Una de las muchas cosas que no entiendo de la sociedad en la que vivimos es la adoración que se da a los deportistas, la pleitesía de todo ante los que juegan o hacen un deporte y consiguen victorias. Nada veo de relevante en ello, son profesionales que dedican horas sin límite a correr, saltar, pegar patadas a un balón o lo que sea. Haberlos endiosado como lo hemos hecho los convierte en intocables, y les hace comportarse de una manera, por lo general, infame, que sería intolerable si la desarrollase alguien en cualquier otro aspecto de la vida, pero que es perdonada sin límites por los seguidores del deportista o del equipo en el que se encuadra. Es absurdo, pero así funciona.
Luis Rubiales es el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, un organismo continuamente envuelto en la sospecha por todo tipo de prácticas presuntamente corruptas desarrolladas por sus directivos. Rubiales sucedió a Ángel María Villar, que llevaba un porrón de años al frente de la institución y poseía un expediente judicial digno de Donald Trump. Al poco de ser elegido Rubiales empezaron a conocerse sus emolumentos, las dietas que cobraba por residencia alguien que está empadronado en Madrid y que las destinaba a la compra de un pisazo que hasta es difícil de imaginar. Los escándalos en forma de amaños, corruptelas y demás se han ido sucediendo a medida que decisiones como trasladar algunos campeonatos al extranjero o el reparto de los derechos televisivos generaba enfrentamientos entre los miembros de la federación y los clubes que conforma la liga. En todos ellos encontramos personajes siniestros, que han hecho del fútbol el mejor de los negocios para poder esconder sus presuntas corruptelas, y expandirlas mucho más allá. En el negocio del balón se dan todos los tipos de fraude que uno pueda imaginar, pero el respaldo de la afición es la excusa perfecta para seguir con ellos y que no se detengan. Uno mira a Rubiales, el conjunto de los presidentes de los equipos de fútbol y todos los que en ese mundo se mueven y difícilmente encontrará más casos de chanchullo y comportamiento directamente mafioso en otro estamento profesional. Súmenle a ello una misoginia que viene de fábrica, o si se quiere, un comportamiento salido y abusón, en el que los “huevos” están presentes en todo momento, en el que la chulería de estos sujetos se expresa día tras día en los estadios en forma de gestos soeces que avergonzarían a cualquiera, pero que son aplaudidos por la afición y los que les ríen las gracias sin cesar, con tal de que la pelotita de marras entre en la portería. Por eso lo que vimos el otro día tras la victoria de la selección femenina en el mundial no tiene nada de extraño. Mucho de baboso, indignante y denunciable, pero nada de extraño. Rubiales es un macarra, como todos los demás, que cree que las chicas están para lo que él piensa que están, y besa como le da la gana y a la que le da la gana porque quiere y puede. De hecho lo explicó perfectamente creo que esa misma noche en uno de esos lamentables programas de deportes que invaden las radios y televisiones, en el que tachó de pringados y gilipollas a los que le estaban criticando. De aquellas declaraciones lo más relevante es el uso del término pringados, que denota perfectamente cómo funciona la mente de todos estos sujetos que se mueven en el entorno del balón. Se saben protegidos, se saben privilegiados, adorados, consentidos hasta el extremo, y así actúan, no como los pringados, como yo o los millones de personas que tenemos que cumplir las leyes, que pensamos que las mujeres y el resto de personas que nos rodean tienen los mismos derechos y deberes que nosotros, que nos regimos en una sociedad en la que los excesos de uno suponen pérdidas y abusos sobre otros…. No, en el mundo de Rubiales las cosas no son así. Si él quiere robarle un beso a una jugadora lo hace, porque es su jefe, porque él manda y ella está para obedecer, porque él puede hacer lo que le de la gana y nadie del resto de pringados mortales le va a decir nada que sea relevante. Así es Rubiales y los que le rodean en el mundo del balón.
Hermoso, la jugadora que sufrió el abuso de poder delante de todo el planeta, ha sido muy presionada por la Federación para que se callase y no hiciera ruido, porque es una pringada, pero no ha resultado serlo tanto. Apenas ninguna voz directiva del mundo del fútbol o de las estrellas que alardean sin cesar los millones que cobran sin merecerlos ha salido en su defensa, y sólo cuando la posición de Rubiales ha empezado a tambalearse algunos han salido a criticarle, con un nivel de hipocresía tirando a aprobado en la muy exigente escala de Putin. Si Rubiales dimite otro, que seguirá considerándonos a todos como pringados, le sucederá, y quizás cuide algo más la formas, pero en el fondo seguirá representando el soez y mafioso mundo del fútbol.
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