Ha querido la casualidad que dos naciones vecinas del norte de África hayan sido golpeadas estos días por catástrofes naturales que han causado miles de vidas y destrozos. Distintas entre ellas, de origen diferente, y acción muy dispar, pero generadoras de balances que se miden en miles de muertos, en daños físicos abundantes y en un nuevo golpe a sociedades y economías que no necesitan demasiado para despeñarse por la pendiente de la miseria. Uno de los fenómenos se ha dado en una nación coherente y que es regida con poca piedad, el otro en lo que antaño fue un país y hoy es poco más que un campo de enfrentamiento entre bandas rivales.
Por proximidad y vínculos de todo tipo, el terremoto de Marruecos se ha convertido en la noticia de estos días en España y gran parte de la prensa global. El viernes por la noche un temblor de tierra de gran intensidad se dio en la zona sur del Atlas, una región con un largo historial de terremotos, pero ninguno de la magnitud y extensión del sufrido esa noche. El alzamiento de la placa atlántica bajo la presión de la africana provocó un movimiento de muchos kilómetros de extensión que llegó a asentirse levemente en el sur de España o en las Islas Canarias, pero que ha sido letal para cientos de poblaciones que están diseminadas por esa región. Marrakech, la ciudad más importante situada en las proximidades del hipocentro, ha sufrido daños serios, no tanto en sus infraestructuras, pero sí en la medida y otras zonas históricas. Construcciones de adobe, baratas y endebles, que ante un terremoto normal se comportan inadecuadamente, nada pueden hacer ante un movimiento de la intensidad como la que se ha registrado, y desde primeras horas del sábado se era consciente de que el balance de lo sucedido iba a ser mucho mayor que los cientos de muertos que se anunciaban por parte de los medios oficiales. A estas horas de la mañana el gobierno marroquí, obsesionado más por el control de la información y de la sociedad que por auxiliar a los damnificados, eleva a dos mil y mucho las víctimas mortales de esta tragedia, pero son muchos los pueblos que están en medio de montañas y valles a los que aún no se ha podido acceder, y en ellos la supervivencia habrá sido muy escasa. Transcurridos ya algunos días desde el temblor inicial la esperanza de recuperar supervivientes de entre los escombros decae, y más dado lo que antes comentaba, las características de las construcciones arrasadas, que se desmoronan como polvo, dificultando mucho más que, como sucede con las estructuras de hormigón, se puedan crear cámaras o espacios intermedios en los que, bajo los restos, bolsas de aire puedan contener a personas y darles una oportunidad de aguantar. El trabajo de los voluntarios españoles sobre el terreno comenzó ya el fin de semana, y es muy intenso estos días, pero las esperanzas son pocas, y uno de los principales objetivos es, literalmente, abrir rutas que permitan acceder a todas las localidades, a sabiendas de que el panorama en cada una de ellas va a ser muy similar, y desolador. Las quejas de la población marroquí sobre la tardanza de su gobierno en reaccionar y en suministrar ayuda son acordes con el funcionamiento de un régimen cuyo gobernante disfrutaba de su enésima estancia parisina cuando se produjo el temblor, y tardó bastantes horas en regresar a un país que detenta como si fuera una finca arrendada, con el desinterés propio del terrateniente que luce orgulloso sus propiedades pero que desprecia a quienes en ellos residen y trabajan. El ejército marroquí será, supongo, el que esté al tanto de la situación y se encargue en parte de ayudar a la población y, sobre todo, acallarla si llega el caso, impidiendo que protesta alguna eleve su intensidad. El turismo, una de las principales fuentes de ingreso del país, queda muy tocado. Una compañera de trabajo iba a Marrakech con amigas este próximo fin de semana. El suyo es uno de los miles de viajes cancelados y de euros que Marruecos no ingresará.
En Libia, país ribereño del Mediteráneo, sumido en una guerra civil desde hace años, el desastre lo ha causado la tormenta Daniel, la DANA que azotó Grecia y países fronterizos, que luego ha bajado de latitud y se ha ensañado con la costa libia, dejando precipitaciones torrenciales que han arrastrado de todo. Parece que la localidad costera de Derna es el epicentro de esta tragedia, con algunas imágenes que muestran barrios engullidos por un mar de lodo, o deshechos tras ser desprendidos por la fuerza del agua, y con más de dos mil fallecidos en sus calles según se informa, pero la situación de Libia es tan precaria y la ausencia de periodistas casi total, así que es difícil que sepamos la magnitud de esta tragedia y que logre escalar posiciones en los medios.
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