La noticia de hoy no es de las
buenas, ni para el bolsillo del ciudadano ni para nuestra economía en general.
Parece que, por fin, un acuerdo de recorte de producción del petróleo por parte
de los países de la OPEP y otros productores es visto por el mercado como una
posibilidad cierta. Hasta ahora ha habido varios anuncios de este tipo pero
todos se han quedado en nada. Esta vez
parece que va en serio y el precio del barril lo ha notado, con una subida que
a lo largo de esta semana se acerca al 20%. La referencia europea, Brent,
llega a los 50$ y la americana, West Texas, casi a los 54. Hace poco más de un
año los precios estaba en el entorno de los 25 dólares.
Para un país como España, que
importa todo el petróleo que consume, la bajada de su precio es un alivio y su
subida un perjuicio, con pocos matices. Ya saben que la traslación de los
precios del barril al surtidor es muy especial, dándose el llamado efecto
cohete, de subida muy rápida del litro de gasolina cuando sube el barril, y el
efecto pluma, de descenso muy lento de los precios del consumidor cuando el
barril se desploma, pero cierto es que durante los últimos tiempos hemos tenido
combustibles baratos, con el gasóleo por debajo del euro el litro en muchas
estaciones, y las gasolinas poco por encima de esa redonda cifra. La subida del
crudo que estamos viendo, unida al fortalecimiento del dólar, provocará que a
no mucho tardar vean ustedes incrementos de precios en las estaciones de
servicio y, con ello, costes nuevos en su vida familiar. Es verdad que el
mercado del petróleo está cambiando mucho, tanto por la oferta como por la
demanda. Por la oferta, nuevos yacimientos y tecnologías como las del fracking
han revolucionado la producción y, probablemente, sean capaces de poner un tope
máximo al precio del barril que impida que alcance valores del entorno de,
pongamos, 100 dólares, vistos hace apenas seis o siete años. A bajos precios
esos nuevos recursos son deficitarios, pero a partir de los 50 60 dólares
muchos alcanzan lo que se llama el “break even” o umbral de rentabilidad, a
partir del que su explotación genera beneficios, y se suman a la oferta global,
presionando a la baja al precio. Por el lado de la demanda, existe una enorme cantidad
de la misma que a día de hoy es cautiva, pensemos en el parque móvil, pero en
este punto la irrupción de la movilidad eléctrica y las restricciones
anticontaminación pueden provocar que, si no hemos llegado, estemos cerca del
punto histórico de mayor consumo de petróleo como combustible. Es casi seguro que
en los países desarrollados veamos como poco a poco las cantidades de petróleo destinadas
a la movilidad van decayendo a medida que se implantan vehículos y redes de
carga eléctricas. Ese proceso será, no se engañen, lento y progresivo, pero es
más que probable que no se detenga y, por tanto, presione a la baja a la
demanda. Para un señor que posee un coche eléctrico, o un híbrido enchufable,
el precio de la gasolina deja de ser, poco a poco, una variable importante en
su economía familiar. El petróleo seguirá siendo fundamental en otras industrias,
como la química, donde es mucho más difícil poder reemplazarlo, pero en la
movilidad, creo que estamos en su momento álgido, y empieza a verse la cuesta
abajo del mismo.
En todo caso, a corto plazo, esta subida del petróleo
es mala para España. Equivale a una dura subida de impuestos para el consumidor
(a la que hay que sumar la que anuncie hoy el gobierno) y generará inflación de
costes al aumentar los precios de toda la cadena de logística y valor asociada.
Inflación de la de peor tipo. Durante este par de años que llevamos la bajada
del petróleo, junto con la política ultraexpansiva del BCE y el disparo del
turismo han sido los llamados “vientos de cola” que han impulsado con fuerza la
recuperación de nuestra economía. Tiene pinta de que uno de los vientos se
convierte, poco a poco, en contraria turbulencia. A ver cuáles son los efectos
finales y qué tendencia coge el precio del barril en los próximos meses. Ojalá
no suba mucho más.
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