que permanecer en la oficina hasta las tantas de la noche es inútil, que el presentismo de muchos empleados no es sino una manera de hacer la pelota al jefe, que los horarios televisivos son desquiciantes, que la correlación entre el calendario escolar y el laboral no existe, que las aperturas comerciales de bancos y tiendas se parecen lo mismo que yo a un modelo, que el reparto de tiempos entre trabajo, descanso y ocio no es nada lógico, que la conciliación es imposible y las posibilidades de cuidar a los hijos son casi nulas…. Y así podríamos seguir hablando durante horas de absurdas costumbres, heredadas de décadas pasadas, fruto en algunos casos de errores y otros de necesidades del momento, que hoy en día persisten entre nosotros y que suponen un enorme lastre, tanto para la productividad de nuestros negocios como para nuestro desarrollo personal. Es decir, la regulación de horarios que vivimos no sólo es mala para la economía, sino también para la salud física y emocional de las personas. Y este que les habla lo hace desde una cómoda posición de espectador, dado que el hecho de vivir sólo y sin hijos me permite librarme de muchos de los inconvenientes relatados, pero cualquiera que tenga una vida compartida con otras personas, que quiera tener una familia o ya esté en ello sufrirá día a día situaciones absurdas que parecen diseñadas para impedirle hacerle las cosas. Al poco de empezar este debate, en cualquier barra de bar o foro de Twitter, enseguida surgen los acérrimos defensores de las “costumbres” y los que opinan que cambiar esto es como cambiar el fondo de las personas y resulta inútil. Y desde esas posiciones de no al principio y “requetenó” al final sólo se puede acabar la discusión en medio de una profunda melancolía. Las costumbres y tradiciones, todas ellas, se hacen por repetición y persistencia en el tiempo, pero deben ser evaluadas y decidir si se mantienen o no. Sería absurdo seguir empeñados en una tradición milenaria, que normalmente tiene pocas décadas de antigüedad, si todos estamos de acuerdo en que sólo genera problemas e inconvenientes. Algunas empresas, me quiere sonar el caso de Iberdrola, empezaron hace pocos años a implantar jornadas continuas, o con un corto descanso al mediodía, que permitían dejar la oficina a eso de las 17, más o menos. Y los resultados de esas medidas han sido que la productividad ha aumentado y los empleados están más satisfechos, y ambos factores se retroalimentan. Pero son pocas y nadan contra la corriente, lo que les supone un gran esfuerzo organizativo y de costes. ¿Por qué, de manera seria y coordinada, no seguimos todos su ejemplo?
 
No es lo mismo, pero el caso del consumo de tabaco en espacios cerrados es un caso de cómo una costumbre muy arraigada en nuestra sociedad puede cambiar en poco tiempo si nos ponemos serios y a ello. Todo sabemos que fumar es malo, y que tragar el humo expulsado por otro es una violación a la libertad y un atentado a la salud. ¿Recuerdan las protestas cuando se puso en marcha la ley antitabaco? ¿Las quejas del sector del ocio? ¿No veo hoy los bares vacíos, salvo de humo, ni los restaurantes desiertos. Desde luego la única manera de que no consigamos cambiar nuestros horarios es no intentarlo. Veremos a ver lo que le dura a este gobierno el impulso “conciliador” pero tenemos que empezar a hacer algo muy en serio sobre este asunto, y ya.

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