Ayer la NASA dio una rueda de prensa que muchos esperaban con ansiedad. En ella, la Agencia norteamericana iba a exponer sus conclusiones sobre el fenómeno OVNI, que ahora se llama FANI, y algunos confiaban en la disección del cuerpo de un marciano delante de las cámaras. Con sensacionalismo a raudales emitido desde varios medios a lo largo de las últimas semanas, muchos se quedaron frustrados cuando la NASA anunció que, evidentemente, no hay constancia de extraterrestres, que la inmensa mayoría de los fenómenos con los que se les relaciona tienen explicación, y que son muy interesantes los que no pueden explicarse, pero eso no es indicio suficiente de nada. Seguirán investigando.
Sí, conspiranoicos del mundo y amantes de lo oculto, ya lo siento, la realidad es muy tozuda. No hay extraterrestres entre nosotros, aunque no pocas de las personas que pueblan el mundo se lo parezcan. Una cosa es que tengamos esperanza en que haya vida en otros mundos, cosa que estadísticamente puede ser probable dada la inmensidad del cosmos, otra es que esa vida se haya desarrollado hasta un grado de inteligencia que le permita salir de su hábitat natural y otra es que llegue hasta aquí, un lugar que no es nada en medio del infinito estrellado que nos rodea. Deben darse muchos muchos muchos pasos, todos ellos muy complicados, para que eso se produzca. Pasos que no conocemos cómo se dan. Sabemos lo que es la vida porque nosotros estamos vivos y nos rodean seres vivientes, pero no sabemos cómo surgió la vida en la Tierra, y sólo conocemos un tipo de vida, sólo uno. Todo somos estructuras de proteínas que se copian a través de la información contenida en una cadena de ADN que usa ARN como portadora para la lectura y composición de las cadenas proteicas, con la química del carbono como base. Todo es así. Plantas, animales, esporas, líquenes, lo eran los dinosaurios, e incluso lo son los que fabrican los argumentarios basura de Moncloa de cada día. Todo es así. Sólo conocemos un ejemplo de vida, por lo que ansiamos buscarla en otras partes, pero estamos constreñidos a la idea de vida que nos domina, y eso limita nuestras posibilidades de encontrar otra. Se han hallado restos de moléculas orgánicas en asteroides, lo que permite suponer que, bajo ciertas condiciones y tiempo, la química del carbono puede crear estructuras complejas como hidrocarburos o incluso aminoácidos, pero pasar de ahí a un ser vivo como una bacteria es un salto inmenso. Y que esa bacteria llegue hasta nosotros por sus propios medios… como mínimo muy difícil. Uno de los enormes problemas que se relacionan con el posible contacto con otras inteligencias extraterrestres, más allá de cómo comunicarse con ellas, es el de la distancia. La velocidad de la luz es un techo físico a la hora de desplazarse por el universo, y el mundo conocido es de una dimensión simplemente aplastante. Miles de millones de años luz de tamaño definen el universo conocido, siendo millones y millones de años la distancia que separa a las innumerables galaxias que existen. La probabilidad de que haya mundos con vida crece con ese exponencial crecimiento de planetas existentes, pero esa distancia condena a que las opciones de contacto sean prácticamente nulas. Hay una vieja historia en la que, mirando al cielo en una noche, un crío pregunta a su padre sobre si cree que estamos solos en el universo, y él le contesta que sí. Decepcionado, el crío repregunta Entonces, “¿No hay vida ahí fuera?” Y el padre contesta. “Sí que la hay, pero ellos también están solos”. Es muy probable que la posibilidad de que civilizaciones inteligentes capaces de salir de su mundo coincidan en el tiempo y en una distancia espacial tolerable sea nula, y eso condene a cada forma de vida interestelar a existir en la soledad de su mundo y, en algún momento, preguntarse si son ellos los únicos que miran el firmamento.
Carl Sagan, que era el maestro en todas estas cosas, y muchas más, estaba muy interesado en la exploración espacial como, también, vía para encontrar posibles trazas de vida exterior. Suyas son dos afirmaciones que deben estar siempre en nuestra mente en estos temas. Una, es que afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias. Unas luces raras en el cielo no demuestran nada. La otra es que la respuesta de si estamos solos en el universo sólo tiene dos posibles respuestas: Sí y no, y ambas son igualmente aterradoras.
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