Qué enternecedor es asistir al encuentro de dos viejos camaradas que tanto comparten y se añoran. Conmueve comprobar la cercanía de ambos, sus sinceras sonrisas, su sintonía, su aspecto distendido. Tiene cada uno en frente a alguien que sí les comprende, que ejecuta con la misma crueldad a sus enemigos, que mantiene una visión totalitaria de la vida que lo llena todo. Juntos podrán compartir información que les es relevante, cunetas sobre a cuántos se han cargado, rememorar anécdotas sobre aquella purga que sí que fue dura, no como las de ahora, y planificar nuevas aventuras, conquistas y exterminios. No me digan que no es tierno, ¿eh?
La reunión entre Putin y Kim Jong Un en el cosmódromo ruso de Vostochny permitió juntar a dos de los mayores asesinos que, ahora mismo, rigen sobre las naciones en el mundo. Corea del Norte no sale de sus fronteras, pero eso le basta al gordito Kim para mantener a raya su dictadura paranoica y someter no ya con un puño de hierro, sino simplemente con todas las mordazas del mundo a unos ciudadanos que son poco más que siervos de una paranoia que se vende comunista. Putin, en Rusia, tiene ambiciones imperiales, un ejército de nauseabunda capacidad y una saña violenta que le hace despreciar a los suyos tanto como a los que se opone. No le basta su nación, la más inmensa de todas las existentes, porque en su delirio etnicista tiene claro que los demás somos menos, y ahí seguirá empeñado en recordárnoslo y, de paso, asesinado a cuantos pueda. La reunión permite establecer una alianza entre dos naciones que se muestran débiles y acorraladas ante el mundo, pero que no por ello son menos peligrosas, ni mucho menos. A Kim le gustan los cohetes, en eso compartimos gustos, pero él los quiere destinar a fines destructivos. Necesita tecnología para mantener en pie su programa armamentístico, pero más aún petróleo y comida para que su país no muera de inanición en la oscuridad, y Rusia está más que dispuesto a darle esos recursos a cambio de arsenales. El stock de munición de Rusia no debe estar muy boyante tras año y medio de sádica guerra en Ucrania, y los almacenes norcoreanos, siempre hasta arriba por la paranoia de un régimen que se cree siembre al borde de la invasión capitalista, son un botín excelente para Putin. Además, los sistemas militares de ambas naciones son herederos del mundo soviético, por lo que la compatibilidad de calibres, cañones y demás elementos es plena. Basta con trasladar los proyectiles norcoreanos a suelo ruso para que sean llevados al frente para asesinar ucranianos, que plan más sencillo. Que Rusia llegue a acuerdos con el mayor paria de la Tierra es una muestra de que la nación eslava está en un estado de aislamiento más que evidente, pero eso es relativo. Muchas son las naciones que no quieren abastecer a Putin de material militar para su cruel guerra, pero es evidente que Irán lo hace y Corea del Norte lo hará. También parece comprobado que China no lo está haciendo, lo que es muy relevante, pero no opone resistencia alguna a esos movimientos, y está claro que su colaboración en el entramado global de sanciones tejido contra Rusia es escasa. Pese a ello, es mayor que la de la India, la otra gran nación de Asia, que no se corta un pelo a la hora de comprar petróleo ruso con descuento, fruto de las sanciones globales, y que desarrolla una actividad diplomática evidente para jugar a dos bandas en una contienda en la que sólo hay un agresor y un agredido. El que el G20, en su reunión del fin de semana en Nueva Delhi, emitiera un comunicado tan vago sobre la guerra es una muestra de que pocos suministran efectivos a Putin, pero más son los que le cubren las espaldas. El encuentro de ayer será obsceno por su escenografía, pero no es algo tan anómalo como pudiera parecer.
Que Kim declare el pleno apoyo a la guerra sagrada que desarrolla Rusia contra occidente es algo de agradecer, porque ha dicho en pocas palabras lo que casi todos sabemos, y tratan de ocultar los que en nuestras sociedades, desde posiciones ideológicas aparentemente enfrentadas, pero igualmente populistas y totalitarias, defienden la acción rusa y comprenden al caudillo del Kremlin. Kim no es un rusoplanista de los que se describen en este fantástico artículo. Al menos el dictador norcoreano rehúye la corrección política y los eufemismos, porque no los necesita en su reino de terror, y llama a la masacre putinesca lo que realmente es. Se agradece la sinceridad del gordito.
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