En su excelente artículo de este lunes, Judith Arnal disecciona la economía china en unas pocas páginas y gráficos, y muestra perfectamente el problema al que se enfrenta el gigante asiático. Lo que se suponía que iba a ser un fuerte arranque tras decretarse el fin de la pandemia allí por parte del gobierno ha devenido en una preocupante tendencia a la contracción, en la que la deuda privada, el crédito promotor y el reventón de una burbuja inmobiliaria han gripado el modelo de crecimiento del gigante asiático, basado en inversión y exportaciones. A escala, Martinsa Fadesa en España se puede traducir por Evergrande en China para entender a lo que nos enfrentamos.
El gobierno de Xi lleva un tiempo tratando de cambiar el modelo de crecimiento del país, haciéndolo más dependiente de factores internos como el consumo privado o la innovación, y no tanto de la inversión en infraestructuras, cuyos rendimientos son decrecientes, o la exportación, en un contexto de creciente proteccionismo global y de marcha de empresas de China en busca de terceros países en los que los sueldos no crezcan tanto como allí, pero se está encontrando con graves problemas que no es capaz de atajar. El consumidor chino es bastante retraído, tendente al ahorro, entre otras cosas porque sabe que poco puede esperar de su gobierno en materias como la protección social. Eso, unido al miedo que dejó el Covid en aquella sociedad, sometida a una esquizofrenia total que pasó del cierre total a decidir que ya no había virus, ha dejado su poso en una demanda interna que no carbura. Las tasas de paro juvenil han escalado lo suficiente como para que dejen de publicarse y las proyecciones de crecimiento de la nación bajan a cada actualización que hacen los organismos económicos internacionales. ¿Cómo salir de una burbuja inmobiliaria y una demanda asustada? En España sabemos lo duro y cruel que puede ser algo así. A priori China cuenta con dos ventajas que no tuvimos nosotros y que le pueden servir para que este trance pase más rápido. Una es la soberanía monetaria, que, aunque no es convertible, permite al gobierno emitir yuanes y jugar con los tipos de interés para hacer lo que le convenga. El yuan ahora mismo está en una de sus cotas más bajas respecto a las monedas occidentales, y eso da algo de gasolina a las alicaídas exportaciones chinas, pudiendo compensar algunas de las barreras levantadas por economías importadoras y por la competencia creciente de otras naciones que también son ya fábricas globales. La otra herramienta es que, al contrario de lo que nos pasaba a nosotros, la deuda pública del gobierno chino es baja. Tienen el mismo problema de endeudamiento privado, pero con una opción de política fiscal con la que no contábamos. Se está diciendo día sí y día también que Xi y los suyos pueden aprobar en cualquier momento un paquete de estímulo fiscal, vía indirecta o, directamente, con la transferencia de dinero a los ciudadanos, para estimular el consumo. Medidas de ese tipo, que parecieran ficción, son las que vimos puestas en marcha por gobiernos como el del EEUU cuando se dio el Covid, con la entrega de cheques a sus ciudadanos, lo que generó en parte el enorme ahorro embalsado que, al ir terminando la pandemia, se tradujo en una demanda exacerbada a la que la oferta, por cuellos logísticos y pura incapacidad, no pudo hacer frente y disparó la inflación. Los datos de China muestran un riesgo de deflación que nos pone en el polo opuesto, y muestra que hay margen para políticas heterodoxas de estímulo de demanda. En todo caso, si Xi decide hacer algo así sería la prueba definitiva de los enormes problemas por los que atraviesa la economía local, y un reconocimiento público, ante el mundo entero, de que la segunda potencia económica está gripada. ¿Quiere el todopoderoso Xi aparecer como el que reconoce este problema? Una de las necesidades del régimen de Beijing es ocultar gran parte de lo que realmente sucede en esa nación, que el mundo no sepa lo que pasa en China, por la necesidad de mantener el control. Esto, que cuando las cosas marchan bien, es complicado, se vuelve prácticamente imposible cuando el camino se tuerce y embarra.
Hay otro factor, muy ligado a esto último, que diferencia notablemente las opciones del gobierno chino y las que tuvieron los españoles ante la burbuja. Nuestro país es una democracia liberal y aquello es una dictadura con un régimen cada vez más opresor. Eso le permite hacer cosas que aquí no se pueden ni pensar, pero no le garantiza, ni mucho menos, el éxito. El endurecimiento del régimen está, en gran parte, también detrás de la retirada de inversiones extranjeras, de la creciente mala imagen de la nación en el mundo, de la inseguridad jurídica de los negocios y de factores intangibles que son difíciles de medir, pero que aportan crecimiento, o lo frenan cuando se dan a la contra. Los problemas económicos chinos serán una de las grandes noticias de esta temporada.
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