Qué poco dura la alegría en la
casa europea, y menos aún en este aciago 2016. Al poco de cerrar las urnas
presidenciales en Austria, con una velocidad casi española, en contraste con el
desastroso sistema de gestión electoral que ha demostrado tener el país, se
supo la victoria clara del candidato izquierdista y de consenso VanDer Welle
frente al de la extrema derecha, Hofer, por lo que la presidencia del país,
cargo institucional, con muy poco poder, pero sí mucha representación, no
caería en manos de los extremistas. Suspiro de alivio en todo el continente y,
por primera vez en este año maldito, victoria de la cordura frente al
populismo.
Pero Austria era el entrante del
gran plato de la noche, el referéndum italiano, en el que más que la reforma constitucional
propuesta se encontraba en juego la posición del gobierno de Renzi, que se la
había jugado a esta carta, quizás cuando pensaba que iba a ganar y que la
lógica vencería en otros comicios continentales e internacionales. Con el paso
de las fechas y las repetidas encuestas que pronosticaban una victoria del No
la situación de Renzi se iba haciendo cada vez más complicada, y a la vez,
crecían las sonrisas en los partidos extremistas como la Liga Norte o el
movimiento Cinco Estrellas, por no hablar de un Berlusconi que ha aprovechado
esta campaña para volver a aparecer frente a la opinión pública tras varios
meses de retiro, presuntamente por motivos de salud. Había confianza en algunos
analistas, más bien deseo, de que esta vez también las encuestas fallaran y la
victoria fuese para un sorpresivo Sí, no tanto por el contenido de la reforma
en sí, farragosa y con muchas aristas, sino por el voto de confianza y de
estabilidad que esto supondría. Pero al final los sondeos no se han equivocado,
parece que sólo lo hacen cuando pronostican sosiego y lógica, y el No ha ganado
ampliamente, tanto por diferencia de votos como por regiones en las que se ha
acudido a la consulta. Derrota clara de la propuesta de Renzi, que puede verse
sin disimulos como una derrota suya. ¿Qué hacer entonces? Anoche, pasadas las
doce, estaba anunciada una comparecencia de Renzi para evaluar los resultados y
dar respuestas, y se rumoreaba su posible renuncia. Ese
rumor se ha confirmado, y el ambicioso Renzi entrega la toalla y dimite. Sus
tres años de gobierno han estado marcados desde el principio por la conjura
palaciega que, en su partido, descabalgo a Enrico Letta, un personaje mucho más
interesante de lo que parece, y le llevó a Renzi, hasta entonces alcalde de
Florencia, al gobierno de la nación. Joven, osado, moderno y directo, Renzi
encarnaba una imagen no habitual de la política italiana, que nos ha habituado
a jerarcas de avanzadas edades y escenas promiscuas. Su porte ejecutivo y
velocidad eran señales de una modernidad que, sin embargo, nacía con el pecado
original de no haber sido nunca elegido por voto popular. Era este referéndum
la primera oportunidad para los italianos de votar la figura de Renzi y sus políticas,
y el resultado ha sido nefasto para ambos. Los extremos se han coaligado para
derrumbarle y, rememorando a los restos del foro, su legado político yace en
ruinas en las proximidades del Tíber.
¿Y ahora qué? ¿Cuántas veces nos hemos hecho
esta pregunta a lo largo del año? Tantas como ausencia de respuestas hemos
obtenido. Más allá de las inestabilidades financieras que tendrán lugar hoy y
en próximas fechas, la caída del gobierno italiano deja al tercer país en
importancia de la UE sumido en un marasmo, con una más que probable
convocatoria electoral en 2017, que se unirá a las previstas citas de Francia y
Alemania. Esto se traduce, sobre todo, en parálisis comunitaria, en indecisión,
en retrasos, en falta de impulso para tomar decisiones, en medio de una
tormenta política y social que no cesa. El No de Italia es, en parte, un No a
la UE, una UE que este año ha recibido demasiados golpes como para permanecer
ilesa. La gravedad de sus heridas crece.
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