miércoles, diciembre 13, 2017

Trump y la Luna (para Eugene Cernan)

El incidente del metro de ayer me impidió comentar el aniversario del día 11. En esa jornada, hace 45 años, en el ejercicio en el que yo nací (vértigo me da recordarlo) la última de las misiones Apolo logró su objetivo y se posó en la Luna. El comandante Eugene Cernan y el piloto Harrison Schmitt se posaron en el satélite mientras Ronald Evans los esperaba en el módulo de mando. Cernan falleció a principios de este 2017, y con su muerte se apagó una de las luminarias de aquella carrera espacial que acompañó muchos de nuestros sueños de infancia. Buzz Aldrin sigue vivo, y es de los últimos testigos de una época gloriosa y, dolor, efímera.

Quizás por esa coincidencia escogió Trump (más bien sus asesores) el día 11 para el anuncio de la firma de la orden llamada “Directiva 1 de política espacial” en lo que es un acto político de, literalmente, altos vuelos. En el anuncio de la firma Trump expresó su deseo de la próxima vuelta de astronautas norteamericanos a la Luna y, posteriormente, en viaje a Marte. La comparecencia tuvo cierto bombo, aire de propaganda y escasa sustancia, y la orden en sí es un mandato a la NASA que más parece una declaración de intenciones que una estrategia política o científica. No consta una asignación presupuestaria asociada ni un plan detallado que ponga fechas, medios, recursos, estructuras y personal al servicio del objetivo. Lo más probable es que estemos ante otro de estos anuncios a lo Trump, en los que domina la escena y la cartelería patriótica, sin que haya debajo de los mismos contenido alguno salvo carnaza para tuiteros y periodistas alocados. Por ello, pese a mi fanatismo por la carrera espacial, la cautela me puede, y no me hago ilusión alguna con las intenciones expresadas por un presidente veleta que sólo tiene como objeto montar bronca allá donde apunte con su fusil mediático. La NASA es un organismo mastodóntico, que padece restricciones presupuestarias que van a más ejercicio tras ejercicio, y que no tiene un rumbo claro en su política de astronáutica tripulada desde la liquidación de la flota de transbordadores. El programa Orion Constellation, surgido de la presidencia del segundo Bush, ya apuntaba a un retorno lunar tripulado con cohetes más herederos del estilo Saturno que de la tecnología del transbordador, pero la llegada de Obama a la Casa Blanca y al crisis financiera dieron al traste con aquellas ideas y todo se vino abajo. Se decidió diseñar un lanzador pesado, el SLS, con capacidad para metas lunares y marcianas, pero sin un destino claro. El proceso de su construcción avanza, y quizás en un par de años veamos sus primeros lanzamientos, pero resulta obvio que a día de hoy la agencia no dispone de la tecnología necesaria para una misión lunar tripulada, ni es previsible que la tenga en varios años, y varios aquí se acerca a muchos. Por ello el anuncio de Trump puede servir para desviar presupuestos de otras áreas hacia el destino lunar, y acelerar los plazos, pero en ningún caso podríamos imaginar un viaje al satélite con el logotipo oficial del gobierno norteamericano antes de cuatro o cinco años, siendo generoso. Una derivada de esa afirmación es que a lo mejor el próximo alunizaje no lleva financiación norteamericana. ¿Pueden los chinos ser capaces de mandar un astronauta al satélite, que tome suelo en él, y que vuelva? Hay muchas dudas al respecto, dado el secretismo de Beijing sobre tantos temas, pero no es descartable de ningún modo, y quizás la decisión de Trump esconda el miedo de que EEUU sea adelantado en su posición preminente en el espacio, amenazada ya desde hace mucho, lo que supondría, en esta dimensión, un nuevo ejemplo de la ascendencia del poder chino frente al norteamericano, en supuesta decadencia.


Otra derivada de este asunto, muy importante y novedosa, es que quizás el próximo vuelo lunar sí lleve la bandera de las barras y estrellas pero no el logotipo de la NASA. Los planes de Elon Musk con su Falcon Heavy apuntan al satélite como vía para llegar a Marte, y supuestamente a principios del año que viene, con retardo respecto a lo esperado, tendremos el primer lanzamiento de prueba de ese cohete que, por capacidad, si puede llevar una tripulación hasta la Luna. La iniciativa privada, actor que no existía en el pasado, puede ser el ganador inesperado de la batalla lunar, lo que sería revolucionario y, para Musk, el mayor golpe de marketing imaginable. Puede que acelerar los plazos de todos los actores involucrados sea el mayor de los logros del anuncio de Trump. Veremos a ver qué es lo que acaba pasando.

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