lunes, diciembre 11, 2017

La lluvia se llamaba Ana

A eso de las tres y media de la mañana de hoy llovía en mi barrio como si no lo hubiera hecho nunca, y dado lo que ha caído en Madrid a lo largo de este año la expresión es algo más que una mera forma de hablar. Cortinas cerradas de lluvia con viento, que se movían de manera violenta golpeando ventanas, árboles y las hojas que aún permanecen sobre ellos. Alcantarillas rebosantes de agua y hojas, miles, millones, caídas a lo largo de estos días de heladas que las han ido tirando y que, la ausencia de temporal ha impedido que se desplazasen a otro sitio. La imagen, desde el refugio de mi casa, era espectacular.

Casualidades de la vida, a partir de este otoño varios servicios meteorológicos europeos, entre ellos AEMET, han acordado poner nombre a las borrascas atlánticas que alcancen cierta magnitud y puedan suponer un riesgo para la población, y el temporal que nos ha azotado esta noche, y que hoy ya nos abandona, es el primero que cumple esas características y ha tomado el primer nombre de la lista, alfabética, que esta vez empieza por “Ana”. Es una lista de nombres alternos entre varón y mujer y se usarán aquellos que sean necesarios en función de la intensidad de los temporales. Esta idea de nombrar a las borrascas, algo peregrina en nuestras latitudes, se ha tomado, entre otras cosas, para facilitar a los medios de comunicación y a los organismos de protección civil la denominación de los fenómenos y que estos calen más en la población, a la hora de que las medidas de precaución previstas sean más eficaces. ¿Servirá para algo? Está por ver, aunque la experiencia de Ana deja un cierto sabor amargo. Y es que Ana se ha generado por un proceso de ciclogénesis explosiva, que no es sino una de las maneras mediante las que una borrasca puede nacer, en este caso caracterizada por la velocidad del proceso de formación, pero que no determina la intensidad o efectos del temporal en cuestión. Una borrasca de este tipo puede ser más o menos intensa que otra generada por un proceso menos abrupto, pero los dos términos combinados, “ciclogénesis explosiva” son como un imán para los medios y desatan titulares que van desde el alarmismo hasta lo ridículo, pasando todos ellos por la inexactitud. Si me permiten el ejemplo tonto, poco importa para la capacidad de berreo de un niño por la noche si este ha sido concebido de manera natural o por fertilización de la madre, y de la misma manera el proceso de formación de la borrasca poco nos puede decir de su intensidad y efectos. Cierto es que estas borrascas tienden a ser más profundas que otras, y su proceso de generación acelerado las hace más peligrosas en la zona en la que se crean, habitualmente sobre el Atlántico, pero eso es un dato que, siendo muy relevante para los barcos que por ahí transitan, resulta de menor importancia para los que, en tierra firme, podemos llegar a sufrir sus efectos. Pero, como en tantas ocasiones, el sensacionalismo de algunos medios apenas entiende de terminología y se lanzan al morbo que se expande en palabras grandiosas y explosivas, literalmente. Eso contribuye al alarmismo de la población y, me temo, a su desinformación. Ante situaciones de este tipo hay que conservar la calma, no hacer tonterías como irse a cimas o paseos marítimos para contemplar el desatado oleaje y atender las indicaciones de protección civil y organismos fiables, como AEMET y medios de comunicación de primera. Desconfíe de los que anuncian el apocalipsis para dentro de media hora y montan espectáculos con el vendaval.


¿Servirá Ana para paliar la sequía? No, pero su ayuda no vendrá nada mal. Como en el caso de la recuperación de un enfermo, terrenos y pantanos necesitan un proceso gradual y constante de entrada de nuevas reservas para recuperarse tras la escasez, y aunque Ana ha dejado precipitaciones intensas en algunas zonas, muy necesitadas, es necesario que las lluvias sean continuas, generosa y mansas para que su efecto benéfico sea el mayor posible. De todas maneras, lo caído bien caído está, en algunas zonas permitirá plantar cultivos de invierno, salvar bosques y praderas, y aliviar a algunos de los maltrechos embalses que malviven tras un 2017 reseco y árido hasta la extenuación. Ana ha sido bien recibida.

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