Resulta
hasta cierto punto chistoso, aunque no tenga mucha gracia, que el gobierno
proponga que se estudie la racionalización de los horarios y medidas para
mejorar la conciliación justo después de la absurda e improductiva semana
margarita que hemos vivido, punto culminante del absurdo calendario laboral,
festivo y social que rige este país. Para evitar los problemas y derrumbes de
productividad que supuso la semana pasada bastaba un simple Real Decreto, que
se cargara una de las fiestas o la pasase a otro día. No se hizo y a nadie le
preocupó lo más mínimo. Si recuerdan, hace cinco años, con la llegada del PP al
gobierno, también se habló de la idea de suprimir o concentrar los puentes.
Pues toma absurdo acueducto.
Creo que nadie discute que los
horarios en España son irracionales, que el reloj está desajustado respecto al
meridiano solar que nos corresponde, que no tiene sentido partir la jornada
para estar dos o tres horas comiendo, que permanecer en la oficina hasta las
tantas de la noche es inútil, que el presentismo de muchos empleados no es sino
una manera de hacer la pelota al jefe, que los horarios televisivos son
desquiciantes, que la correlación entre el calendario escolar y el laboral no
existe, que las aperturas comerciales de bancos y tiendas se parecen lo mismo
que yo a un modelo, que el reparto de tiempos entre trabajo, descanso y ocio no
es nada lógico, que la conciliación es imposible y las posibilidades de cuidar
a los hijos son casi nulas…. Y así podríamos seguir hablando durante horas de
absurdas costumbres, heredadas de décadas pasadas, fruto en algunos casos de
errores y otros de necesidades del momento, que hoy en día persisten entre
nosotros y que suponen un enorme lastre, tanto para la productividad de
nuestros negocios como para nuestro desarrollo personal. Es decir, la
regulación de horarios que vivimos no sólo es mala para la economía, sino
también para la salud física y emocional de las personas. Y este que les habla
lo hace desde una cómoda posición de espectador, dado que el hecho de vivir
sólo y sin hijos me permite librarme de muchos de los inconvenientes relatados,
pero cualquiera que tenga una vida compartida con otras personas, que quiera
tener una familia o ya esté en ello sufrirá día a día situaciones absurdas que
parecen diseñadas para impedirle hacerle las cosas. Al poco de empezar este
debate, en cualquier barra de bar o foro de Twitter, enseguida surgen los acérrimos
defensores de las “costumbres” y los que opinan que cambiar esto es como
cambiar el fondo de las personas y resulta inútil. Y desde esas posiciones de
no al principio y “requetenó” al final sólo se puede acabar la discusión en
medio de una profunda melancolía. Las costumbres y tradiciones, todas ellas, se
hacen por repetición y persistencia en el tiempo, pero deben ser evaluadas y
decidir si se mantienen o no. Sería absurdo seguir empeñados en una tradición
milenaria, que normalmente tiene pocas décadas de antigüedad, si todos estamos
de acuerdo en que sólo genera problemas e inconvenientes. Algunas empresas, me
quiere sonar el caso de Iberdrola, empezaron hace pocos años a implantar
jornadas continuas, o con un corto descanso al mediodía, que permitían dejar la
oficina a eso de las 17, más o menos. Y los resultados de esas medidas han sido
que la productividad ha aumentado y los empleados están más satisfechos, y
ambos factores se retroalimentan. Pero son pocas y nadan contra la corriente,
lo que les supone un gran esfuerzo organizativo y de costes. ¿Por qué, de
manera seria y coordinada, no seguimos todos su ejemplo?
No es lo mismo, pero el caso del consumo de
tabaco en espacios cerrados es un caso de cómo una costumbre muy arraigada en
nuestra sociedad puede cambiar en poco tiempo si nos ponemos serios y a ello. Todo
sabemos que fumar es malo, y que tragar el humo expulsado por otro es una
violación a la libertad y un atentado a la salud. ¿Recuerdan las protestas
cuando se puso en marcha la ley antitabaco? ¿Las quejas del sector del ocio? ¿No
veo hoy los bares vacíos, salvo de humo, ni los restaurantes desiertos. Desde luego
la única manera de que no consigamos cambiar nuestros horarios es no
intentarlo. Veremos a ver lo que le dura a este gobierno el impulso “conciliador”
pero tenemos que empezar a hacer algo muy en serio sobre este asunto, y ya.
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