lunes, diciembre 12, 2016

Domingo sangriento. El Cairo, Estambul, Palmira…


Fue el de ayer un día de esos que no es que te amarguen el espíritu navideño, no. Es que directamente te hacen perder la fe en la humanidad. En varias ciudades africanas se sucedieron accidentes, tales como derrumbes de iglesias y choques de tráfico que causaron más de un centenar de muertos, fruto todos ellos de la fatalidad y, también, las carencias locales, tanto de medios como de supervisión. Pero las grandes desgracias, las producidas por el hombre, que son evitables, llegaron en forma de salvajes atentados terroristas en dos ciudades que, tristemente, se están acostumbrando a ello. El Cairo y Estambul.
 
En El Cairo un bombazo en el interior de una iglesia anexa a la catedral cristiana copta mató a más de veinte personas, la mayor parte de ellas mujeres, que se encontraban en el interior del templo a la espera de que empezase la misa. Los coptos han sido atacados frecuentemente en los últimos años, tanto en la época de dominio de los Hermanos Musulmanes, que los acosaban por fanatismo religioso, como tras la llegada al poder del general Al Sisi. El apoyo copto a ese golpe de estado, para tratar de quitarse a los Hermanos Musulmanes de encima, se ha traducido en hostigamiento por parte de facciones violentas musulmanas que han atentado frecuentemente contra sus posesiones y comunidad, pero nunca hasta ahora se había atacado un templo, y menos con fieles en su interior. Es una agresión bárbara, infame y muestra hasta qué punto el sectarismo religioso ha calado en una parte no menor de la sociedad egipcia. Hace unos días se produjo otro atentado en la ciudad, en este caso contra policías, cerca de algunos recintos turísticos. La economía local está devastada y esa ruina es el caldo de cultivo más efectivo para que surjan mártires. La otra ciudad atacada, Estambul, cuenta el paso del tiempo por el transcurrido entre atentado y atentado, algunos de ellos producidos por el malnacido Estado Islámico DAESH, otros por las guerrillas kurdas. Parece que el del sábado por la noche fue de estas últimas. Un coche bomba dirigido contra el equipo de seguridad policial que hacía guardia en torno al estadio de fútbol del Besiktas, tras haber tenido lugar allí un partido, y un suicida que llama la atención de la policía en un parque de la ciudad fueron los métodos empleados, con el sangriento balance, algo provisional, de treinta y ocho muertos, la inmensa mayoría policías, y más de un centenar de heridos, muchos de ellos muy graves. Es este el mayor atentado en la ciudad desde el fallido golpe de estado de julio, pero no es el más grave del año, marca que ostenta el asalto islamista al aeropuerto internacional Ataturk al inicio del verano, y junto a otros, sucedidos en lugares turísticos al poco de empezar este año, supone el golpe de gracia al turismo en el país y, de esta manera, a la economía turca, que como la egipcia, aunque en menor grado, tiene en las divisas de los visitantes una de sus principales fuentes de ingresos. El balance para Turquía de este 2016 que ya se acaba es desolador. Inestabilidad, recrudecimiento de la guerra en Siria, atentados por doquier, golpe fallido y, tras él, autoritarismo sin freno de un Erdogan que va camino de ser un dictadort… la deriva en la que ha entrado el país es muy grave y peligrosa, tanto para sus pobres habitantes como para las naciones vecinas y aliadas, entre las que nos encontramos nosotros, tanto por los acuerdos firmados vía UE (no olvidar el tema de los refugiados) como por nuestra común presencia en la OTAN. Así, al acabar el año, Turquía se convierte en un nuevo y serio foco de problemas.
 
Como las desgracias no llegan solas, ayer los malditos integrantes de DAESH consiguieron reconquistar la ciudad de Palmira, que hace apenas unos meses fue liberada (cuidado con estas palabras en el contexto de la guerra siria) por parte de tropas rusas y combatientes de Al Asad. Seguro que recuerdan el concierto propaganda que organizó Valery Gergiev en el antiguo teatro romano, para festejar la liberación y, sobre todo, alabar a Putin por encima de todas las criaturas. Hoy nuevamente las ruinas están en peligro al ser propiedad de los fanáticos y, a buen seguro, tratarán de destruir aún más antes de que vuelvan a ser expulsados. Lo dicho, un Domingo de horror.

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