Este fin de semana se produjo un apagón en la isla canaria de La Gomera. No me refiero a ninguna metáfora del tipo “apagón informativo” o similar, sino literalmente a que se fue la luz. Se produjo una avería grave en la central de ciclo combinado que abastece a la isla y tuvo que parar. Los servicios y empresas que cuentan con grupos electrógenos propios soportaron la situación más o menos, o durante un tiempo, pero esas instalaciones de emergencia no están, normalmente, destinadas a soportar varios días de falta de corriente, sirven para parchear caídas puntuales, o de horas. Salvo el hospital general de la isla, el resto de sistemas fueron cayendo poco a poco.
En poco más de un día sólo los que tenían placas solares instaladas en sus viviendas disponían de corriente en la isla, y eso de día, claro está. Las baterías de los móviles se agotaron en unas cuantas horas, extenuadas de un sobreuso derivado de la necesidad de saber qué pasaba, de búsquedas recurrentes y de llamadas y mensajes a conocidos de la isla y de fuera por si el problema era local o no. Al cabo de un día sin luz toda la tecnología portátil que nos distingue de los siglos pasados se había convertido en curiosos artefactos que pesan y ocupan sitio, pero no sirven para mucha cosa. La economía, enganchada a dispositivos, terminales de pago, cajas registradoras, Excel, programas de contabilidad, pasarelas bancarias, cajeros y otro tipo de enseres, colapsó en un par de días, y los establecimientos que seguían abiertos operaban sólo con efectivo y hacían las cuentas a mano, anotando en un cuaderno lo que se les había pagado, las vueltas y demás transacciones. Las cámaras frigoríficas de los supermercados se descongelaban poco a poco y el género que en ellas se acumulaba empezaba, de manera inexorable, su camino a la podredumbre. Sin la protección del frío el aire natural y sus bacterias atacan sin piedad a helados, pescados, carnes y demás viandas que apenas pueden soportar horas a temperatura ambiente antes de convertirse en algo nada deseable. El oscuro objeto de deseo del verano, una bebida fría, se convertía en imposible porque hace falta electricidad para refrigerar, y sin ella no hay manera de conseguirlo, salvo usando botijos y otros artilugios que en épocas pasadas otorgaban frescor por vía natural a lo que en ellos se depositaba. Todas esas bebidas que se contienen en latas de aluminio en seguida alcanzan, si no están refrigeradas, a temperatura ambiente, y su envase metálico tiende a calentarse más aún, por lo que el refresco puede acabar convirtiéndose en caramelo en no mucho tiempo. Al tercer día sin luz la vida de siempre es ya un mero recuerdo, nada se puede hacer cuando se pone el Sol porque la iluminación nocturna se convierte en algo que está tan lejos de producirse como en la época de las cavernas, y el día a día tampoco es muy agradable. Las bombas de agua que permiten drenar pozos y abastecer a los pisos altos funcionan con electricidad, y tras un buen tiempo paradas la presión del agua se derrumba en muchas de las viviendas, por lo que los grifos empiezan más a eructar que manar. Lo mismo le pasa a los surtidores de gasolina, que elevan el líquido desde los depósitos que están bajo las estaciones de servicio gracias a la corriente eléctrica, por lo que a no muy tardar las gasolineras empiezan a ser sitios poco útiles, de los que empieza a costar obtener un combustible que sirva para que los vehículos circulen. En esto la tecnología no ayuda, y sin fluido son los nuevos eléctricos los primeros coches que se convierten en inútiles tras haber agotado su batería y ser imposible realizar recarga alguna de unos enganches que no proporcionan nada. Con internet caído y sin que los dispositivos de conexión a la red puedan funcionar, la isla se convierte en un museo de cómo era el mundo en el pasado, en un acelerado viaje al desastre, a una era oscura y llena de problemas.
Esta descripción que he hecho no pretende, para nada, ser poética, sino todo lo contrario, infundir temor. Nuestra dependencia de la electricidad es tan alta que apenas somos conscientes de hasta qué punto su fallo es uno de los grandes problemas que nuestras sociedades tienen en frente, siendo escasas las horas que permiten que una avería se convierta en una catástrofe. Cada isla canaria debe ser autosuficiente, dada su lejanía de la península, y el riesgo de que allí se produzca algo como lo que ha pasado en La Gomera no es ínfimo. Si usted desea destruir a una sociedad, a un enemigo, prívele de electricidad durante tres o cuatro días. Le devolverá al pasado, allí donde no hay nada que funcione.
No hay comentarios:
Publicar un comentario