Es muy difícil seguir la carrera judicial de Donald Trump, los casos se acumulan unos sobre otros y se solapan, confundiéndose el espectador entre abusos sexuales a la democracia o sustracción de secretos sobre con qué chicas podía hacer cosas y con cuáles. A medida que las causas se van sucediendo la imagen del expresidente, que debiera quedar cada vez más asociada a la delincuencia, se engrandece entre sus seguidores y el papel de víctima que le encanta interpretar, falsamente desde luego, le viene de perlas para una carrera política que, ni mucho menos, está terminada. Es el mundo al revés. Desquicia y deprime a cualquiera.
Esta tarde hora local, noche en España, Trump tendrá que comparecer en una corte de Washington ante la imputación de delitos federales por su participación en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 y el intento de alterar el resultado de las elecciones de 2020. Los casos anteriores no eran menores, pero sí lo son en comparación a este, que llega hasta el punto neurálgico de la participación del presidente en el intento de golpe de estado que se produjo ese día en la capital federal. Todavía estremece contemplar aquella turba de salvajes, exaltados, fanáticos, asaltando la sede de la soberanía de aquella nación mientras el presidente, desde la Casa Blanca, reiteraba que eran buenos chicos y patriotas de corazón. Será complicado para cualquier fiscal demostrar con pruebas indubitables que Trump alentó, permitió, organizó, colaboró o tuvo un papel activo en aquella vergonzosa tarde de enero, pero lo cierto es que los que vimos aquello y contemplábamos la actitud del todavía presidente sentíamos un escalofrío al ver cómo las instituciones del país más poderoso del mundo se pueden ir al garete si, desde dentro, se conspira contra ellas. De todos los presidentes que en EEUU ha habido desde su independencia en 1776 es Trump el que más cerca ha estado de dar un golpe que derribe a la democracia y el equilibrio de poderes que esa nación ha sabido mantener durante más de dos siglos y medio. Todos los días vemos, en países vecinos de EEUU, como los regímenes republicanos presidencialistas pueden caer por la pendiente del autoritarismo vía golpe interno, sin que se pueda hacer mucha cosa dada la debilidad de las sociedades en las que esos regímenes actúan. La sociedad de EEUU es fuerte, y lleva la democracia en su interior mucho más arraiga que, por ejemplo, nosotros, que damos lecciones a todo el mundo y sólo nos podemos expresar con libertad desde 1976, pero aun así los hechos del 6 de enero demostraron que lo que consideramos sólido no lo es, recordando el famoso y certero ensayo de Muñoz Molina. Damos por sentado que las instituciones siguen ahí día tras día pero lo cierto es que eso es así si los que las ocupan creen en ellas, si la sociedad también se las cree y las defiende y los que luchan por derribarlas, siempre los hay, son pocos y saben que tienen en frente a todos los demás. Si todo eso no se da es probable que llegue un día en el que la democracia corra realmente el riesgo de ser superada por un régimen autocrático que nunca se definirá como tal, pero que apenas engañará por la vileza de sus actos. Lo último en golpes de estado postmodernos es usar las propias instituciones para derogarse a sí mismas y dictar normas ilegales e injustas, como se intentó por parte de los sediciosos catalanes en 2017, los mismos que ahora tienen la llave de la gobernabilidad. No vimos ahí a salvajes con cuernos sentados en los escaños, sino a señores trajeados que trataban de excluir a gran parte de la población que representaban para imponer un régimen de partido único, de visión única, de única idea y sentimiento nacional. Una dictadura, la suya. Aquello fracasó, lo mismo que el intento de asalto al Capitolio, pero se intentó, y por ello tuvo alguna opción real de prosperar. Y por eso este tipo de hechos son tan graves.
Ojalá Trump pasase el resto de su vida en la cárcel, sea por el delito que sea. Para mi, su principal falta es haber traicionado la constitución de su país y tratar de convertirse en un dictador populista. Como antes indicaba, tiene pinta de que a corto plazo no le van a enchironar como debiera ser, y podrá optar el año que viene a volver a ser presidente, dado que arrasa en las primarias de un partido republicano convertido en un asustado títere al servicio del infame magnate. Lo peor es que las encuestas anticipan un empate virtual entre el sedicioso Trump y el decrépito Biden, en lo que sería una elección entre figuras muy menores para una nación que requiere rumbo, decisión y medidas para hacer frente a sus problemas. Así pinta la política en EEUU.
No hay comentarios:
Publicar un comentario