El otro día escuché a una amiga
mía utilizar la expresión de “semana margarita” para definir el absurdo que se
produce en España estos días, en los que la coincidencia del calendario y nuestra
desidia han generado el mayor de los caos posibles entre laborables y festivos.
Una secuencia de días alternos de fiesta y trabajo que destroza calendarios,
productividades y planificaciones, genera molestias en los centros de trabajo y
hace que, apenas a dos semanas de Navidad, haya quien se puede coger medio mes
de diciembre sin tener que sentarse en ninguna cena familiar. Sí, los hay, los
hay.
Cuando el PP llegó al gobierno en
2011 llevaba muchas promesas en su cartera, que tardó muy poco en incumplirlas.
Una de ellas era la de la reorganización de los festivos, la supresión de
puentes y el traslado de los días feriados a los lunes, para evitar caídas en
la productividad. Poco se habló de aquel asunto y se dejó orillado por la
urgencia de otros temas más graves y la polémica que se empezó a barruntar al
respecto. Cinco años después de aquellas elecciones, tras un montón de
comicios, pocas cosas han cambiado, dado que el PP sigue gobernado e
incumpliendo promesas, y nada se dice de los puentes y los festivos. Choca este
tema de la organización del calendario con dos problemas, aparentemente
rocosos, que no lo son tanto. Uno es la tendencia humana a no trabajar, y el
gran negocio que supone para el ocio personal el poder coger libranzas, legales
o no, más allá de los días regulados, y se dice que eso en España es sagrado.
Hay voces que afirman que puede Rajoy triplicar los impuestos y todavía
conseguirá votos, pero que como se cargue unos puentes las hordas se lanzarán
contra él y le descuartizarán incluso antes de no volver a votarle. El otro
obstáculo es el de la costumbre, palabra que se utiliza cada vez que queremos
mantener algo quieto aún a sabiendas de que no tiene sentido de que siga ahí.
Hacemos cosas por costumbre, festejamos costumbres y las hacemos de manera
acostumbrada, porque antaño se hizo así, aunque antaño sean apenas unas
décadas. Y la costumbre es algo que tiene que estar sujeto a la razón, y por
ello habrá costumbres que permanezcan, sean útiles y tengan sentido, y otras
que deben abolirse y dejarse orilladas en la cuneta de la historia. Si
recuerdan había una frase hace años que, referida a festividades religiosas,
proclamaba que “hay tres jueves que relucen como el Sol, Jueves Santo, Corpus
Christi y Ascensión”. De esas tres fiestas, sólo la de la Semana Santa se
mantiene en vigor en la fecha citada, y el resto se han convertido en Domingos,
salvo cuando son rescatadas por motivo de ajuste de calendario. Es decir, las
fiestas se pueden mover, no son fijas, y el criterio religioso o tradicional no
puede servir para que todas ellas se mantengan de manera extraña en el
calendario, de tal manera que se puedan producir locuras como las de esta semana,
que son completamente absurdas, cuestan dinero y nos enseñan hasta qué punto
los calendarios y horarios laborales de este país no tienen sentido alguno y
deben reestructurarse del todo.
Mi propuesta sería la de mezclar un poco la tradición
nuestra con la norteamericana. Algunas de las fiestas pueden mantenerse en su
fecha numérica, caigan el día que caigan, como Jueves Santo, Viernes Santo,
Navidad, Año Nuevo, Reyes, 1 de Mayo y 12 de Octubre, pero el resto debieran
pasarse al lunes, por ejemplo el siguiente al de la festividad que se trate, e
impedir que se produzca la existencia del puente. Se pueden incluso fijar varios
lunes al año que permitan distribuir esas fechas a lo largo de los trimestres
de una manera más racional y proporcionada, para evitar meses medio festivos como
diciembre y trimestres eternos como el que viene tras reyes. Es una idea, pero
puede haber miles más. Lo que no puede ser es que sigamos como hasta ahora.
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