Desde que en 2015 la política española se descompuso, las estrategias clásicas de los partidos se han deshecho y se han obligado a un ejercicio de recolocación constante para tratar de salvaguardar sus intereses, que es lo que realmente les importa. La actitud de Sánchez de no tener palabra y de mentir descaradamente a todo el mundo le ha servido para mantenerse en el poder, pero a costa de hacer de sus promesas un vacío que todo el mundo conoce como tal. Que tu palabra no valga nada es algo que no deja de ser llamativo, pero es lo que hay. Algunos partidos se han amoldado mejor a este juego, otros no.
El PNV fue el que inició el disparate de 2015 dejando caer el gobierno de Rajoy un día después de aprobarle los presupuestos, y durante un tiempo ha sacado tajada de esta coyuntura volátil y peligrosa, pero desde hace unos años se encuentra en una posición cada vez más incómoda. Es curiosa la posición del PNV, un partido de la derecha más clásica y, en ciertos aspectos, rancia, que coincide mucho más con Vox de lo que alguno pudiera imaginarse, travestido de “progresista” con tal de llevarse réditos económicos que engorden aún más la fortuna de sus dirigentes de los que los apoyan. Pocos partidos hay en España que tengan tan claro cómo funcionan los entresijos del poder que el PNV, que sean tan profesionales a la hora de amarrar lo que es trascendente para mantenerse al frente de instituciones o presupuestos, y que posean visión no de estado, sino de cuadrilla, en el sagrado sentido vasco que se otorga a ese extraño concepto de amistad. Las estructuras del PNV se han filtrado por todos los resquicios de poder del País Vasco y, tengan capacidad institucional para ello o no, mandan allí. El votante de derechas de toda la vida es el suyo, y lo saben, y ahí el PP siempre ha pinchado en hueso, porque su electorado prototipo es peneuvista. Pues bien, los seguidores del legado del racista Sabino Arana están en crisis. Llevan cayendo en votos desde hace algunas elecciones y, aunque mantienen el control absoluto sobre Vizcaya, en Guipúzcoa y Álava se encuentran bastante disminuido. En su fuero vizcaíno también contemplan con temor la pérdida de ciertos municipios que se les han escapado desde hace ya algunas votaciones, y son incapaces de retomar. ¿quién está ocupando el espacio que deja el PNV? Bildu. Es una gran sorpresa, y en parte se debe al trabajo intenso que ejercita Sánchez sin cesar para blanquear a los batasunos, vistiéndolos de moderna formación progresista donde hay poco más que un proyecto etnicista y orgulloso de la violencia terrorista. Los años que han pasado desde la disolución de ETA, junto al efectivo trabajo de los nacionalistas, amparados por el gobierno nacional, en ocultar crímenes y demás matanzas han permitido que ya exista una primera protogeneración de votantes en el País Vasco que contemplan el panorama electoral en la dicotomía clásica de PNV derecha Bildu izquierda, y se decantan por los batasunos porque les prometen más ayudas para viviendas y cosas por el estilo (sin aclarar que no saben gestionar la economía y que pueden arruinar hasta la región más rica de España si se lo proponen). La cosa es que el electorado del PNV, envejecido y asediado, mengua, y el de Bildu crece, y de cara a las trascendentales elecciones autonómicas de julio del año que viene, si no hay adelantos, se puede dar, por primera vez una victoria en votos de Bildu en el conjunto del País Vasco. Si la aritmética lo permite PNV y PSE se reeditaría el pacto que ahora mantiene a Urkullu al frente del gobierno vasco, pero eso ata al PNV en Madrid a apoyar al gobierno de Sánchez, sino la venganza en Lakua, sede de la Lehendakaritza, puede ser letal.
Se sabe asediado el PNV, están asustados. No son capaces de controlar un escenario en el que siempre han actuado como los chantajistas más profesionales y efectivos y, ahora, con fuerzas menguadas, otros les empiezan a ganar la partida de la extorsión. No hay que precipitarse en enterrar a un partido que es mucho más que eso, pero lo cierto es que la perspectiva de los peneuvistas es complicada. Si tuvieran las manos libres no verían mal un gobierno de Feijóo, encantados estarían de dejar caer al Sánchez que ha alimentado de tal manera a su rival batasuno, pero están atados. Caen las nueces, sí, pero empiezan a no ser ellos los que deciden cómo golpear el árbol ni cuántas recoger. Y eso, para el tradicional cacique del pueblo, es trágico.
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