viernes, diciembre 09, 2016

Nadia, o el vacío


La actualidad que vivimos y comentamos en el día a día puede verse desde múltiples perspectivas, no sólo ideológicas, y eso hace que no haya noticias puras, en el sentido de buenas o malas. Todo suele ser gris y, en general, aunque en algunos casos hay acuerdos sobre si un hecho es negativo, por ejemplo un atentado terrorista, en la mayor parte de los casos cada situación genera ganadores y perdedores, y eso condiciona el juicio. Por ello debemos ser cautos al analizar y no dejarnos llevar por los impulsos. Sin embargo, en la noticia que quiero comentar hoy, no soy capaz de encontrar una vertiente positiva, una faceta “blanca” que pueda diluir la negrura en la que el caso de Nadia se ha convertido.
 
Nadia, como niña enferma que es, de nada es culpable, pese a que sea su nombre el que sirva para denominar una trama que, si llega a ser mayor y comprender, le hará sentirse aún peor de lo que ya padece en su día a día. Lo que era una historia de solidaridad, de unos padres abnegados por la enfermedad rara de su hija, de un hombre enfermo que no se cuidaba para dar a su hija cada céntimo y segundo en la búsqueda de una solución, de un tratamiento, de un especialista, se ha convertido en una inmensa estafa de un embaucador, que ha recaudado cientos de miles de euros gracias al altruismo público, que llenó platós de televisión de lágrimas reales gracias a su congoja impostada y que ha convertido al patio púbico que es internet en un vertedero de asombro, angustia e indignación al saber que todos fuimos manipulados, de una manera más o menos intensa, por un profesional del engaño que, en esta era de la llamada postverdad (hasta para no decir “mentira” usamos eufemismos) se ha revelado como un avezado profesional. El detonante de este caso fue un artículo publicado por El Mundo en el que se narraba, hace pocas semanas, la odisea de este abnegado padre por su hija. Lo leí una tarde en una cafetería y me impactó, aunque he de decir que la parte referida a la búsqueda en las cuevas de Afganistán de un especialista médico me parecía más sacada de un mal guion de telefilme que de la cruda realidad. Tras ese artículo algunos blogueros de internet empezaron a encontrar cosas “raras” en la historia, asuntos que no cuadraban, fechas y detalles médicos incorrectos, y en pocos días se empezó a derrumbar la historia de Nadia. El descubrimiento de que gran parte de lo que ahí se contaba, imposible aún saber si todo, era falso, empezó a demoler las conciencias de los que habían llorado por Nadia y sus padres, y a preguntarse qué habían hecho estos con el dinero que, vía donaciones, habían entregado a la cuenta corriente que, siempre, siempre, siempre, acompañaba la presencia del padre de la niña en cada artículo o presencia televisiva. El caso Nadia se convirtió, al poco, en el caso de El Mundo y, por extensión, de los medios de comunicación, de aquellos que fueron engañados y de los que corrieron al calor de la emotividad de la historia para hacerse con unas migajas de audiencia, de los medios que, en la despiadada carrera por la audiencia y el último euro que les permita sobrevivir, no testaron el relato, dieron credibilidad a todo y no se molestaron en ver si era cierto o no, quizás porque ante un asunto así es de mal gusto mostrarse dudoso o porque, como cada vez es más frecuente, no hay tiempo para pararse a pensar, juntar pruebas, contrastar, determinar hasta donde llega la verdad y actuar en consecuencia. El caso Nadia arrastró a los medios por el valle de la solidaridad mediática y ha acabado de enfangarlos en el de la estafa.
 
Esta historia da para mucho, pero en ella sólo se contabilizan perdedores. Los que más, a mi entender, son los familiares de niños que padecen enfermedades, que no estafan, que siguen solos en el mundo, y que han visto como un desalmado ha creado una cortina de sospecha y recelo ante cualquier otro caso de “niño desvalido que necesita ayuda” que ahora será visto con malos ojos por parte del ya estafado espectador, que recuerda que una vez donó y era mentira. Para esos padres e hijos, el caso Nadia es devastador. Y quien más pierde, sin duda, es la propia Nadia. Zarandeada, usada, vendida como reclamo de feria, incapaz de entender nada, enferma o no, su vida ya es una real pesadilla de la que no se cómo saldrá, pero que ella aún no es capaz ni de imaginar. Pobre Nadia.

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