Elevando a su más alto grado el cinismo, Putin ha dicho que no va a poder acudir al funeral de Prigozhin porque tiene la agenda muy ocupada. Es difícil que un escritor fuera capaz de componer una imagen semejante en la que el asesino se muestra tan comprensivo y, a la vez, tan cruel con aquel al que se ha cargado. La profesionalidad mafiosa de Putin está más allá de toda duda. Ha prometido que se realizará una investigación sobre las causas del desplome del avión, pesquisas que tendrán como gran debate de fondo si fue la mano izquierda o la derecha de Putin la que ordenó que, probablemente, una bomba estallase en pleno vuelo.
En la presentación de un libro suyo sobre los años de corresponsal en Moscú, que coincidieron con la caída de Yeltsin y la llegada de un desconocido Putin, Anna Bosch comentaba que el poder en Rusia es algo que no tiene nada que ver con la idea de poder que tenemos en occidente. Aquí los gobernantes, mandan, deciden, pero sobre todo lo hacen en temas administrativos, y no pocas veces con escaso éxito o nulo respeto por parte de la sociedad. El gobierno de un país occidental es importante, claro, pero no controla muchos de los aspectos de la sociedad que, de alguna manera, va por su lado, en lo que es una de las más profundas e importantes distinciones que separan a nuestras sociedades de las de los regímenes totalitarios. En Rusia las cosas no son así. El poder es viscoso, palabra que creo recordar ella utilizó. Se introduce por todas partes y es imposible escapar de él, deja rastros, marcas. No tiene límites, no tiene frenos, no tiene escrúpulos. La gestión del poder por parte de quien ocupa el Kremlin es tan absoluta que resulta inconcebible para los ingenuos occidentales, amarrados como estamos a leyes, cortapisas, contrapoderes y equilibrios. Allí no. Si se determina que algo o alguien debe ser eliminado lo es, y si la ley dicta otra cosa no importa, se hace lo que el poder designe que debe hacerse y luego se hará aparentar que es legal. Dirá usted que esto se parece a las marrullerías que hace Sánchez con sus socios sediciosos, y aunque en la forma se parezca, nada tiene que ver en el fondo. En Rusia la vida individual vale lo que en cada momento el régimen dictamine que vale, y si es necesario hacer una leva y llevarse a cientos de miles de chavales a sacrificarlos al frente ucraniano se hace, sin conmiseración alguna. Si un opositor se mantiene en sus trece de no doblegarse se le puede ir retorciendo, social y hasta físicamente, hasta eliminarle cuando el que dicta en el Kremlin lo considere oportuno, con la misma frialdad con la que se decide hacer una limpieza en el baño de casa. La ley, cuando el occidental vive allí, se demuestra papel mojado, mero formalismo que el poder no necesita cumplir para sí mismo, y que determina si debe ser respetado o no para los demás en función de sus intereses. Esta manera de gestionar, aunque no sea el término adecuado, no es nueva allí, existe desde hace varios siglos, es más asiática que occidental, y se remonta a los zares y a su concepción de Rusia como una finca privada en la que el capataz es dueño de tierras, enseres y empleados. A lo largo del siglo XX el capataz ruso se ha disfrazado de varias formas, en algunos casos vistiendo modernos y científicos disfraces de lucha de clases, pero la crueldad y el absolutismo han pervivido en la nación, de tal manera que la sociedad de aquel país ve esta forma de actuar como la única conocida y la única que permite mantener la unidad de una nación tan enorme en lo geográfico y dispersa en lo demográfico. Los experimentos democráticos en Rusia apenas han sido balbuceos, ahogados en corrupción y en el surgimiento de ese poder que siempre está ahí, encarnado por zares, soviets o mafiosos. Distintas maneras de describir a un único sistema que se perpetúa por centurias.
El asesinato de Prigozhin y sus lugartenientes puede ser visto como una muestra de fortaleza o de debilidad de Putin, hay argumentos para ambas opiniones, pero deja clara un par de cosas. Una es que Putin morirá matando, nunca abandonará el poder por sí mismo a sabiendas de lo que eso supondrá. Otra, obvia para los que aspiren a sucederle, es que el siguiente que planifique un golpe contra Vladimiro debe saber que, o va hasta el final y mata al inquilino del Kremlin o, tarde o temprano, morirá a manos de él. Como decía Yoda en “El imperio contraataca” hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. Lección práctica para aquellos que deseen alcanzar ese poder ruso tan vil y, sí, viscoso.
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