Fue el de ayer un día de esos que
no es que te amarguen el espíritu navideño, no. Es que directamente te hacen
perder la fe en la humanidad. En varias ciudades africanas se sucedieron
accidentes, tales como derrumbes de iglesias y choques de tráfico que causaron
más de un centenar de muertos, fruto todos ellos de la fatalidad y, también,
las carencias locales, tanto de medios como de supervisión. Pero las grandes
desgracias, las producidas por el hombre, que son evitables, llegaron en forma
de salvajes atentados terroristas en dos ciudades que, tristemente, se están
acostumbrando a ello. El Cairo y Estambul.
En El Cairo un bombazo en el
interior de una iglesia anexa a la catedral cristiana copta mató a más de
veinte personas, la mayor parte de ellas mujeres, que se encontraban en el
interior del templo a la espera de que empezase la misa. Los coptos han sido
atacados frecuentemente en los últimos años, tanto en la época de dominio de
los Hermanos Musulmanes, que los acosaban por fanatismo religioso, como tras la
llegada al poder del general Al Sisi. El apoyo copto a ese golpe de estado,
para tratar de quitarse a los Hermanos Musulmanes de encima, se ha traducido en
hostigamiento por parte de facciones violentas musulmanas que han atentado
frecuentemente contra sus posesiones y comunidad, pero nunca hasta ahora se
había atacado un templo, y menos con fieles en su interior. Es una agresión
bárbara, infame y muestra hasta qué punto el sectarismo religioso ha calado en
una parte no menor de la sociedad egipcia. Hace unos días se produjo otro
atentado en la ciudad, en este caso contra policías, cerca de algunos recintos
turísticos. La economía local está devastada y esa ruina es el caldo de cultivo
más efectivo para que surjan mártires. La otra ciudad atacada, Estambul, cuenta
el paso del tiempo por el transcurrido entre atentado y atentado, algunos de
ellos producidos por el malnacido Estado Islámico DAESH, otros por las guerrillas
kurdas. Parece que el del sábado por la noche fue de estas últimas. Un
coche bomba dirigido contra el equipo de seguridad policial que hacía guardia
en torno al estadio de fútbol del Besiktas, tras haber tenido lugar allí un
partido, y un suicida que llama la atención de la policía en un parque de la
ciudad fueron los métodos empleados, con el sangriento balance, algo
provisional, de treinta y ocho muertos, la inmensa mayoría policías, y más de
un centenar de heridos, muchos de ellos muy graves. Es este el mayor atentado
en la ciudad desde el fallido golpe de estado de julio, pero no es el más grave
del año, marca que ostenta el asalto islamista al aeropuerto internacional
Ataturk al inicio del verano, y junto a otros, sucedidos en lugares turísticos al
poco de empezar este año, supone el golpe de gracia al turismo en el país y, de
esta manera, a la economía turca, que como la egipcia, aunque en menor grado,
tiene en las divisas de los visitantes una de sus principales fuentes de
ingresos. El balance para Turquía de este 2016 que ya se acaba es desolador.
Inestabilidad, recrudecimiento de la guerra en Siria, atentados por doquier,
golpe fallido y, tras él, autoritarismo sin freno de un Erdogan que va camino
de ser un dictadort… la deriva en la que ha entrado el país es muy grave y
peligrosa, tanto para sus pobres habitantes como para las naciones vecinas y
aliadas, entre las que nos encontramos nosotros, tanto por los acuerdos
firmados vía UE (no olvidar el tema de los refugiados) como por nuestra común presencia
en la OTAN. Así, al acabar el año, Turquía se convierte en un nuevo y serio
foco de problemas.
Como
las desgracias no llegan solas, ayer los malditos integrantes de DAESH
consiguieron reconquistar la ciudad de Palmira, que hace apenas unos meses
fue liberada (cuidado con estas palabras en el contexto de la guerra siria) por
parte de tropas rusas y combatientes de Al Asad. Seguro que recuerdan el
concierto propaganda que organizó Valery Gergiev en el antiguo teatro romano,
para festejar la liberación y, sobre todo, alabar a Putin por encima de todas
las criaturas. Hoy nuevamente las ruinas están en peligro al ser propiedad de
los fanáticos y, a buen seguro, tratarán de destruir aún más antes de que
vuelvan a ser expulsados. Lo dicho, un Domingo de horror.
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