lunes, diciembre 04, 2017

Música, color, viento (para Maria Parra e ISM)

Sigo sin entender cómo funciona la magia de la música, pero la siento plena cuando la escucho. Supongo que me pasa como a tantos otros, y como decía San Agustín refiriéndose al tiempo, que cuando la oigo se lo que es, pero que cuando tengo qué explicarlo me veo incapaz de expresarlo en palabras y frases, no pudiendo explicarlo. Cómo un lenguaje tan abstracto, carente de letras que podamos entender, de fonemas y estructuras, nos puede transmitir mensajes y emociones de una forma a veces más intensa que el más apasionado de los textos. No se cómo es posible, pero sucede. Y quizás sea mejor dejarlo así.

El pasado viernes tuve la oportunidad de volver a sentir una sensación musical, gracias a ISM, antigua jefa mía ya jubilada, que con motivo del arreglo del piano de pared que está en el sótano de su casa, organizó un concierto privado al que invitó a pocas personas, no llegaríamos a la veintena, en una velada tan exclusiva como lujosa. Para nosotros en exclusiva iba a interpretar la pianista María Parra, mujer llena de talento y fuerza, que nos narró, con el teclado y de viva voz, el contenido de su segundo disco, centrado en piezas del impresionismo francés y algunas selecciones de repertorio español. Cuando hace unas semanas ISM me comentó la idea del concierto, surgida de la amistad de María con una de sus hermanas, me pareció una idea curiosísima, extraña y, pensaba para mi, loca, de esas que se dan en las ciudades y que son extravagantes de por sí, y me hizo mucha ilusión que ISM me invitase a un acto así. Cuando iba a él, bajo el viento frío de este invierno anticipado, y ya sentado en una silla en el sótano de la casa, al resguardo, en el calor del hogar, y con el piano al fondo, no podía dejar de pensar en lo insólito que era lo que estaba a punto de suceder, lo difícil que es conocer a un músico y lo casi imposible que es que toque para ti, que no estés en lo alto de un anfiteatro oyendo, y viendo las cosas a una distancia enorme, sino ahí, al lado, a tres cuatro metros de la silla que, todavía, seguía vacía. Supongo que la pianista estaría nerviosa, como ante cualquier actuación, y más si cabe en una de este tipo donde las caras de los espectadores están ahí, encima, junto a ella, pero yo estaba en esos momentos casi tan nervioso como ella. Bueno, quizás no fueran exactamente nervios, pero sí esa sensación de tensión que a uno le embarga ante situaciones importantes que se antojan difíciles. Supongo que no para la intérprete, pero esa sensación desapareció por completo para mi al poco de que María entrase en la sala de concierto y comenzara a tocar, y la música lo llenase todo. Música centrada en un Debussy desatado, cromático y volátil, con piezas que tratan de reflejar esos paisajes impresionistas que dieron nombre a la corriente artística, y que el compositor francés logra, de manera mágica, describir con pentagramas, y el intérprete tiene el reto de convertirlos en sonidos de color y sensaciones. María iba desgranando las piezas del repertorio, agrupándolas por bloques, y realizando antes de ello una introducción explicando qué es lo que íbamos a oír, qué significado le había dado el compositor a la obra y lo que esas piezas habían supuesto para ella a lo largo de su carrera profesional y de estudio del piano, que es lo mismo que decir de su vida, dedicada en cuerpo y alma a una pasión, a un instrumento, a una tortura, a una esclavitud, que todo lo pide, y que todo lo ofrece si uno se entrega sin límite. El concierto duró algo más de una hora y tuvo varias propinas, pero cada uno de los minutos de entrega de Maria ante el teclado, con nuestra absorta atención embelesada en sus manos y postura, se hicieron intemporales. Su interpretación fue excelente, su entrega total, nuestro disfrute, pleno.


Tras escuchar la música, estuvimos un buen tiempo en el salón de la casa de ISM de charla, picoteo y tertulia, no sólo de cuestiones musicales, y durante bastante tiempo el grupo de personas a las que yo conocía, que fuimos los últimos en marcharnos, tuvimos la oportunidad de contar con María como tertuliana, y pudimos hacerle preguntas sobre su carrera, gustos musicales, cuestiones sobre otros intérpretes, compositores y obras. Y hablamos largo y tendido de otros muchos temas no musicales, en una velada que fue un placer para los que la pudimos disfrutar, y de la que sólo puedo dar gracias a María por su arte y entrega, y a ISM y sus hermanas por habernos permitido disfrutar de una noche impresionista llena de calor y color.

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