Anoche, mientras los informativos volvían a repetir las chantajistas condiciones del xenófobo Puigdemont saltó la sorpresa financiera, para muchos, entre los que me incluyo. Se conoció que STC, la empresa de telecomunicaciones de Arabia Saudí, había entrado en el accionariado de Telefónica y se convertía en el socio mayoritario de la empresa. Con una inversión de 2.100 millones de euros se queda con el 9,9% de las acciones y pasa de no existir a ser el primero de los accionistas de la empresa. No se sabe quién ha sido el que ha vendido sus participaciones ni cómo se ha gestado la operación, a ver si a lo largo del día sabemos más.
Telefónica es una de las mayores empresas españolas, de las más veteranas y, también, de las venidas a menos. Multinacional con presencia en numerosos países, especialmente latinoamericanos, antaño fue la reina de la bolsa española y el estandarte de la empresa internacionalizada, tras su proceso de privatización. Con los años, al igual que le ha pasado a otras operadoras de telecomunicaciones europeas, se ha ido jibarizando, perdiendo peso en el mercado global no tanto ante los competidores como ante empresas que han usado sus infraestructuras para explotar el negocio de la red. No han sido las telecos las ganadoras del dorado económico de internet, sino las tecnológicas, que no son lo mismo, ni mucho menos. Telefónica ha quedado en la bolsa española convertida en una de las grandes, sí, pero a distancia de los bancos o de otras empresas como Repsol o Iberdrola, y desde luego muy muy lejos de Inditex, que sí que es la gran multinacional española. El valor de las Matildes, las acciones de la telefónica, ha ido declinando con el paso de los años, y este que les escribe es uno de los miles y miles que las tiene en su cartera de bolsa a un precio de compra muy superior al que cerraron ayer en el parqué madrileño, siendo una fuente de pérdidas latentes que no deja de extenderse a lo largo del tiempo sin visos de corregirse. El consejo de administración de la empresa ha sido, desde su privatización, un sitio muy ansiado por el poder político, que ha acabado propiciando la llegada de gestores y consejeros o bien afines a las siglas del partido en el poder o bien que tenían deudas con él y la remuneración al frente de la operadora era una buena manera de cobrárselas. Pese a estas injerencias, no se han cometido errores de bulto en la gestión de la empresa, más allá de lo que antes comentaba de la pérdida de valor global, que es algo consustancial al sector. En los años de la burbuja Telefónica se endeudó sobremanera y desde hace una década la obsesión de la compañía ha sido la de ir reduciendo su apalancamiento, acotando los costes financieros que de él se derivaban y tratando mantener unas cuentas que, si bien en el negocio operativo eran correctas, quedaban lastradas por la carga de intereses. Desde que se produjeron los primeros desplomes de la acción por debajo de los cuatro euros el temor a que una empresa extranjera adquiriera una participación relevante en la operadora ha estado siempre presente, o que se produjera una operación de fusión entre telecos europeas en la que la española ocupase un puesto relevante. Esta segunda era la opción mejor vista por algunos analistas y el gobierno en el caso de que la española fuera la que llevase a cabo una operación similar como líder. En todo caso estaba vigente el límite del 10% de compra del capital a partir del que, como empresa estratégica que es considerada, el gobierno debe dar el visto bueno a la operación. El apurar hasta el 9,9% es una muestra de que se ha llegado justo hasta donde se podía sin permiso alguno, por lo que la jugada saudí debía estar pensada y planificada con tiempo y visión. Ha dicho STC que espera obtener un rendimiento financiero de su inversión pero que no ejercerá papel alguno en la gestión de la empresa, pero con una toma de capital tan relevante se antoja difícil que, si bien no a corto, a medio plazo Riad no tome decisiones en la marcha del negocio y en su estrategia.
Como ven, desde Arabia Saudí no sólo se compran sujetos que pegan patadas al balón, sino también activos occidentales. Las arcas de los países exportadores de petróleo empiezan a volver a llenarse con un barril que roza los 90 dólares (mucho ojo a esto) y la desalineación de la estrategia de Riad respecto a occidente y su cada vez mayor compromiso con China y Rusia es una señal de alerta ante el poder que esos petrodólares pueden ejercer en el ecosistema empresarial occidental. La noticia de ayer, en medio de las infamias de un prófugo y la rendición de un gobierno en funciones, es muy relevante, no sólo para España, sino como muestra del sutil pero progresivo traspaso de poder que se produce en el mundo global.
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