Ayer fue una de esas tardes, de
las que ha habido alguna ya a lo largo del año, en las que los acontecimientos
se aceleran y, como queriéndose usurpar unos a otros, se suceden en forma de
violencia, sangre y muerte a lo largo de varias ciudades, dejando siempre la
sospecha, a falta de evidencias, de que su concatenación no es casual, de que
se han llamado unos a otros, de que quizás las manos que los han ejecutado
obedecían órdendes provenientes de un mismo y sombrío lugar, de una mente
asesina y fanática que se regodea en el miedo que produce a los demás. No se si
es así, quizás sea otorgarle una dimensión adicional a hechos que no la
necesitan, pero lo parece.
Por la tarde, de manera fría y
profesional, un
policía turco asesinó, delante de todo el mundo que estaba presente, al
embajador ruso en Turquía, que se encontraba en una galería de arte de
Ankara inaugurando una exposición. Así, de buenas a primeras. El tirador,
vestido de traje elegante y de porte enjuto, espera. En la escena se ve como el
embajador, igualmente trajeado pero mucho más orondo, se dirige desde un atril
a un supuesto pequeño grupo de personas, con algunos cuadros en el fondo de la
blanca sala, creo que son fotografías. En ese momento el ponente parece golpeado
por el retumbar de unas explosiones, que resultan ser disparos, se ve como el
dolor cubre su rostro mientras las balas le atraviesan, y cae en esa misma
sala, en la que la cámara nos muestra ahora al asesino, el policía, que levanta
su arma, alza el otro brazo realizando gestos de amenaza y empieza a gritar
consignas sobre Alepo y la venganza que, por lo allí sucedido, ha actuado
contra el embajador. Poco más se ve, y se sabe. Las agencias informan con
posterior que el tirador ha sido abatido, eufemismo al que se recurre mucho y
que resulta totalmente absurdo tras ver la violencia de la escena antes
relatada. Turquí contabiliza un nuevo atentado y la tensión regional en la zona
se dispara ante la muerte del representante de la cada vez más poderosa Rusia.
Sin tiempo para digerir algo así, en medio de la vorágine, salta
la noticia de un accidente o ataque en Berlín, de un camión que se ha
estrellado contra algunos de los puestos del mercadillo navideño que, en
este caso, se sitúa junto al centro histórico de lo que en su día fue el Berlín
occidental, al pie de los restos de la iglesia del káiser Wilhelm. Al oír la
noticia y empezar a ver las imágenes a todos nos asalta el recuerdo del 14 de
Julio, el paseo de Niza y el maldito camión, que en su alocada y asesina carrera
acabó con la vida de decenas de personas, en un acto yihadista de un sadismo, letalidad
y sencillez tan absurdas como aplastantes. El balance de muertos, unidad o par,
asciende de golpe a nueve, con una cincuentena de heridos, y deja esa zona de
Berlín sumida en el silencio que generan las ambulancias y la oscuridad de las
luces policiales. Toda la actividad se suspende, el miedo al atentado largamente
anunciado en el país corre por cada uno de los alemanes y las televisiones y
medios de todo el mundo tratan de informar de lo sucedido en medio del
hermetismo que, frente al caos informativo que acciones similares ha generado
en Francia o Bélgica, las autoridades alemanas logran imponer. Algunos detalles
son confusos, es detenido el presunto conductor del camión en el cercano y céntrico
parque del Tiergaten, y en la cabina del vehículo está el cuerpo de un
acompañante, polaco, de la misma nacionalidad que las placas y registros del
camión. Se sospecha de un robo y secuestro del convoy, que partió de Polonia a
primera hora de la tarde rumbo a Alemania, pero las certezas son escasas. Llega
la hora de ir a la cama y lo único que se sabe es que, en dos puntos de Europa,
el terror ha actuado, y que no será su último golpe.
A esta hora de la mañana la situación en Berlín
sigue siendo confusa, el camión sigue aún en el lugar en el que acabó su trágico
recorrido, y aunque todas las pistas parecen señalar una acción premeditada, la
policía no habla aun claramente de atentado. El balance de muertos ha subido a
doce, sin que se sepan los nombres y nacionalidades de ninguno de ellos, y el
cerco informativo sigue siendo efectivo. Es de esperar que la policía informa a
lo largo del día y, tras el trabajo realizado, lo haga contando en detalle lo sucedido
y el origen exacto de la acción que, sea el que sea, ha teñido de luto la
capital alemana y a media Europa, y a cuatro días de la Navidad, nos ha vuelto
a recordar que el terrorismo, que tanta muerte y horror ha causado en este
2016, sigue ahí, esperándonos.
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