Sigo sin entender cómo funciona
la magia de la música, pero la siento plena cuando la escucho. Supongo que me
pasa como a tantos otros, y como decía San Agustín refiriéndose al tiempo, que
cuando la oigo se lo que es, pero que cuando tengo qué explicarlo me veo
incapaz de expresarlo en palabras y frases, no pudiendo explicarlo. Cómo un
lenguaje tan abstracto, carente de letras que podamos entender, de fonemas y
estructuras, nos puede transmitir mensajes y emociones de una forma a veces más
intensa que el más apasionado de los textos. No se cómo es posible, pero
sucede. Y quizás sea mejor dejarlo así.
El pasado viernes tuve la
oportunidad de volver a sentir una sensación musical, gracias a ISM, antigua
jefa mía ya jubilada, que con motivo del arreglo del piano de pared que está en
el sótano de su casa, organizó un concierto privado al que invitó a pocas
personas, no llegaríamos a la veintena, en una velada tan exclusiva como
lujosa. Para nosotros en exclusiva iba a interpretar la pianista María Parra, mujer llena
de talento y fuerza, que nos narró, con el teclado y de viva voz, el
contenido de su segundo disco, centrado en piezas del impresionismo francés y
algunas selecciones de repertorio español. Cuando hace unas semanas ISM me
comentó la idea del concierto, surgida de la amistad de María con una de sus
hermanas, me pareció una idea curiosísima, extraña y, pensaba para mi, loca, de
esas que se dan en las ciudades y que son extravagantes de por sí, y me hizo
mucha ilusión que ISM me invitase a un acto así. Cuando iba a él, bajo el
viento frío de este invierno anticipado, y ya sentado en una silla en el sótano
de la casa, al resguardo, en el calor del hogar, y con el piano al fondo, no
podía dejar de pensar en lo insólito que era lo que estaba a punto de suceder,
lo difícil que es conocer a un músico y lo casi imposible que es que toque para
ti, que no estés en lo alto de un anfiteatro oyendo, y viendo las cosas a una
distancia enorme, sino ahí, al lado, a tres cuatro metros de la silla que,
todavía, seguía vacía. Supongo que la pianista estaría nerviosa, como ante
cualquier actuación, y más si cabe en una de este tipo donde las caras de los
espectadores están ahí, encima, junto a ella, pero yo estaba en esos momentos
casi tan nervioso como ella. Bueno, quizás no fueran exactamente nervios, pero
sí esa sensación de tensión que a uno le embarga ante situaciones importantes
que se antojan difíciles. Supongo que no para la intérprete, pero esa sensación
desapareció por completo para mi al poco de que María entrase en la sala de
concierto y comenzara a tocar, y la música lo llenase todo. Música centrada en
un Debussy desatado, cromático y volátil, con piezas que tratan de reflejar
esos paisajes impresionistas que dieron nombre a la corriente artística, y que
el compositor francés logra, de manera mágica, describir con pentagramas, y el
intérprete tiene el reto de convertirlos en sonidos de color y sensaciones. María
iba desgranando las piezas del repertorio, agrupándolas por bloques, y
realizando antes de ello una introducción explicando qué es lo que íbamos a oír,
qué significado le había dado el compositor a la obra y lo que esas piezas habían
supuesto para ella a lo largo de su carrera profesional y de estudio del piano,
que es lo mismo que decir de su vida, dedicada en cuerpo y alma a una pasión, a
un instrumento, a una tortura, a una esclavitud, que todo lo pide, y que todo
lo ofrece si uno se entrega sin límite. El concierto duró algo más de una hora
y tuvo varias propinas, pero cada uno de los minutos de entrega de Maria ante
el teclado, con nuestra absorta atención embelesada en sus manos y postura, se
hicieron intemporales. Su interpretación fue excelente, su entrega total,
nuestro disfrute, pleno.
Tras escuchar la música,
estuvimos un buen tiempo en el salón de la casa de ISM de charla, picoteo y
tertulia, no sólo de cuestiones musicales, y durante bastante tiempo el grupo
de personas a las que yo conocía, que fuimos los últimos en marcharnos, tuvimos
la oportunidad de contar con María como tertuliana, y pudimos hacerle preguntas
sobre su carrera, gustos musicales, cuestiones sobre otros intérpretes,
compositores y obras. Y hablamos largo y tendido de otros muchos temas no
musicales, en una velada que fue un placer para los que la pudimos disfrutar, y
de la que sólo puedo dar gracias a María por su arte y entrega, y a ISM y sus
hermanas por habernos permitido disfrutar de una noche impresionista llena de
calor y color.
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