No se si están escritas, pero hay leyes en el mundo del periodismo sobre el impacto que una tragedia es capaz de lograr en la opinión pública y, con ello, la atención y negocio asociado. La proximidad, física y emocional, es determinante, y la espectacularidad del propio hecho junto con el número de víctimas. Cada mil kilómetros de distancia, entendida en todos los sentidos posibles, necesita unos miles de muertos más para llegar. Un gato atrapado en un árbol en Manhattan que resulta herido al ser rescatado cotiza como unos doscientos muertos en Nepal, más o menos. Puede sonar crudo, pero así es, porque así funcionamos. Nos guste o no.
¿Cuántos muertos son necesarios para que una tragedia en Libia ocupe titulares en las portadas? Por de pronto requerirá muchos, muchos, varios miles por lo menos, y algo de espectacularidad en el fenómeno para destacar entre los sospechosos habituales de la naturaleza causantes de desastres. A priori lo sucedido en la ciudad costera de Derna cumple con todos los requisitos necesarios para ello, pero aún así uno le echa un ojo a la prensa del día y, aunque logra colarse, debe hacerlo a codazos sobre la zafia y amnistiante actualidad política de nuestro país, y debe competir en dramatismo con las escenas que nos deja el terremoto en Marruecos, que cumple muchas de las leyes de proximidad no escritas para llegar a lo más alto de la escaleta de las noticias. El que Libia sea una nación en guerra civil desde hace años, fragmentada, donde la vida ya de por sí vale poco y la presencia de medios es casi testimonial por lo peligroso que resulta estar sobre el terreno hace que lo que allí suceda pase desapercibido casi por completo, y debe ser un hecho extraordinario, como el que ha sucedido en Derna, para que el ojo de la actualidad se gire y apunte a ese sumidero de la audiencia. Abrir un informativo con escenas que se deben verificar sobre los probables miles de muertos causados por una enorme tormenta que ha derrumbado presas y arrasado una ciudad costera es una decisión de riesgo que un programador difícilmente llevará a cabo. Puede que sí en un medio público, donde la audiencia es un tema no tan importante y la cuenta de resultados no determina la renovación mensual de un formato o presentador, pero sigue siendo una opción peligrosa. Casi nadie sabe dónde está Derna, hay que localizarla, poner mapas, carece de la más mínima referencia visual que pueda resultar llamativa al espectador, no hay iconos, ni figuras urbanísticas famosas. Nadie ha estado nunca allí, ni conocemos a alguien que viva en esa urbe o sus alrededores. Cualquier relieve de una llanura marciana nos suena tanto a la vista como el perfil de esa ciudad mediterránea que está en la costa del país, en la costa pobre de un mar que consideramos nuestro. Algunos asociarán estas costas al lugar desde el que las mafias hacen partir los botes que acaban arribando a Lampedusa y otras localizaciones en Italia, pero poco más. Uno ve los vídeos que se han podido atribuir expresamente a la catástrofe y encuentra escenas similares a las de una riada de esas que se dan en la costa valenciana o murciana a estas alturas del año, pero con un decorado que no le suena de nada. Aparecen edificios de hormigón y otros que no lo son, y se atisban minaretes, síntoma de que no estamos en las orillas occidentales del mar, pero poco más se puede afirmar al ver las escenas, muchas de ellas nocturnas, que acaban con imágenes de día en las que lo que parece ser la costa de la ciudad se ha convertido en una informe escombrera de piedras, coches, basura y cadáveres, depositados de la manera más masiva y caótica que imaginarse uno pueda. ¿Sirven esas escenas para conmover al espectador? ¿Son relevantes para programarlas por encima de lo que se sabe que puede vender? Preguntas como esas se las harán muchos periodistas a lo largo de estas horas, sin encontrar respuestas claras, y sin apenas fuentes sobre el terreno que les ayuden a contextualizar los hechos y dar una imagen de presencia y cercanía. No pocos, con lógica, optarán por darlo como un breve, quizás citándolo en la escaleta de titulares por los “miles de muertos” pero con poco más énfasis.
Derna ha sido arrasada en una catástrofe muy propia de cualquier película de desastre que nos tragamos de una manera disfrutona cuando se desarrolla en un paisaje conocido y sabemos que es ficción. Lo que ha pasado allí es una cruel realidad que desborda a todo lo imaginable, y resulta realmente difícil de explicar. Desastre natural unido a catástrofe en las infraestructuras que deja como resultado una ciudad arrasada en la que más del 10% de su población puede haber fallecido en apenas unos minutos. ¿Cómo relataríamos algo así si se produce en nuestro entorno? ¿Cómo hacerlo cuando se da en un lugar que nos es tan ajeno? ¿Cómo resistir el dolor de tanta pérdida humana?
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