Es una buena noticia que Sánchez y Feijóo se hayan reunido, aunque nada haya salido de ese encuentro. Sólo una hora de reunión, pero es más que media. No creo que lleguemos a saber qué se han comentado más allá de lo que ellos o sus portavoces quieran hacer creer, pero lo cierto es que son las dos únicas personas que pueden presidir el gobierno y la suma de sus votos la única combinación capaz de lograr mayorías aplastantes que puedan aprobar medidas y reformas que son cada vez más necesarias, tanto en lo político como en lo económico. Que sea extraordinario que los líderes de los dos principales partidos se reúnan es una medida de la anormalidad que vivimos.
Es bastante probable que Sánchez consiga ser investido cediendo ante los independentistas todo lo posible, humillando al estado y dejando claro que el poder es lo único que le interesa. Eso no sería ninguna sorpresa, dado que todos los que se presentan a las elecciones aspiran a alcanzar ese poder por encima de cualquier cosa. Sigo pensando que la mejor estrategia para Sánchez es no pasarse en sus ofrecimientos a los sediciosos y ponerles en la tesitura de apoyar o provocar una repetición, en la que, de darse, Sánchez acudiría siendo aquel que no cedió lo que no podía. Ya veremos. En todo caso lo mejor, que sería un acuerdo PP PSOE, no se va a dar. Y no sucederá porque los electorados de ambos partidos no lo perdonarían. En esto se produce algo muy similar a lo que pasa cuando la gente es preguntada sobre lo que ve en la tele. Ante el interrogador se quiere dar una imagen buena y se declara sinceramente que todas las tardes La 2 reina en los hogares, pero luego, en casa, en privado, sin dar cuentas a nadie, la inmensa mayoría ve mierdas del corazón o descuartizamientos, y la audiencia de La 2 es la que realmente es. A la pregunta de si un partido debe pactar con su contrario para garantizar estabilidad al país y ofrecerle consensos, casi todos contestan con un sí rotundo, lleno de espíritu de la transición, pero a la hora de la verdad, en un pacto contra natura, el electorado del partido se revuelve y decide castigar al líder que ha firmado un papel con su oponente. Y eso en el caso del votante templado de ambas formaciones, porque el exaltado que tiene acceso a Twitter (lo de llamarlo X es absurdo) tardará dos nanosegundos en ponerse a escribir insultos, quejas, gritos y todo tipo de amenazas con adjetivos soeces hacia el cobarde traidor que ha tirado las esencias del partido para acordar algo con su enemigo. El peso de esta banda de descerebrados es menor del que parece y, sobre todo, inferior al insoportable ruido que generan, pero son una fuerza de presión determinante para los partidos, porque su forofismo es total y eso les permite a las organizaciones tener movilizados en todo momento y lugar para lo que haga falta. Las redes sociales han permitido que los “ultras” se hagan con el control mediático de los partidos, o que directamente los formen o dirijan, de tal manera que no hay forma de que la razón se asiente en las formaciones políticas. Por eso, y pese a que es la solución obvia, PP y PSOE no van a pactar nada. Si lo hicieran, los sediciosos, batasunos y ultras populistas de izquierda y derecha quedarían relegados a lo que son, extremos molestos, ruidosos, peligrosos pero incapaces de lograr nada. La inmensa mayoría de votantes del país ha escogido formaciones moderadas, reflejando lo que es la sociedad, un conjunto de personas que no viven el día a día a la manera crispada y rencorosa que desarrollan sus representantes políticos. Afortunadamente la inquina de ellos no se ha logrado trasladar plenamente a nuestra sociedad, que está partida por muchos ejes, pero que no se encuentra enfrentada. En general, esa bronca política se ha traducido, en el día a día de la calle, en desapego y hartazgo, y es lo mejor que ha podido pasar.
Los endiablados resultados del 23J ofrecen un parlamento con una posible mayoría sanchista tan ajustada que no sólo el insoportable coste de las cesiones, sino cualquier avatar que pueda suceder una vez lograda la investidura, puede dar al traste con un gobierno que estaría a merced de cualquiera de los muchos grupos que lo apoyan. Las primeras encuestas que han surgido, más lo harán en otoño, muestran un panorama casi inmóvil, abocado a la parálisis y el tedio, en el que la política y el gobierno se convierten en un problema y no en una fuente de solución. Ni si quiera en un mínimo sistema de gestión diaria. Eso es lo que tenemos. Deprimente, pero es lo que hay.
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