Desde que el verano pasado se
produjera el disparate del Brexit, en una de las fechas más aciagas para la
construcción europea y para la defensa de la ciudadanía sobre la tribu, toda
han sido problemas en el Reino Unido y en la UE para poder gestionar una
situación indeseable que sólo genera perjuicios a ambas partes. El malhadado
Brexit provocó la caída del gobierno de David Cameron y la llegada al número 10
de Downing Street de una Theresa May que no parecía consolidar su liderazgo
entre los conservadores. Su genial idea de convocar elecciones este año para
fortalecer la mayoría parlamentaria de gobierno se saldó con la pérdida del
control de las cámaras y un debilitamiento aún mayor. Muy mal negocio.
De ahí que la
firma de un acuerdo el pasado 8 de diciembre en Bruselas entre la UE y el Reino
Unido sobre los tres preliminares del Brexit fuese visto por muchos como
una primera rendición de Londres ante los postulados de Bruselas. Esas tres
áreas eran la de cuánto debía pagar el Reino Unido a la UE por los compromisos
ya pactados (el coste del divorcio), la situación y derechos de los europeos
residentes en gran Bretaña y la frontera entre Irlanda del Norte e Irlanda,
futura frontera física entre zona UE y zona exterior. Esas cuestione fueron
definidas como preliminares por los negociadores antes de afrontar las rondas
de debate sobre cuál será el estatus comercial del Reino Unido y su relación
con los exsocios. Ese es el tema principal del proceso negociador de salida, y
desde el pasado viernes 8 se puede hablar de ello. Lo que se ha sabido de los
puntos de preacuerdo va desde una concreción de pago en el entorno de los
40.000 millones de euros por parte de las autoridades británicas, que no querían
inicialmente soltar una libra, a la inconcreción más absoluta sobre cómo será
la frontera entre las irlandas, definiendo una situación imposible en la que se
habla de una frontera efectiva pero “no dura” sin que esté nada claro qué
quiere decir eso. May llegó a Londres con el acuerdo tratando de venderlo como
una victoria, pero estaba claro para todos que no era nada de eso. No desde
luego una derrota en toda regla, pero sí algo muy alejado de los postulados
ultras que lograron llevarse el maldito gato al agua en el referéndum de hace
año y medio. En la práctica Reino Unido renuncia al club comunitario pero
observa cómo durante un periodo transitorio de varios años va a tener que
seguir pagando y acatando las normas de la UE sin poder ya decir nada al
respecto al carecer de voto efectivo. Si lo que deseaba era una soberanía mayor
para escapar del yugo de Bruselas se va a encontrar en una situación de aún
mayor desgobierno, con la menor soberanía posible. Esto ha exacerbado la crisis
que vive el partido conservador, dividido al menos en dos familias, los duros,
que recelan de todo lo que signifique Europa, consideran a May una fracasada y
quieren ejecutar una salida brusca y radical, y los posibilistas, que también
ven en May una líder no válida, pero que aspiran a un acuerdo con Bruselas lo más
suave posible que permita mantener las máximas relaciones comerciales y
financieras. La división entre ellos es, de momento, la garantía que tiene May
para seguir en el poder, dado que no se van a poner de acuerdo ni en quién le
sustituiría ni cuál sería su política, pero en cada votación que se celebre en
Westminster, donde los conservadores perdieron la mayoría absoluta en verano (necesitan
a un partido ultra unionista irlandés para todas las votaciones) hace que la
posición del gobierno sea, como mínimo, frágil. Y
ayer se vio hasta qué punto alcanza esa fragilidad. El voto contrario al
gobierno de May de un pequeño grupo de parlamentarios conservadores permitió,
por 309 frente a 305, aprobar una norma que obliga a que el Parlamento
ratifique el futuro acuerdo del Brexit, el pacto final que se alcance con Bruselas
para, como muy tarde, marzo de 2019.
Esto arroja a May a los pies de
los caballos, dado que sin mayoría sabe que Westminster jamás aprobará un
acuerdo de Brexit duro, lo que supone un revés en su planteamiento negociador,
una enmienda total al resultado de salida brusca de la UE y, de cara a las
negociaciones futuras, un ejercicio público de debilidad, que compromete por
completo la posición británica en la mesa de diálogo. Lo de ayer fue una enorme
derrota de May y de los partidarios del brexit “duro”. ¿Quiere decir esto que,
finalmente, el acuerdo puede llegar a ser tan descafeinado que sería como sí
realmente no hubiera una salida efectiva? Pudiera ser, no está nada claro lo
que va a pasar, pero es cierto que desde verano del año pasado la UE tiene un
problema con este tema y Reino Unido, un problemón.
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