Ya es septiembre. A lo largo del mes de agosto que acaba de concluir se han desarrollado dos importantes intentos espaciales de dos naciones con el mismo objetivo; conseguir alunizar en las proximidades del polo sur de nuestro satélite. Con apenas días de diferencia fueron lanzadas desde Rusia la misión Luna 25 y desde la India la Chandrayaan 3. La previsión era que casi coincidiesen en su momento de tomar tierra en el satélite y se llegó a suscitar una pequeña disputa diplomática entre ambas naciones sobre quién iba a ser el primero en hacerlo. La sonda incida partió antes pero su trayectoria era menos directa que la rusa. ¿Atasco selenita?.
La misión rusa era la primera que intentaba la agencia Roscosmos al satélite desde hace mucho tiempo, tras los éxitos acaecidos en la etapa soviética en lo que hace a la llegada de sondas robotizadas. Era un proyecto que ya sufrió algunos retrasos desde sus inicios, por causas variadas, entre las que también se encuentran las sanciones tecnológicas que vive aquella nación ya desde la invasión de Crimea en 2014. Era importante que Rusia lograse un éxito con esta misión, entendiendo como tal no tanto el rendimiento científico de la misma sino, directamente, el lograr llegar y aterrizar. Lamentablemente no ha sido así. Al parecer un fallo en la duración del encendido de una de las fases de aproximación provocó que al inicio de la cuarta semana de agosto se perdiera el contacto con la sonda, lo que se consideró como un síntoma grave. Finalmente Roscosmos hizo público al día siguiente lo que muchos temíamos. La aproximación había fallado y la sonda se había estrellado sobre la superficie lunar. El golpe a la industria espacial rusa es grave, deja el prestigio de la nación en ese campo en bastante mal estado y demuestra fallas internas en los procesos de producción, calidad y mantenimiento que hacen dudar de las capacidades futuras del programa espacial ruso. Tiene pinta de que siguen viviendo de los réditos de una tecnología soviética que, cada vez, está más forzada en sus límites. Tras el fracaso ruso todas las miradas se dirigieron a la misión india, una vez que se había terminado la infantil disputa sobre cuál de los dos llegaría antes. La de India era una misión algo más compleja que la rusa, con un módulo de aterrizaje que portaba instrumentación y un pequeño rover capaz de moverse en la superficie del satélite durante un “día lunar”, catorce días terrestres. Para el caso de India era el primer intento de alunizaje de su programa espacial, y en esto, en lo de la virginidad, compartía galones con naciones como Israel, Corea del Sur o Japón, que han logrado alcanzar órbita lunar pero no aterrizar de una pieza, por así decirlo. Tras unas horas tensas llenas de procedimientos y fases, la agencia india hizo públicas las primeras imágenes de la superficie del satélite tomadas desde el módulo de aterrizaje, posado ya sobre el regolito lunar, por lo que desde Delhi se festejó por todo lo alto, y con motivos, el éxito de la misión. India se acababa de convertir en el cuarto país del mundo que ha llegado a la superficie de la luna, tras la URSS, EEUU y China, entrando en un club muy selecto. El éxito de la tecnología india se ratificó posteriormente cuando, a los pocos días, pudimos ver las primeras imágenes del rover descendiendo de la rampa del módulo y posando sus pequeñas ruedas sobre el satélite. La escena, modesta, era un éxito completo para el programa espacial hindú y un chute de orgullo para una nación que sigue creciendo en el contexto internacional, justo en el año en el que, oficialmente, se ha convertido en la más poblada de la tierra. Ambas misiones, la fracasada y la exitosa, tenían el reto, frente a todas las anteriores, de ir a una zona de aterrizaje más complicada, la del polo sur, que exige una trayectoria orbital de entrada mucho más forzada. Por ello el mérito de lo logrado por los hindúes es aún mayor, y como tal debe reconocerse. Son los que más cerca han logrado situarse de cuantas misiones lunares ha habido del extremo sur de la Luna.
¿Por qué ese interés ahí? Varios estudios realizados por los satélites que estudian a la Luna han mostrado la posible presencia de trazas de agua y de isótopos de hidrógeno en cráteres que se encuentran en esa zona, y si puede haber agua es posible que una base permanente pueda ser construida en esa zona, porque el agua permite beber y fabricar combustible criogénico para cohetes, haciendo posible tanto la investigación como la explotación de los recursos mineros de la Luna, o poder convertirla en plataforma de lanzamiento y repostaje de futuras misiones a Marte. India ha dado un gran paso en una nueva carrera lunar en la que el interés científico se suma al comercial y monetario.
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