Ayer por la tarde, sin aviso previo ni rumores que hubieran llegado a medios conocidos o no tanto, Meritxell Batet hizo pública su decisión de abandonar su escaño, recién logrado en las elecciones de julio, y retirarse de la política, en la que lo ha sido todo en el PSC, la rama catalana del PSOE, y ha llegado hasta la tercera autoridad del estado, ocupando la presidencia del Congreso durante la tempestuosa última legislatura. En un hilo de tuits desea lo mejor al PSOE y da por segura la consecución de un gobierno “progresista” (las comillas son mías) presidido por Sánchez, pero no explica las causas o motivos que le han llevado a tomar esta decisión.
El PSC consiguió en julio unos excelentes resultados en Cataluña, unos datos que se les escaparon a todos los encuestadores y que son la base del aguante de Sánchez a nivel nacional. Un millón de votos en la provincia de Barcelona a la candidatura encabezada por Batet es una buena medida de un éxito incontestable. Por eso, después de algo así, resulta aún más sorprendente la noticia de la marcha de Meritxell, que ha desatado algunas especulaciones y sin duda será motivo de entretenimiento para comentaristas políticos durante algunos días. Huelga decir que no tengo ni la más remota idea del por qué se va. Me encantaría que fuese porque no soporta lo que su líder y partido van a hacer para contentar al delincuente puigdemoníaco y a su secta, pero no tengo información alguna. Sólo el deseo de que haya sido la honra y vergüenza la causa de su movimiento, y el anhelo de que al suyo sigan otros, pero sin contar con apenas esperanza de que esto sea así. De cara al 23J Sánchez diseñó unas listas en el PSOE destinadas a resistir en la posición que las urnas le otorgasen, llenas de fieles que no van a levantar la voz ante los designios de su jefe, entre otras razones porque de ello dependen sus ingresos. El partido, que siempre ha sido una estructura con corrientes y voces críticas, es desde hace tiempo una mera caja de resonancia de las consignas que se elaboran en Moncloa y que se empaquetan en los medios afines día a día, y la lealtad absoluta no sólo es algo que se supone, sino que debe ser demostrada sin disimulo en todo momento. Si hace un par de meses conseguir que Puigdemont compareciera ante la justicia era el mantra del PSOE, ahora lo es la “audacia” de la amnistía, y sin retorcimiento mental alguno. Toda discrepancia ante los bandazos y golpes de mano del sanchismo serán castigados con la sombra, y la ausencia de nómina. Las voces críticas que se escuchan en el PSOE provienen de jubilados que lo fueron todo en el partido pero que ahora, como mínimo, son despreciados por los que dirigen esas siglas. Los insultos que reciben González, Guerra y muchos otros por medios afines a pablemos y sus sectas, cuya alianza con los independentistas es plena y compartida, no son contestados en ningún momento por ningún dirigente socialista, que a buen seguro se indigna ante lo que ve y oye, pero que mantiene un silencio servil por la cuenta que le trae si quiere aspirar a algún cargo (remunerado) y cierta cota de poder. Los principios a cambio de pasta, algo que se ha dado siempre en política y en todas las formaciones, pero que en estos tiempos es tan sangrante y descarado que clama al cielo. Acastillado en mayoría absoluta de Castilla La Mancha, Page dice de vez en cuando cosas que Moncloa desprecia con la mayor de las fuerzas, pero aguanta por los votos que el líder regional ha aportado al conjunto nacional y por el propio poder que le da el ser un presidente autonómico, pero sabe Page que esa es su única defensa para mantenerse en una organización que le cesaría de todos los cargos si no hubiera alcanzado el poder tras las autonómicas. Parcialmente blindado, Page puede jugar algo por libre, pero que no se le ocurra hablar demasiado porque se puede topar con enemigos poderosos, que no se cortarán a la hora de insultarle y tratarle como lo que ellos creen que es, un vulgar paleto, un inferior. Y para los socios de Sánchez, lo peor y más degradado que se puede ser en el mundo, un español.
Durante varios años Batet estuvo casada con Jose Maria Lasalle, y hubo un tiempo en el que ella era líder de un PSC en Cataluña y el Secretario de Estado en el gobierno de Rajoy. Un día me crucé con ellos paseando por Madrid, y me gustó la imagen. De posiciones ideológicas distantes, pero no enfrentadas, pertenecientes a partidos cuya relación mutua cada vez es más hostil, eran un buen ejemplo de que la política es importante, pero ni mucho menos lo es hasta extremos absolutos. Aquella pareja se rompió, y hoy Batet abandona un mundo, el de la política, cuya degradación es total a ojos vista de todos los que la seguimos y que, cada vez más a nuestro pesar, nos interesa.
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