La primera ley del marketing es
llamar la atención, distinguirse entre el medio del ruido que, como marabunta,
nos bombardea para atraer nuestra atención. Toda campaña busca diferenciarse,
romper, hacerse especial, con el objetivo final de vender más, pero con el
propósito, nunca ocultado, de que se hable de ella y que el consumidor retenga
el producto y mensaje, compre al final o no. Lograr esa retentiva es, quizás,
el mayor de los éxitos posibles para un publicista. Es un arte y negocio muy
complejo, en el que muchas veces se rompen barreras y límites para lograr una
victoria. A veces se acierta, otras no.
Uno de los edificios de la Puerta
del Sol, sometido a restauración perpetua de su pared, tiene una lona
publicitaria en estas navidades en la que figura un único señor, el actor que
encarna a Pablo Escobar en la serie “Narcos” de la plataforma NetFlix. Esta
plataforma norteamericana, aterrizada recientemente en España, es una de las
grandes productoras de series del momento y, junto con otras empresas similares
como AMC o HBO lidera las audiencias y críticas de los productos que produce y
distribuye. En ese cartel publicitario la imagen de Escobar, su busto, ocupa
más o menos toda la mitad izquierda, en una escena de poca luz pero que permite
distinguir perfectamente al personaje, y en el lado derecho de la imagen se
puede ver el
texto principal del anuncio, un “Oh, Blanca Navidad” que ofrece todos los
significados y matices que uno pueda imaginar. Escobar es para las
generaciones actuales un desconocido, pero en los ochenta llegó a ser el rey de
la cocaína en el mundo, lo que le permitía ser, de facto, una de las personas
más poderosas y ricas del mundo. Avispado para los negocios, carente de
escrúpulos y ávido de riquezas y poder, creo que fue Escobar el primero en
crear una de esas estructuras de cártel, o agrupación de intereses entre
narcotraficantes, para controlar el mercado de la oferta de droga, tener el
poder de poner los precios y garantizarse unos beneficios cada vez mayores. No
se cortó Escobar en lo más mínimo a la hora de recurrir a la violencia, que en
sus manos alcanzó cotas nunca vistas en su Colombia natal y, en general, en
todo el continente americano, si nos referimos al mundo de las drogas. Logró
crear un estado paralelo al colombiano, dotado de un poderoso ejército ante el
que las tropas militares de Bogotá, las que no eran sobornadas, poco podían
hacer. Durante sus años, las muertes directamente causadas por sus deseos y las
indirectamente producidas por el veneno que distribuía se pueden contar por
millares. Es Escobar uno de los mayores asesinos de las últimas décadas, un
personaje odioso y repugnante, que inauguró una forma de actuar que hoy en día
se encuentra plenamente asentada en naciones como Méjico, donde cada uno de los
cárteles (Sinaloa, Caballero Templarios, etc) actúa de una manera igualmente
despiadada y sanguinaria. El chapo Guzmán, vuelto a encarcelar tras su
espectacular fuga, es una viva imagen de lo que fue Escobar, aunque carente del
estilo y aura de triunfo que emanaba el “jefe” colombiano. Su muerte, aún no
del todo aclarada, no derrumbó su imperio, pero permitió a otros hacerse con
parte de él, y las cosas ya nunca fueron lo mismo para la camarilla que, con
una fidelidad digna de encomio, le seguía a todas partes. Es Escobar un reflejo
de su época, un forjador de la misma y, sobre todo, uno de sus más nauseabundos
representantes. Un asesino de masas que no dudaba en ejecutar a quien osara no
ya hacerle sombra en sus negocios, no, sino simplemente eclipsar parte de su
brillo y poder. Él era el Rey de la coca, él y nadie más.
En esa valla publicitaria Netflix
trivializa los devastadores efectos sobre la salud que genera la cocaína, que
no es sino un veneno de mierda que lo único que provoca en la destrucción de la
persona y de su entorno. Y también ensalza la imagen de un asesino otorgándole
una cualidad irónica, divertida, que para muchos le convertirá en alguien
atractivo, quizás admirable, en todo caso muy alejado del personaje real,
nefasto, que fue. No he visto la serie, por lo que no puedo opinar sobre hasta qué
punto ella refleja una imagen real del narcotraficante o la distorsiona en un
sentido heroico. Creo que la campaña publicitaria es errónea, y me parece de
mal gusto, aunque reconozco que, a la hora de que lograr que se hable de ella,
el triunfo alcanzado es total.
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