viernes, diciembre 16, 2016

Pablo Escobar y la blanca Navidad


La primera ley del marketing es llamar la atención, distinguirse entre el medio del ruido que, como marabunta, nos bombardea para atraer nuestra atención. Toda campaña busca diferenciarse, romper, hacerse especial, con el objetivo final de vender más, pero con el propósito, nunca ocultado, de que se hable de ella y que el consumidor retenga el producto y mensaje, compre al final o no. Lograr esa retentiva es, quizás, el mayor de los éxitos posibles para un publicista. Es un arte y negocio muy complejo, en el que muchas veces se rompen barreras y límites para lograr una victoria. A veces se acierta, otras no.
 
Uno de los edificios de la Puerta del Sol, sometido a restauración perpetua de su pared, tiene una lona publicitaria en estas navidades en la que figura un único señor, el actor que encarna a Pablo Escobar en la serie “Narcos” de la plataforma NetFlix. Esta plataforma norteamericana, aterrizada recientemente en España, es una de las grandes productoras de series del momento y, junto con otras empresas similares como AMC o HBO lidera las audiencias y críticas de los productos que produce y distribuye. En ese cartel publicitario la imagen de Escobar, su busto, ocupa más o menos toda la mitad izquierda, en una escena de poca luz pero que permite distinguir perfectamente al personaje, y en el lado derecho de la imagen se puede ver el texto principal del anuncio, un “Oh, Blanca Navidad” que ofrece todos los significados y matices que uno pueda imaginar. Escobar es para las generaciones actuales un desconocido, pero en los ochenta llegó a ser el rey de la cocaína en el mundo, lo que le permitía ser, de facto, una de las personas más poderosas y ricas del mundo. Avispado para los negocios, carente de escrúpulos y ávido de riquezas y poder, creo que fue Escobar el primero en crear una de esas estructuras de cártel, o agrupación de intereses entre narcotraficantes, para controlar el mercado de la oferta de droga, tener el poder de poner los precios y garantizarse unos beneficios cada vez mayores. No se cortó Escobar en lo más mínimo a la hora de recurrir a la violencia, que en sus manos alcanzó cotas nunca vistas en su Colombia natal y, en general, en todo el continente americano, si nos referimos al mundo de las drogas. Logró crear un estado paralelo al colombiano, dotado de un poderoso ejército ante el que las tropas militares de Bogotá, las que no eran sobornadas, poco podían hacer. Durante sus años, las muertes directamente causadas por sus deseos y las indirectamente producidas por el veneno que distribuía se pueden contar por millares. Es Escobar uno de los mayores asesinos de las últimas décadas, un personaje odioso y repugnante, que inauguró una forma de actuar que hoy en día se encuentra plenamente asentada en naciones como Méjico, donde cada uno de los cárteles (Sinaloa, Caballero Templarios, etc) actúa de una manera igualmente despiadada y sanguinaria. El chapo Guzmán, vuelto a encarcelar tras su espectacular fuga, es una viva imagen de lo que fue Escobar, aunque carente del estilo y aura de triunfo que emanaba el “jefe” colombiano. Su muerte, aún no del todo aclarada, no derrumbó su imperio, pero permitió a otros hacerse con parte de él, y las cosas ya nunca fueron lo mismo para la camarilla que, con una fidelidad digna de encomio, le seguía a todas partes. Es Escobar un reflejo de su época, un forjador de la misma y, sobre todo, uno de sus más nauseabundos representantes. Un asesino de masas que no dudaba en ejecutar a quien osara no ya hacerle sombra en sus negocios, no, sino simplemente eclipsar parte de su brillo y poder. Él era el Rey de la coca, él y nadie más.
 
En esa valla publicitaria Netflix trivializa los devastadores efectos sobre la salud que genera la cocaína, que no es sino un veneno de mierda que lo único que provoca en la destrucción de la persona y de su entorno. Y también ensalza la imagen de un asesino otorgándole una cualidad irónica, divertida, que para muchos le convertirá en alguien atractivo, quizás admirable, en todo caso muy alejado del personaje real, nefasto, que fue. No he visto la serie, por lo que no puedo opinar sobre hasta qué punto ella refleja una imagen real del narcotraficante o la distorsiona en un sentido heroico. Creo que la campaña publicitaria es errónea, y me parece de mal gusto, aunque reconozco que, a la hora de que lograr que se hable de ella, el triunfo alcanzado es total.

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